jueves, 8 de febrero de 2024

Del Principio de Equivalencia a las Supernovas - José Carlos González

Capítulo 25

Del Principio de Equivalencia a las Supernovas.
(Por José Carlos González)






En el año 2023 se cumplieron los 60 años de la culminación de un proyecto con un objetivo ambicioso, aunque de alcance relativamente limitado, pero que más tarde se convertiría en un fenómeno famoso en todo el mundo, al menos en ciertos ámbitos. Me estoy refiriendo a la finalización de la serie de conferencias que Richard Feynman accedió a impartir sobre multitud de aspectos de la Física en el California Institute of Technology (Caltech). El proyecto buscaba renovar el temario de aquella universidad de Pasadena, y, sobre todo, aumentar la curiosidad de los estudiantes acerca de la Física. Y ello aprovechando dos hechos. Por un lado, numerosos avances científicos en los últimos tiempos habían tenido lugar en esa universidad, aunque aún no aparecían en el temario oficial. Por otro, que uno de los científicos más ilustres del momento, Feynman, que se hallaba en la cima de su popularidad, era investigador en Caltech. Los responsables de la realización de aquel proyecto grabaron todo, fotografiando incluso los diagramas que Feynman realizaba, y entre 1964 y 1966 verían la luz en forma de libro de texto, en tres volúmenes, The Feynman Lectures on Physics (FLoP).

El mismo Feynman era pesimista en cuanto al éxito de aquellas conferencias, en particular en conseguir el deseado estímulo en los estudiantes. De hecho, su objetivo, más que atraer a nuevos estudiantes hacia una carrera de investigación en Física, era la motivación de estudiantes que ya hubieran comenzado esos estudios, y que por alguna razón al cabo de uno o dos años hubieran sentido que flaqueaba su vocación. Esto se refleja en el contenido de las FLoP, que resulta a veces duro, o ligeramente avanzado, para estudiantes universitarios de primer año, y más asequible, y sobre todo inspirador, para estudiantes de años posteriores. Ello se tradujo en que los profesores, en la mía y en otras universidades, desaconsejaban a los alumnos de primer año el uso de las FLoP para el estudio de los conceptos que en un momento dado se abordaban, cosa que a priori nos sorprendía a todos un poco en la facultad.

He de reconocer que cuando comencé mi carrera universitaria, yo no conocía a Richard Feynman, y mucho menos sus FLoP. Mi vocación fue variando a lo largo de mi juventud. Mientras estudiaba la EGB me comenzaron a interesar la electrónica y los ordenadores. Con buen criterio, visto a posteriori, mi padre me orientó hacia la enseñanza universitaria, en lugar de hacia la formación profesional. Y, a la vez, saciaba mis ganas de conocer más sobre electrónica y sobre el incipiente mundo de la computación personal de manera ciertamente elegante. Por un lado, bajó un día a hablar con el técnico que tenía un pequeño local debajo de nuestra casa, donde realizaba reparación de televisores, y consiguió que me tomase como aprendiz, a los 13 años. Por otro lado, habiendo perdido la ola del Spectrum, me compraría, un par de años después, mi primer ordenador personal, un Amstrad PCW 8256. Con impresora y todo.

Pero, como digo, aunque mi interés por los ordenadores y mis inquietudes por la electrónica continuaron, mi pasión por la Física, y sobre todo por la Astrofísica, comenzó a fraguarse. No entraré muy en detalle, baste decir que el artífice de todo ello fue el protagonista de una serie de televisión que ha merecido que se le dedicase otro volumen de esta serie de libros CIENCIA, y..., como el que el lector tiene ahora en sus manos. Me refiero a Carl Sagan, protagonista de CIENCIA, y el “Cosmos” del siglo XXI, homenaje al 40° aniversario de COSMOS, el libro que recoge la semilla de la divulgación plantada por Sagan, y que te recomiendo encarecidamente.

El caso es que mi interés por la Física superó cualquier otro interés anterior, y aunque tenía nota suficiente tras la Selectividad para cursar otros estudios, Ciencias Físicas fue mi primera opción. Y en el primer año, como ya mencioné, las FLoP no eran vistas como los libros de texto ideales para alumnos de primero. Tras echarles un vistazo, yo mismo estuve de acuerdo con mis profesores, pero de un modo diferente. Por un lado, me parecía que la manera en que se explicaban los distintos conceptos era interesante, muy visual, como ya había escuchado acerca de la enseñanza en Estados Unidos. Pero, por otro lado, me parecía que carecía de la profundidad que yo esperaba. Esta era, sin embargo, una percepción sesgada. Venía influenciada por mi observación de otros libros de texto, donde la explicación de las distintas ideas se mostraba apoyada fundamentalmente en una retahíla de ecuaciones; el encadenamiento de igualdades matemáticas pretendía ayudar a la comprensión de los fenómenos. Algo totalmente opuesto al enfoque de las FLoP.

En efecto, fue en segundo y en tercer curso cuando pude disfrutar del contenido de estos libros. La materia que veíamos en clase, apoyada ya sobre ideas estudiadas anteriormente, y la avanzadilla que, de manera particular, uno obtenía al leer libros de divulgación, permitían que las explicaciones conceptuales expresadas en las FLoP tuviesen alguno de estos dos efectos, ambos gratificantes: podían hacer que uno se deleitase al ver una explicación elegante de algún fenómeno, que a pesar de bien conocido siempre puede ser complejo de abordar; o podían, directamente, hacer saltar ese click de entendimiento, ese momento ¡Eureka! en el que varios conceptos, varias piezas de un rompecabezas más amplio, encajan de manera prístina ante tus ojos.

La lectura de las FLoP está repleta de esos clicks. Miles de estudiantes en todo el mundo han experimentado esos instantes de conciencia preclara, en la que un fenómeno se percibe de forma transparente. Si uno creyese en las almas, diría que en momentos así el alma aprehende esos conceptos. Por eso las FLoP son unos libros tan relevantes, y por ello a Richard Feynman algunos le apodaban el Gran Explicador (The Great Explainer). Una de las explicaciones que más me ha gustado y estimulado siempre en las FLoP, de esas que te lleva a uno de esos momentos de absoluto entendimiento, es la del Principio de Equivalencia de Einstein. Un principio que nos muestra que la sencillez en la naturaleza nos puede guiar, si sabemos aferrarnos fuertemente a las bases que nos sustentan y nos conducimos de manera estricta, sin desfallecer, por los vericuetos del razonamiento, al descubrimiento de nuevos fenómenos y nuevas reglas que gobiernan nuestro universo. Y en las FLoP, Feynman consigue explicar este principio y aplicarlo de manera increíblemente sencilla.

Junto con esos instantes de total lucidez, de regocijo ante el completo entendimiento de una idea, están los momentos de maravilla ante algún fenómeno. Estos pueden darse al ver algo explicado en una exposición, en unas conferencias o en la clase de un profesor, o simplemente narrado en un libro de divulgación. Estos momentos son verdaderos creadores de motivación, incluso diría de vocaciones. Yo he tenido muchos de ellos.

No puedo decir que haya tenido un profesor que sobresaliese por encima de los demás en términos de motivación o de influencia en mi vocación. Mis profesores resultaron ser todos una influencia de perfil más bien bajo. Yo ya tenía suficiente motivación leyendo los libros de diversos divulgadores e investigadores. Además, durante mis años de carrera universitaria me ganaba la vida como programador en una empresa dedicada a estudios y proyecciones de mercado en el ámbito farmacéutico, y la mayoría de las veces tenía que salir corriendo tras finalizar las clases por la mañana, para trabajar en la oficina por la tarde. Ello limitaba mucho mi interacción, tanto con alumnos como con profesores, fuera de los horarios de clase.

Pero sí recuerdo dos o tres libros como los que más me inspiraron. Dos de ellos eran de divulgación, ensayos escritos por investigadores, mientras que el tercero era un libro de texto que no utilizamos oficialmente en la carrera. Ni siquiera lo teníamos en la biblioteca. Aunque yo sí lo usé en alguna ocasión. Me refiero al primer volumen del Mecánica Cuántica, de Albert Messiah (creo que eran tres volúmenes), Editorial Tecnos. Por cierto, me está viniendo a la cabeza el Mecánica Cuántica Teoría No-Relativista , de Landau y Lifshitz, Editorial Reverté, gran libro también.

Por otro lado, los libros de divulgación a los que me refería, que siempre me han inspirado, con el permiso del Cosmos de Carl Sagan (edición en libro de su serie de televisión), y que he leído en varias ocasiones, son El nacimiento del tiempo, del nobel Ilya Prigogine, y La búsqueda del principio del tiempo, de Heinz R. Pagels. Es en este último donde leí por primera vez la historia del nacimiento, vida y muerte de una estrella, dependiendo de su masa. Su lectura me dejó fascinado, y supe que quería ser astrofísico.

Y esto engancha con otra de las actividades que más me motivaban, y que realizaba como terapia para cargarme de energía, frente a exámenes o ante una etapa complicada. Y eran mis visitas al Planetario de Madrid. Me iba en autobús y metro un sábado cualquiera por la mañana, y pasaba el tiempo observando las filmaciones, las exposiciones que tuvieran habilitadas, y asistiendo a alguna proyección. Fue una de estas proyecciones la que me dejó marcado para siempre.

He traído a colación mis escapadas al Planetario porque fue allí donde tuve una de las experiencias relacionadas con la Astrofísica más impactantes que he tenido en toda mi vida. En una de las proyecciones en la cúpula nos comenzaron a hablar de la vida de las estrellas. Por si el lector no lo sabe, la vida, y sobre todo la muerte, de una estrella viene fundamentalmente determinada por su masa inicial, la masa que tiene esa estrella al encenderse, al comenzar, contraída por su propia gravedad, el proceso de fusión de los átomos que la componen. La estrella vivirá quemando su masa por fusión termonuclear, transformando su material genético particular, por así llamarlo, los átomos de que está compuesta, para hacerlo cada vez más complejo. Primero convierten su hidrógeno en helio. En el proceso se desprende energía, que se invierte en contrarrestar la presión gravitatoria. Esta fase puede durar cientos de millones de años para estrellas como nuestro Sol, o bastante menos para estrellas con más masa. Este es el período de la infancia y adolescencia de una estrella. Y durante todo él la estrella ha estado rugiendo y vibrando.

Cuando casi todo el hidrógeno ha sido ya gastado en su interior, el núcleo de la estrella se contrae, debido a que ya no se genera la energía suficiente para mantener su propio peso. Pero esto hace que se caliente aún más su corazón, ahora rico en helio, y que se alcance la temperatura suficiente para que el helio se recombine y forme núcleos de carbono. Con esta reacción, en la que también se desprende energía, la estrella logra frenar su caída.

Para estrellas poco masivas, en algún momento las capas exteriores se hincharán, y una fase de reprocesado de hidrógeno y helio producirá una serie de pulsos térmicos que desembocarán en la expulsión de esas capas exteriores. Lo que queda es una nebulosa planetaria de gas ionizado, en expansión, que rodea el núcleo desnudo de la estrella, que poco a poco se convertirá en enana blanca.

Sin embargo, para estrellas masivas, de más de unas 10 masas solares, al agotarse el helio, el núcleo de la estrella volverá a contraerse, y comenzará a convertir su carbono en oxígeno. El oxígeno a su vez se transformará en magnesio, el magnesio en azufre. En estos procesos la estrella se ha ido contrayendo, recalentando, y su densidad interna ha ido creciendo. Todas las reacciones de fusión ocurridas hasta ese momento eran exotérmicas, generaban energía suficiente para frenar las sucesivas contracciones de la estrella. Este es el período de madurez de una estrella. Y durante todas sus etapas la estrella ha cantado con un tono cada vez más grave. Hasta que llega un momento en el cuál la temperatura del interior de la estrella es suficiente como para comenzar la recombinación del azufre para dar hierro. La diferencia terrible es que esta reacción es endotérmica, se absorbe energía. En consecuencia, ya no se genera la energía necesaria para frenar la contracción gravitatoria de la estrella. El canto de la estrella se hace más lúgubre, profetizando su final. Su destino está marcado. Desde el momento en que una estrella comienza a crear hierro en su núcleo, los acontecimientos siguientes ocurren en un lapso de tiempo muy breve en relación a su vida anterior. Hasta ese momento había logrado mantenerse en equilibrio, compensando su propio peso gravitatorio con la energía liberada de sucesivas etapas de fusión termonuclear, y reviviendo como un ave fénix, de sus propias cenizas, en cada una de ellas.

Fig.1 Imagen de los restos de la supernova Cassiopeia A: una supernova que explotó en el siglo XVII. El polvo de una supernova de este tipo, que explotó hace miles de millones de años, también es detectable en nuestro sistema solar, en cantidades mayores de lo que se pensaba anteriormente. © NASA/JPL-Caltech/STScI/CXC/SAO.


Pero en el momento en que comienza a transmutarse el azufre en hierro, el soporte que contrarrestaba la presión gravitatoria desaparece en gran medida. A estas alturas, la estrella está formada por una serie de capas diferenciadas, como una cebolla, constituida cada una por un tipo de núcleos atómicos, de los más ligeros en el exterior hasta el hierro en el interior. Al formarse una determinada cantidad de hierro, toda la masa que se había mantenido en un mortal equilibrio durante millones de años gracias a la presión interna, se colapsa en segundos. El resultado es una inconmensurable onda de choque que dispara al exterior las zonas externas de la estrella, y la liberación en un instante de una energía equivalente a la generada por la estrella durante millones de años, lo que hace brillar a la estrella como mil millones de soles. Y en esta explosión se crean como meros residuos los materiales más complejos, como el oro, la plata, o el uranio. Así es la majestuosidad de una supernova. Lo que queda en el lugar de la estrella original será una estrella de neutrones.

Eso es lo que nos mostraron en el Planetario. Mientras nos contaban el largo proceso de fusión nuclear en la estrella, observábamos la imagen de esta en el centro de la bóveda, rugiendo y emitiendo luz y energía. Y disminuyendo de cuando en cuando de tamaño. Hasta que, en un segundo, colapsó. Una luz cegadora inundó la bóveda. Tras aquello, restos de las capas exteriores de la estrella alejándose de su núcleo desnudo, lo que quedaba de ella. Allí nos representaron uno de los acontecimientos más apoteósicos que pueden ocurrir en el universo: la explosión de una supernova. Una imagen, seguida de montones de aplausos, que me seguirá toda la vida y que, estoy seguro, ayudó a reforzar o a sacar a la luz la vocación de más de uno.

Son esos momentos de epifanía, donde la grandeza de un experimento o los resultados de un problema le maravillan a uno, junto con esos clicks, esos instantes de clarividencia, que se pueden dar en cualquier situación, y de los que las Feynman Lectures of Physics está lleno, los que hacen que amemos la ciencia, y que, ya sea de forma profesional o como aficionados, una vida dedicada a ella resulte tan sorprendente y tan satisfactoria.




José Carlos González.
Astrofísico - Ingeniero de Software.
Desarrollo de Escenarios del Tokamak - ASDEX Upgrade.
Instituto Max Planck de Física del Plasma (Garching).
Personal Website: http://www.jcgonzalez.org 


Créditos Música:
254 4.19
Breathing by Keys of Moon | https://soundcloud.com/keysofmoon
Creative Commons / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


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