martes, 5 de marzo de 2024

Memorias de ciencia y humanidad - Fernando Salamero

Capítulo 50

Memorias de ciencia y humanidad.
(Por Fernando Salamero)






Abro un cuaderno enmudecido por los años en un cajón y encontrado, como suele ocurrir, al vencer la pereza y ordenar parte de mis recuerdos. Leo: “Cuántas realidades distintas conviven al mismo tiempo en este mundo… Y cuántas nos esperarán más allá de nosotros mismos…”. Lo escribí así; esperarán. No esperan. Supongo que ya entonces pensaba que el futuro no es algo escrito, sino que lo construimos entre nosotros y los azares cuánticos y clásicos.

Pero no sólo las realidades son múltiples; también, y sobre todo, lo son sus experiencias. Qué diferente es abrir un libro en la juventud, con el misterio como compañero, con las ansias del descubrimiento, frente a hacerlo años más tarde, como visitando a un viejo amigo, buscando quizá esa complicidad. Y añorando, probablemente, esa chispa de excitación que a veces vuelve, de repente, como un calambre instantáneo. ¿No te ha pasado a ti? Estás haciendo algo, cualquier cosa, y hueles casualmente un aroma que, de repente, te transporta a un recuerdo, ahora vívido, de tu niñez. Un aroma, una canción, un paisaje, un rostro…

Fig. 1 …, un camino…


De entre el muestrario de desencadenantes de estos momentos, los libros ocupan un puesto destacado. Los libros físicos, me refiero. Tienen tacto, huelen y tienen la bendita manía de aparecer en cualquier esquina de cualquier estantería de cualquier pequeña tienda de cualquier callejón ignoto… Detrás del polvo, a veces surgen verdaderas joyas, alimento de mente y alma.

Centrándonos en la Física, ese valioso hallazgo fortuito me ha sucedido varias veces. Me ocurrió con uno de los libros más maravillosos que he leído, “El Alma de la Noche”, de Chet Raymo. Y me ocurrió también, lo que es el hilo común de este libro, con las “Lectures” de Feynman; en este caso, en un viejo archivo a punto de renovarse, con su depósito camino del reciclado. Rescaté esos tres volúmenes rojos bilingües, el primero en un estado muy dudoso, como quien se encuentra a un viejo conocido y le abre su hogar para darle calor y cariño. Y aquí siguen. No insistiré una vez más en su valor pedagógico, el resto de capítulos hacen sobradamente ese trabajo; tampoco añadiré más alabanzas a la personalidad de su autor. Me quedo con su conocida invitación a profundizar en el conocimiento y la certeza de que éste no le quita un ápice de belleza al misterio1.

Fig. 2 Un hallazgo fortuito.


Afortunadamente, no fue una isla; otras y otros han continuado y amplificado el mensaje, personas que se han convertido en amistades platónicas duraderas. Carl Sagan fue el primero de estos amigos; el último en unirse ha sido Carlo Rovelli. Y miro atrás y siento con dolor el sesgo de género, el difícil acceso a la publicación masiva que han sufrido las mujeres. Cuántos textos maravillosos me he perdido al no poder leerlas, cuántas inspiraciones nos han sido robadas…

Fig. 3 … y también Rovelli.


Inspiración. Al recurso de las “Seis piezas fáciles”, de Feynman, he pasado con mi alumnado a añadir fragmentos de “Siete lecciones de Física” de Rovelli. Feynman más preciso y metódico; Rovelli más poético y empático. El misterio y la capacidad de comprenderlo siempre es algo que nos remueve por dentro. Pero, sobre todo, el espacio para la introspección y la reflexión, y los modos de hacerlo, muy lejanos del academicismo puro y de la rigidez habitual que la inercia tiende a imponer en la educación reglada. En las ocasiones en las que he hecho una lectura presencial, realmente no tiene precio el poder ver las respuestas de los estudiantes cuando leen frases como “Si no se pierde el tiempo no se llega a ningún sitio, algo que los padres de los adolescentes olvidan a menudo.” (y nosotros, profesores y profesoras, añadiría yo), o también “(…) y a ratos perdidos asistía a clases en la Universidad de Pavía: por diversión, sin matricularse ni hacer exámenes. Es así como se llega a ser científico en serio”. Los y las docentes tenemos una gran responsabilidad. Más en cuanto el mundo cambia más rápido que nunca y nos encontramos con situaciones que en otras épocas eran inimaginables. Espero que no parezca que me miro el ombligo al decir que pienso que nuestra profesión no ha sido nunca tan complicada como ahora, cuando nuestros referentes clásicos en didáctica y pedagogía pertenecen ya a otra realidad, y la organización, los espacios y los currículos actuales se transforman mucho más lentamente de lo que lo hace la sociedad. Esto no es nuevo, pero la contradicción evidente no puede sostenerse por mucho más tiempo. A pesar de todo, la necesidad del libre pensamiento y del espíritu crítico sigue vigente, y en eso la herencia de los clásicos no pierde su valor: “Una de las grandes -si no la mayor - tragedia del hombre moderno”, decía Paolo Freire en el siglo pasado, “es que hoy, dominado por los mitos y dirigido por la publicidad organizada, ideológica o no, renuncia cada vez más, sin saberlo, a su capacidad de decidir”. En ese sentido, añadía “Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos aplicando una pedagogía de la respuesta: los docentes contestan a preguntas que el alumnado no ha hecho”. ¿No es ese el proceder científico? De la importancia de la pedagogía, daba muestras Feynman cuando indicaba que la mejor manera de aprender es enseñar.

Cuando vamos creciendo, el tiempo para pensar, para dejar que las ideas y los sentimientos entren en nosotros, es muy importante. A menudo nuestros recuerdos se fundamentan en esos momentos. Y, al menos a mí me pasa, a menudo también desaparecen y se recuperan cuando ya tienes una cierta edad. A los 20, a los 30, descansaban en algún lugar olvidado de mi cabeza. Luego aparecen, como he descrito antes, y se vuelven claros; no sé si hay algo de construcción en ellos, pero también hay mucha verdad. “Un científico”, tengo escrito en otra libreta, “no es alguien que se dedica a la ciencia profesionalmente, es aquel que piensa científicamente”. De nuevo Feynman: La física no es sólo una asignatura, es una forma de pensar.

Los inicios de mi gusanillo, con Carl Sagan revoloteando continuamente alrededor, los rememoro con una conversación con mi hermano, en la oscuridad nocturna de nuestro cuarto, viendo las estrellas que se colaban por la ventana entreabierta (¡en aquella época aún se veían desde el centro de Huesca!), hablando de sus colores y de su razón de ser; con aquel mi primer libro de Asimov (un libro, siempre un libro) “El Universo”, de Alianza Editorial, donde lo leería también; los rememoro con mis padres, regalándome la maravillosa “Guía del Firmamento” de José Luis Comellas, después de pasarme meses entrando en La Casa de las Novelas a admirarlo; con un coleccionable rojo de Astronomía que compraba todas las semanas; con aquellos primeros artículos del Investigación y Ciencia; con una dedicatoria a mi hermana, que se marchaba, en el libro de Kuhn sobre las revoluciones científicas, escrita con amor y trazada en espiral…

Fig. 4 Mis tesoros.


Somos hijos de nuestra época y de nuestras circunstancias. A menudo me pregunto lo distinto que podría haber sido todo si hubiera ocurrido ahora, no en los años 70 y 80, o si hubiéramos tenido mayor o menor poder adquisitivo, o más opciones de tiempo libre u otro tipo de amigos, o si no hubieran estrenado Star Wars…

Sí, el cine. ¡Qué otro papel tan importante! A menudo no consideramos en su justa medida la influencia de la cultura popular. No hablo de cualquier influencia, hablo de una profunda, que nos ayuda a crecer como personas y a tomar decisiones. ¡Cuántas científicas y científicos tienen un bagaje de lecturas y visionados de ciencia ficción y de fantasía notablemente alto! No es un causa y efecto, desde luego, pero tampoco hay que ser una IA para apreciar cierto tipo de patrón aquí.

Más adelante, vamos creciendo y el mundo se vuelve más complejo. Pasamos de un mundo abierto, lleno de opciones y de futuros no escritos, a otro de urgencias, situaciones y contextos que requieren nuestra atención inmediata. ¿Conseguimos compaginarlo con el seguir soñando? A veces es muy difícil. La Universidad, por ejemplo, se vuelve algo concreto, no un lugar idealizado y, a menudo, la dictadura del día a día nos produce desencanto. Feynman lo describía muy bien en la introducción de sus Lectures, a propósito de la carrera de Física: (…) muchos de ellos se sentían descorazonados porque realmente se les presentaban muy pocas ideas geniales, nuevas o interesantes. Se les hacía estudiar planos inclinados, electrostática, y cuestiones por el estilo, y después de dos años era como para volverse tonto. ¡Qué fácil es que la llama de la ilusión pierda brillo en esas circunstancias! Pero bueno, aunque vengan curvas, más adelante, ya sea a orillas de la carretera o tomando algún camino, nos esperan paisajes dignos de verse. Y de adentrarnos en ellos.

En el proceso, silenciosamente, algunas personas cuidan de nosotros. Estarán cerca o a cientos de kilómetros, pero sabemos que están allí; muchas veces ni hablamos en mucho tiempo o hablamos menos de lo que quisiéramos, pues el ritmo de nuestros días y nuestras noches tiene sus propias inercias. Familia, pareja, amigos… Están allí, en algún lugar, dando fuerza a nuestros corazones, cuando llega el desencanto o el cansancio, en nuestros estudios, en nuestros trabajos. “Mi pueblo es tan pequeño que cabe en mi corazón”, se leía en una de las escenas de la película argentina En un Lugar del Mundo. En el periodo universitario y en los primeros años de trabajo, mi pueblo fue mi madre, ya viuda. Nunca pidió nada. Y dio todo lo que tuvo. El resto, como diría Einstein, son detalles.

Finalmente, llega un momento en el que tu generación no es la que crece, es la siguiente la que lo está haciendo. Y esos mundos que antes en parte te pertenecían y que en parte volaban más allá de ti, son ahora paisajes y promesas nacientes que compartir. Mirar de nuevo, mirar con otros ojos limpios, recuperar emociones y descubrir nuevos misterios ante los que maravillarse. Toda esa felicidad se la debemos a nuestros hijos. A mi hija.

Fig. 5 Un firmamento por descubrir.


Me doy cuenta de que estoy hablando de generaciones y de legado. Abuelas y abuelos, madres y padres, hijas e hijos. Y docentes y estudiantes. Y es que este texto orbita precisamente sobre ello. Porque un papel de la ciencia es el del progreso, el descubrimiento y el bienestar de todas nosotras y nosotros. Pero otro, no menos importante, y compartido con las Artes, es el Legado, el fluir de lo que nos hace humanos, nuestras experiencias y nuestro conocimiento y la apertura, y al mismo tiempo el espíritu crítico ante lo que está por venir y ante nosotros mismos. Ese bien inmaterial que hace de nuestro mundo nuestro mundo, aunque nosotros no seamos los mismos y el mundo no sea el mismo mundo, año tras año, generación tras generación. Aunque a día de hoy, en el año 2024, ni uno solo de los más de 8000 millones de humanos existiera en el 1900, cuando estaban aproximándose las revoluciones cuántica y relativista, cuando ni uno solo de aquellos hombres y mujeres que lo iniciaron están hoy vivos. Y seguimos sintiéndola como nuestra obra, del mismo modo que cuando vemos antiguos restos de viejas civilizaciones o hermosas obras de arte de siglos pasados, nos sentimos reflejados. Nuestra alma está en nuestro pasado y lo seguirá estando en nuestro futuro. Pero no ocurre solo y debemos trabajar duro para ello. En un mundo como el actual, donde guerras, hambres y otras aberraciones asolan a buena parte de nosotros, con la acción de unos y el beneplácito y la omisión de otros, parece fácil olvidarlo y perder la esperanza. Olvidamos con facilidad y volvemos a cometer los mismos errores una y otra vez; justo lo contrario de lo que la ciencia debería recordarnos, que no es sino que el error es fundamental, y que hacer ciencia es recordar lo anterior y poner en duda los dogmas para no perpetuar lo que no debe ser.

¿Por qué nos dividimos? ¿Por qué nos enfrentamos?

Quizá cuando vayamos a las estrellas, cuando nuestros mares sean nuestros cielos y escribamos “aquí hay dragones” con balizas interestelares, miremos atrás y veamos cuán grande y preciosa es nuestra insignificancia.

No pierdo la esperanza.

 


 

Notas:
1 Richard Feynman Series Belleza en Castellano: https://www.youtube.com/watch?v=d2pFeFKjqRc



Fernando Salamero.
Astrofísico.
Departamento de Matemáticas.
IES Pirámide.
Agrupación Astronómica de Huesca.


Créditos Música:
445 5.12
She Moved Mountains by Scott Buckley | https://soundcloud.com/scottbuckley
Creative Commons / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/



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