lunes, 11 de marzo de 2024

Un físico del montón. Del montón bueno - Íñigo Asiáin

Capítulo 04

Un físico del montón. Del montón bueno.
(Por Íñigo Asiáin)






La historia de cómo me adentré en el mundo de la ciencia en general y la física en particular no tiene nada de épica. Nunca fui el niño que miraba a las estrellas ni el que resolvía complejos problemas matemáticos ante la atónita mirada de los adultos. Más allá de formular la pregunta científica por antonomasia, “¿por qué?”, ante cada situación de la vida cotidiana hasta agotar la inmensa paciencia de mis padres, nadie adivinaba por dónde irían mis intereses. Siempre fui un niño de lo más normal, un niño del montón.

Me levantaba perezoso a las 7am y después de pasar las correspondientes largas ocho horas en el colegio, hacía en casa las exageradas montañas de tarea diaria que mandaban para las ocho asignaturas impartidas ese día. Siempre he pensado que estas jornadas eran demasiado para un niño de educación primaria.

Ya en la ESO, los exámenes siempre los pasé sin mayor problema. Recuerdo estar en la habitación dándole la chapa a las paredes una y otra vez recitando las consecuencias económicas de la Segunda Guerra Mundial, las propiedades de las células eucariotas o las relaciones (nada evidentes para mí a día de hoy) entre el cubismo de Picasso y la obra Crónica de una muerte anunciada de García Márquez. Todo el tiempo y el esfuerzo invertidos en la técnica de repetir como un papagayo me hicieron salir airoso de un defectuoso sistema educativo.

Quizás en oposición a esto, siempre me gustaron matemáticas y física. Aunque desde luego no era la opinión más popular, siempre sentí que, entre todas, había dos asignaturas cuyo aprendizaje no me lo planteaba como una repetición hasta la saciedad de un guion que olvidaría a los dos días. Encontraba satisfacción en que el estudio de estas materias se basaba en resolver el puzzle lógico que se escondía tras los enunciados de los ejercicios de trigonometría o planos inclinados y que, además, los resultados pudieran comprobarse correctos o no si entendía lo que estaba haciendo. Entendiendo el temario, sabía que un ejercicio bien resuelto no puede dar que un bloque cayendo por una rampa viaja más rápido que la velocidad de la luz en el vacío o que el coseno del ángulo que forman dos rectas es superior a uno.

El poco tiempo libre que el sistema educativo me dejaba, lo aprovechaba para estar con mis amigos, hablando y haciendo el tonto mientras comíamos pipas en un banco del parque. Aunque el resto del grupo jugaba a fútbol, yo odio el fútbol y, encima, se me da fatal. Siempre tuve mucho más interés por la vida social, hacer nuevos amigos y amigas con los que charlar, sobre todo amigos, aunque eso, por aquel entonces, no me atrevía a decirlo.

Después de dejar la ESO atrás, llegó el bachillerato. Nuevo colegio, nuevas caras y al final del camino la selectividad y un sistema que te obliga a decidir tu futuro con bastante prisa. Pasé de decidir qué cereales quería que me comprase mi madre en el súper a tener que elegir cuál sería la formación académica que diseñaría el resto de mi vida. Estas cosas me ponían nerviosísimo porque pensaba que si me equivocaba la iba a liar para siempre y habría echado todo a perder. El tiempo me ha enseñado a redimensionar ese estrés y a entender que no todo es tan dramático ni definitivo. Pero, por aquel entonces, sentía lo que sentía todo el mundo. Ya he dicho que era una persona del montón, como otra cualquiera.

Por suerte, en ese nuevo colegio di con un profesor que hizo más fácil esa decisión, quizás hasta tal punto que la determinó, C.P. La física que nos enseñaba era cada vez más complicada y requería mayor tiempo de asimilación, pero me gustaba hacer ese esfuerzo extra. Podía decir que realmente tenía ganas de que llegase la siguiente clase de física. C.P. era afable y comprensivo en el trato, pero implacable con tu manera de hablar de física; realmente tenías que ir preparado y eso me dio una base muy buena. Toda mi obsesión por el análisis dimensional (esto es, chequear las dimensiones de las cantidades físicas, i.e., el tiempo en un ejercicio tiene que salir en segundos y no en metros) también viene de él, algo que mis estudiantes sufren a día de hoy.

En cada clase aprendía algo nuevo, pero recuerdo una en especial. Un ejercicio simple durante una clase me supuso un cambio en mi manera de pensar en la asignatura. El experimento de la gota de aceite quizás sea la razón por la que elegí la carrera de Física. La explicación de este experimento combina, por un lado, la física de Newton que aprendíamos para resolver cómo un bloque cae por un plano inclinado, con aquella que describe los fenómenos electrostáticos. Ambos aspectos de la física estaban completamente separados para mí hasta ese momento. Y no sólo eso, sino que en esa clase aprendí también cómo aplicando física realmente básica se logró determinar una propiedad fundamental e inherente de una partícula subatómica como es la carga eléctrica del electrón. Una conexión fascinante entre dos mundos.

Espero conseguir transmitiros en los próximos párrafos el entusiasmo que viví durante esa clase y que os contagiéis de aquello que sentí al estudiar cómo la física conecta lo más mundano con lo más fundamental. He aquí mi homenaje al experimento de la gota de aceite de Robert Milikan y, aún más importante, a todos los C.P. que llenan colegios e institutos:

En 1897, el Premio Nobel de Física J.J. Thomson (Cambridge 1856), tras sus investigaciones sobre los rayos catódicos (compuestos de electrones), había determinado que los electrones poseen carga negativa y, además, la relación entre su carga y su masa al observar la desviación que estas partículas sufrían en presencia de un campo magnético. Lo que con su experimento no pudo determinar fue la carga eléctrica y la masa por separado, es decir, no supo decir cuánta carga eléctrica tiene un electrón ni cuál es su masa, pero sí la división entre ellas.

La obtención del valor fundamental de la carga del electrón no fue posible hasta 1912, con el experimento conocido como el experimento de la gota de aceite, llevado a cabo por Robert Millikan (California, 1868) y su estudiante Harvey Fletcher (Utah, 1884), por el que Millikan fue galardonado con el Premio Nobel de Física en 1923.

Evidentemente, no podían extraer un electrón de un átomo y medir directamente su carga. Por lo tanto, Millikan y Fletcher idearon una novedosa técnica para obtener la carga electrónica: tratarían de equilibrar la fuerza eléctrica que partículas cargadas experimentan en presencia de un campo eléctrico con la fuerza gravitatoria actuando sobre estas partículas en caída libre. Dado que la fuerza eléctrica sobre una partícula está directamente relacionada con el valor de su carga eléctrica, podrían obtener la cantidad deseada. En los siguientes párrafos, explicaré esta idea con más detalle.

Inicialmente, Millikan y Fletcher intentaron utilizar gotas de agua, pero encontraron un problema en el experimento: al someterlas a altas energías eléctricas, las gotas de agua se evaporaban. Fue entonces cuando Millikan propuso el uso de aceite, que, a diferencia del agua, no se evaporaría. En 1907, pusieron en marcha el experimento que años más tarde arrojaría la primera medida de la carga electrónica en la historia.

El sofisticado aparato con el que realizaron el experimento está dibujado de manera esquemática en la figura 1 y en las próximas líneas describiremos las distintas partes que lo componen y el recorrido de una de las gotas de aceite a través de él. Prescindiendo de detalles técnicos y matemáticos, espero haceros ver aquello que tanto me fascinó durante esa clase de bachillerato: cómo física realmente básica, de la que se estudia en la escuela, pudo arrojar luz sobre los aspectos más fundamentales de la naturaleza.

Fig.1 Representación esquemática del aparato con el que se desarrolló el experimento de la gota de aceite por Milikan y Fletcher en 1907. © Augusto Beléndez, artículo en OpenMind BBVA: https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/fisica/millikan-el-fisico-que-llego-a-ver-el-electron/


Todo empieza en el atomizador, un artefacto que todo el mundo hemos utilizado alguna vez en nuestras vidas, presente tanto en un bote de perfume como en una botella de un producto limpiacristales para esparcir por el aire el líquido del interior. Su objetivo en este experimento es pulverizar una pequeña dosis de aceite formando minúsculas gotas y lanzarlas dentro de una cámara donde, bajo los efectos de la gravedad, comenzarán a caer.

Estas pequeñas gotas, que idealmente son diminutas esferas, empiezan a caer libremente en la cámara, pero sólo algunas llegarán, a través de un pequeño orificio, a la siguiente cabina, donde se realizan las medidas del experimento en presencia de un campo eléctrico. El objetivo, como veremos, es estudiar gotas individuales por lo que este agujero actúa como filtro sobre la nube de gotas esparcidas en la primera cámara.

Sin entrar en mucho detalle, reconoceré que no es cierto que las gotas caigan libres, esto significa bajo el único efecto de la gravedad. Las gotas caen inmersas en el interior de un fluido, el aire, por lo que existe otra fuerza sobre la gota debido a la viscosidad del fluido. Esta fuerza no es despreciable y resulta importante para determinar la masa de la gota de aceite. El hablar de este tipo de fuerzas requeriría otro texto aparte y, para el experimento que nos ocupa, no supone ningún añadido conceptual, por lo que simplemente reconoceré que existe y que con ella puede obtenerse la masa de la gota. A partir de ahora, la fuerza debido a la viscosidad del aire no volverá a ser mencionada.

Justo al cruzar la abertura, las gotas de aceite se adentran en la segunda cámara, delimitada por las placas de un condensador (signos positivos y negativos de la figura 1) que generan un campo eléctrico constante entre ellas. La idea de campo eléctrico y cómo éste afecta a las partículas cargadas, puede ser algo abstracta, pero en el próximo párrafo intentaré acercaros a este concepto.

La física se encarga de hacer comprensibles conceptos abstractos, simplificar lo complejo y hacer visible lo que es oscuro, proporcionando explicaciones. Cuando estas explicaciones necesitan ser comunicadas al público general, perteneciente a un ámbito no académico, surge la divulgación científica. Indudablemente, uno de los mayores divulgadores de ciencia del siglo XX es Richard Feynman. Si bien es bastante difícil dejar de señalar la flagrante misoginia que desprenden los textos que él mismo escribe sobre las aventuras en sus investigaciones, impensable a día de hoy gracias a la incansable lucha feminista, me centraré en el tema que nos ocupa. En su capítulo 2 de Seis piezas fáciles, Feynman desarrolla para su público una impecable intuición sobre el concepto de campo eléctrico en contraposición a la “inadecuada” idea de que una carga atrae a otra de signo contraria mágicamente, sin ninguna explicación para esa interacción. En su lugar, asumimos que una carga positiva condiciona el espacio que la rodea de tal manera que, al situarse una carga negativa en ese espacio distorsionado, ésta siente una atracción hacia la positiva. La potencialidad de producir esa fuerza atractiva se denomina campo eléctrico. La idea es la misma que imaginar dos corchos en una piscina. Aunque los dos corchos nunca estén en contacto directo, podemos agitar uno de ellos produciendo movimiento en el otro. La agitación de uno de los corchos distorsiona a su alrededor el agua de la piscina y se propagan ondas que inducen un desplazamiento en el segundo corcho. Por consiguiente, la idea de atracción directa ha de ser reemplazada por la existencia del agua de la piscina en este símil, o la idea de campo eléctrico cuando en lugar de dos corchos tenemos dos cargas eléctricas.

Superado este impasse para tratar de introducir la noción de campo eléctrico, volvemos al experimento de Milikan. Nos habíamos quedado en cómo nuestra gota de aceite atraviesa una pequeña abertura para entrar en la cámara donde hay un campo eléctrico. Pues bien, en esta cámara hay, además, una región irradiada con rayos X, como se señala en la figura 1 con la flecha roja, donde las gotas se cargan eléctricamente. Los rayos X son un tipo de radiación electromagnética de tan alta energía que son capaces de arrancar electrones de las moléculas de aire de la zona irradiada. Estos electrones pueden ser captados por las gotas de aceite que previamente eran neutras, y así éstas adquieren carga. Y no cualquier carga sino exactamente la carga del número de electrones que capten. Si una gota capta un electrón, adquirirá una carga igual a la del electrón; si capta dos electrones, adquirirá la carga del electrón multiplicada por dos, y así sucesivamente.

Una vez cargadas, las gotas de aceite pueden sentir la fuerza eléctrica y llegamos a la fase final del experimento. El campo eléctrico que se produce entre las dos placas paralelas del experimento de Milikan (señaladas con signos positivo y negativo en la figura 1), está dispuesto de tal manera que una carga negativa experimenta una fuerza eléctrica hacia arriba. Además, Milikan podía regular la intensidad del campo eléctrico en su experimento, pudiendo ejercer más o menos fuerza eléctrica sobre la carga. Cuanto más intenso sea el campo eléctrico, mayor será la fuerza eléctrica que experimenta la carga.

Así, en esta última región hay dos fuerzas actuando sobre la gota de aceite cargada negativamente: la fuerza eléctrica que empuja la gota hacia arriba y la fuerza de la gravedad que empuja la gota hacia abajo. El resultado total del movimiento vendrá determinado por cuál es la fuerza más intensa. Imaginad el juego de la cuerda, sokatira para aquellos que hemos nacido en el norte, donde hay dos equipos que tiran simultáneamente de una cuerda desde dos lados, que llamaremos izquierda y derecha. Si el equipo de la izquierda tira de la cuerda con más fuerza que el equipo de la derecha, los dos equipos se moverán hacia la izquierda a la vez. Si, por el contrario, es el equipo de la derecha el que empuja con más fuerza, los dos equipos se desplazarán como un conjunto hacia la derecha. Si ambos equipos tirasen exactamente con la misma fuerza, se mantendrían inmóviles y no habría movimiento en general. Esto es lo que experimenta la gota de aceite, un sokatira entre la fuerza de la gravedad y la eléctrica.

Así, el objetivo del experimento era observar a través del microscopio una gota de aceite en particular e ir variando la intensidad del campo eléctrico hasta que la gota se quede flotando en equilibrio. En ese momento en que la gota de aceite flota y no se mueve ni hacia arriba ni hacia abajo, la fuerza de la gravedad es exactamente igual que la fuerza eléctrica. La fuerza gravitatoria sólo depende de la masa de la gota y puede medirse en el experimento como he dicho antes. La fuerza eléctrica únicamente depende del valor del campo eléctrico y la carga eléctrica. Por tanto, de esta igualdad de fuerzas

m · g = q · E   →   q = m · g / E

donde g es la constante de gravitación sobre la superficie terrestre bien conocida g = 9.8 m / s2, se extrae el valor deseado.

Milikan realizó múltiples mediciones en distintas gotas de aceite y observó que la carga de cada una no era arbitraria, sino un múltiplo de una cantidad fundamental: la carga eléctrica del electrón. Fue así como Milikan y Fletcher lograron, por primera vez en la historia, determinar este valor, que resultó ser q = 1.602 · 10-19 c. La c significa “coulombios” y es una unidad para medir cargas eléctricas.

Han pasado casi quince años desde aquella clase y me encuentro terminando un doctorado en física de partículas. Intento entender algunos de los misterios del bosón de Higgs, la partícula responsable de dotar de masa a las partículas elementales como el electrón. Que me dedique a investigar una partícula que da origen a la masa, otra propiedad fundamental e inherente de las partículas, no sé si será casualidad.

Como no puede ser de otra manera, soy un investigador del montón y soy bastante feliz. Soy de ese montón bueno que a los niños de los 90 nos describió Emilio en la divertida escena de Aquí no hay quien viva donde clasificaba con su característico tono casposo y machista a su novia Belén como “medio guapa y medio lista” en contraposición con Alicia “que está más buena, pero es tonta” y Lucía “que es más lista y está más buena”. Esta última era del selecto montón “que te cagas”.

Yo soy Belén. Vivo feliz pensando en cómo resolver los problemas que plantea mi proyecto de tesis jugando con modelos y ecuaciones sin sentir la presión del montón que te cagas, saliendo de fiesta y construyendo, poco a poco, el futuro que puedo y con quien quiero. Me preocupa cero la validación del Emilio de turno, pero en cambio me preocupa el calentamiento global y sus consecuencias, me preocupa la reconfiguración en Europa de la extrema derecha, enemiga de la Ciencia libre y el progreso, y me preocupan los insoportables feminicidios con los que despertamos cada mañana, los delitos contra el colectivo LGTBI, el acceso a la vivienda y la angustiosa precariedad laboral en mi país.

No soy para nada la idea de genio que puede que os hayan vendido del investigador, ni hace falta serlo para desempeñar bien mi trabajo. Estoy seguro de que todos mis éxitos pueden conseguirlos también los lectores y lectoras de este texto, ya que los he ganado con mucho esfuerzo y algo de suerte, al igual que el resto. Soy físico, un físico feliz, un físico del montón. Del montón bueno.

 



Íñigo Asiáin.
Doctorando en Física.
Institut de Ciències del Cosmos (ICCUB).
Universitat de Barcelona (UB).


Créditos Música:
227 2.31
Starlight Tale by Keys of Moon | https://soundcloud.com/keysofmoon
Creative Commons / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


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