Recuerdo perfectamente el olor de esa biblioteca. No
olía exactamente a libro viejo, ni a cerrado, ni a polvo. Era un aroma seco y
dulzón, que se intensificaba a medida que te adentrabas en la zona del fondo,
donde se encontraban las estanterías metálicas repletas de libros, revistas y
todo tipo de publicaciones. Me encantaba pasear entre esas estanterías. Miraba
los títulos con timidez, sin ni siquiera atreverme a sacar ningún libro para ojearlo,
como asustado por los secretos que se escondían entre sus páginas. Mis ojos
saltaban ágiles de un lomo a otro, quedándose unos segundos de más en los que
me llamaran la atención. Mientras tanto, mi mente fantaseaba, embriagada por
términos que no entendía pero que pronto serían familiares para mí. O eso
creía.
Durante uno de esos paseos sin rumbo por los
pasillos de la biblioteca me fijé en un conjunto de tres libros. Sus lomos eran
de un rojo intenso y estaban encajados en un marco también rojo. Se veían
antiguos y su título no era especialmente sugerente, así que seguí andando sin
prestarles más atención. Pero un nombre se me había quedado, como un eco, en la
cabeza. Feynman. ¿De qué me sonaba? Alguien lo había mencionado hacía poco.
Retrocedí unos pasos y alargué la mano para sacar el primer libro del marco
rojo que los contenía. “The Feynman Lectures on Physics". Lo abrí por una
página al azar y empecé a leer. Cuando la zona lumbar empezó a dolerme, me di
cuenta que llevaba media hora de pie frente a la estantería metálica, perdida
la noción del espacio y del tiempo, absorto en el texto. Cerré el libro
lentamente y estiré la espalda. Mientras le entregaba los tres volúmenes rojos
a la bibliotecaria para que los desmagnetizara, tuve la certeza de que estaba a
punto de entrar en un agujero similar al que llevó a Alicia a su particular
país de las maravillas.
Fig. 1 Feynman, ese nombre me suena...
Por ese entonces yo tenía 19 años y estaba en segundo
de Física en la Universidad de Barcelona. Después de un duro primer curso, en
el que me había sentido abrumado por el álgebra, el cálculo diferencial y la
mecánica analítica, por fin estaba disfrutando de la carrera. Mi mente había hecho
el click necesario y empezaba a ver el mundo con unos nuevos ojos. Percibía la
belleza de la física en todas partes: en el resplandor de la última Luna llena,
en la vibración de una cuerda de mi guitarra, en un beso. Además, tenía un
grupo de amigos con los que pasaba horas hablando de ciencia y filosofía en el
bar de la facultad, entre cafés, cervezas y humo de cigarrillos. La curiosidad
era nuestro motor y cada pregunta era una invitación a explorar lo desconocido.
Mi descubrimiento de las “Lectures” de Feynman
revolucionó totalmente el grupo. Sin dudarlo, decidimos aventurarnos juntos en una
travesía intelectual. Nos sumergimos en las conferencias de Feynman como si
estuviéramos navegando en un océano de ideas fascinantes. Discutíamos
animadamente sobre los enigmas de la teoría de la relatividad y la mecánica
cuántica. Con el tiempo, su lectura se convirtió en más que un simple ejercicio
académico para nosotros. Era casi un ritual sagrado, una experiencia compartida
que nos impulsaba hacia adelante en la búsqueda del saber. Nos reuníamos
regularmente en el local de los estudiantes (una sala con sofás viejos y
futbolín) armados con nuestros libros y las mentes ávidas de conocimiento.
Cuando recuerdo esos encuentros no puedo evitar una
sonrisa. Cuanta inocencia. Nos pensábamos que estábamos desentrañando los
grandes enigmas del universo. Sin ser conscientes que sólo estábamos metiendo
la punta del pie en la orilla de un vasto océano. Pero bueno, éramos muy
jóvenes y habíamos encontrado en la figura de Richard Feynman un ideal, un
referente. Y sus textos nos permitían acercarnos a ese gran personaje.
Creo que, de todos mis amigos, yo era el que estaba
más fascinado con Feynman. Sobre todo, después de leer su autobiografía: "¿Está
usted de broma, Sr. Feynman?". ¡Recuerdo que me fascinó! El libro es capaz
de ofrecer una visión íntima de su vida y su mente, gracias a historias, anécdotas
y reflexiones que abarcan desde su infancia en Nueva York hasta su carrera como
físico teórico y educador renombrado. El libro también destaca el ingenio y el
humor característicos de Feynman, con historias que van desde sus travesuras en
la infancia hasta sus ingeniosas soluciones a problemas científicos. Feynman
revela cómo abordó la vida con una actitud juguetona y una mente abierta,
encontrando inspiración en cada experiencia y desafiando constantemente los
límites del conocimiento humano.
Esa fascinación me acompañó durante los años de la
carrera. Tanto que, cuando la terminé, me planteé hacer un doctorado en física
teórica. Sin embargo, finalmente decidí irme a Madrid a estudiar Ingeniería
Aeronáutica. Fueron cinco años muy intensos, llenos de aprendizajes académicos
y personales. Me enamoré de la ingeniaría espacial y la exploración de otros
mundos. Y decidí que quería dedicarme a eso. Por eso, al acabar los estudios
volví a Barcelona para hacer un doctorado en propulsión espacial en la Universidad
Politécnica de Cataluña. De alguna manera, estaba recuperando el antiguo sueño
de dedicarme a la investigación y a la docencia. Un sueño alimentado, en parte,
por el ejemplo de Feynman.
Desde que terminé el doctorado me he dedicado a investigar
en temas relacionados con la exploración espacial y a dar clases en grados y
masters de Ingeniería Aeroespacial. He acompañado a centenares de chicos y
chicas brillantes en su proceso de formación. Y nunca ha dejado de maravillarme
el poder de explicar las cosas con pasión, intentando encontrar el enfoque
adecuado para captar la atención de los alumnos y hacer más entendible la
materia. Y ahí volvemos a las “Lectures” de Feynman, pues son para mi uno de
los mejores ejemplos de cómo explicar conceptos complejos de una manera
original y cautivadora.
Fig. 2 Feynman en "su salsa". Lectures Photos: https://www.feynmanlectures.caltech.edu/Photos.html
Para mí, la clave para aprender con profundidad es
la curiosidad. Ganas de llegar al fondo de las cosas, de encarar las preguntas
sin miedos. Y debo reconocer que no siempre me es fácil dar clases a futuros
ingenieros, porque muchos de ellos no tienen esa curiosidad que suele
caracterizar a los físicos. Es normal, unos quieren encontrar soluciones
prácticas y rentables a problemas reales, mientras que los otros pretenden
descifrar el funcionamiento del universo que nos rodea. Así que en mis clases
suelo hablarles de Feynman y sus aventuras. También les hablo de Einstein o
Fermi, grandes mentes movidas por una inmensa curiosidad.
Por lo que he podido comprobar a lo largo de muchos
años de docencia, la mayoría de mis estudiantes conectan bien con ese mensaje y
se sienten motivados a aprender desde la curiosidad y la mirada crítica. Muchos
me lo han comentado cuando he tenido la oportunidad de charlar con ellos
después de que hayan acabado sus estudios. Por supuesto, hay también alumnos a
los que no les parece interesante este enfoque, y prefieren aprender lo que hay
que hacer para resolver cada problema, sin mirar más allá. Me parece también
muy lícito. Ambos perfiles tienen sus puntos fuertes. Pero yo no puedo evitar verlo
todo con los ojos de aquel joven que un día se encontró tres libros rojos en
una biblioteca y se los llevó a casa como quien lleva un tesoro. Sigo siendo
ese joven y espero no dejar de serlo nunca.
Para terminar, comparto tres citas de los tres
físicos que he mencionado más arriba, pues me parecen muy acertadas. Y me
despido animándoos a encarar el mundo con la mirada curiosa de los niños.
Puedo vivir con dudas e
incertidumbre. Creo que es mucho más interesante vivir sin saber que tener
respuestas que podrían ser erróneas. Tengo respuestas aproximadas, creencias
posibles y diferentes grados de certeza sobre diferentes cosas, pero no estoy absolutamente
seguro de nada, y de muchas cosas no sé nada, como por ejemplo si significa
algo preguntar por qué estamos aquí. Quizás lo piense un poco, pero si no puedo
resolverlo, entonces paso a otra cosa. Pero no necesito saber una respuesta. No
siento miedo por no saber cosas, por estar perdido en un universo misterioso
sin ningún propósito, que es lo que realmente es, hasta donde yo sé. No me
asusta.
Richard Feynman.
“Yo no tengo talentos especiales. Solo soy
apasionadamente curioso.”
Albert Einstein.
"Creo en la intuición y la inspiración. La
imaginación es más importante que el conocimiento. Porque el conocimiento es
limitado, mientras que la imaginación abarca el mundo entero, estimulando el
progreso y dando origen a la evolución.”
Enrico Fermi.
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