Richard Feynman fue uno de los físicos más
brillantes y carismáticos del siglo XX, reconocido por infinidad de aportes
entre los que se destacan la formulación de la mecánica cuántica mediante
integral de caminos y sus famosos diagramas de Feynman, con los cuales
desarrolló la Electrodinámica Cuántica, y le valieron el premio Nobel de Física
en 1965.
Más allá de su evidente estatura académica, es
imposible soslayar su enorme impacto en el desarrollo de la física y en el
estímulo de nuevas carreras científicas. Lo prueban los innumerables
testimonios y la inmensa cantidad de artículos y libros que lo citan de las más
diversas formas, llegando a permear incluso en la cultura popular, alcanzando
características sociales que lo sitúan al nivel de un rockstar del mundo de la
física y de la cultura “cientófila” en general.
En lo personal soy uno más de los miles que han sido
tocados por su estilo, por su forma de ver y explicar la física. Porque Feynman
fue, entre muchas otras cosas “el gran explicador,” un maestro en ese arte de
comunicar la ciencia, esencial para enseñar y divulgar. Sus lecciones las
empecé a conocer de a poco, siendo estudiante de física, junto con sus
historias y anécdotas a través de entrevistas, reportajes y libros. Un buen
día, quien es hoy mi esposa me regaló para mi cumpleaños las míticas Lectures
on Physics, en español. Una obra en tres volúmenes basada en los cursos
introductorios de física universitaria que Feynman impartió en el Instituto
Tecnológico de California (Caltech), entre los años 1961 y 1963, que con ayuda
de sus colegas Robert B. Leighton y Matthew Sands, se transformaron en los
libros que serían publicados en 1964, un año antes de recibir el Nobel. Las
Lectures on Physics son únicas, singulares como su autor, que no se pueden
catalogar junto a los clásicos libros de texto. Son mucho más que eso. Son
libros que nos pasean con fluidez por toda la física, con una claridad y
entusiasmo que es muy difícil de encontrar en otras obras. Un deleite
intelectual que nos enseña a pensar y a mirar los fenómenos naturales con
nuevos ojos y que nos deja con ganas de seguir aprendiendo y de investigar para
entender cómo funciona el mundo que nos rodea. Mucho más que textos
tradicionales de física, las Lectures on Physics son complementos ideales para
cualquier curso de física, y no solo para los estudiantes, sino para los
docentes. Feynman es maestro de maestros. Todas y cada una de sus lecciones
proporcionan una mirada fresca, y algún nuevo enfoque, incluso en aquellos
temas más simples y transitados. Esto se debe a su peculiar forma de ser.
Feynman no dejaba de preguntarse. Preguntar e indagar hasta entender era parte
de su esencia, de su estructura. Y esa curiosidad, agudeza y solidez lógica
están siempre allí, atravesando la página, contagiándonos amor por la ciencia,
no solo por conocer sino por algo tal vez más importante: hacer ciencia. Esta
personalidad fermental, vibrante, tuvo un giro casi dramático, sin el cual tal
vez nunca hubiéramos conocido al Feynman que el mundo conoció. Una historia tan
íntima y sin embargo (o tal vez por eso) tan poderosa que me llenó de lágrimas
la primera vez, y me sigue emocionando cada vez que vuelvo sobre ella.
Cuenta Feynman que al final de la segunda guerra
mundial fue contratado como profesor en la Universidad de Cornell. Venía
agotado emocionalmente del proyecto Manhattan y de perder a su esposa tras una
dura enfermedad. Insertarse como joven profesor no fue fácil. A pesar de que le
encantaba preparar y dar sus cursos, se sentía desmotivado, frustrado, casi al
borde de la depresión por no sentirse inspirado ni tener la misma pasión por la
física que había tenido cuando era estudiante. Estaba bloqueado creativamente,
“quemado”, según sus propias palabras, porque no tenía rumbo ni ideas nuevas
para avanzar como investigador.
Su fama se había hecho notar entre los físicos más
sobresalientes de su época, antes y durante el proyecto Manhattan. Le llegaban
ofertas de trabajo de otras universidades que solo empeoraban su estado, ya que
sentía la culpa y la presión de no estar a la altura de las expectativas.
Incluso Einstein lo invitó a trabajar en el Instituto de Estudios Avanzados de
Princeton, contemplando una oferta especial que le permitiría mantener la
docencia, a sabiendas de que Feynman no aceptaría un puesto que fuera
exclusivamente de investigador.
Un día, Bob Wilson, director del laboratorio de
Caltech, le habló con palabras que lo marcaron: "Feynman, estás haciendo
un buen trabajo. No tienes por qué angustiarte por lo que estás haciendo o
dejando de hacer". Estas palabras lo liberaron de la culpa y lo animaron a
reencontrarse con su pasión por la física. Le hizo comprender que no era
responsable de las expectativas que otros pudieran tener sobre él, y que su
valor no dependía de su capacidad para cumplirlas.
Este cambio de perspectiva le permitió a Feynman
reencontrarse con su pasión por la física. Decidió dedicar su tiempo a
"jugar" con la física, sin importar la importancia o utilidad de sus
investigaciones. Se liberó de la presión y se sumergió en el placer de la
exploración científica. El placer por descubrir.
Un día en la cafetería de la Universidad, solitario
y desilusionado de sí mismo, observó cómo se bamboleaba una bandeja con el
escudo de Cornell, que alguien había lanzado al aire. Se preguntó por qué la
rotación de la bandeja era más rápida que el bamboleo.
Fue un momento tímido, pero luminoso, porque a
partir de esta simple observación, Feynman se sumergió en un análisis profundo
de las fuerzas y la dinámica del movimiento, descubriendo la relación de 2:1
entre la velocidad de rotación y el bamboleo. Pero no se detuvo allí. El
problema de física cotidiana lo invitó a profundizar en las causas, en el
significado físico del resultado que había encontrado. Entender, pero realmente
entender el fondo del asunto. Simplemente lo hizo por jugar con la física, por
simple y libre curiosidad, pero esta experiencia vital, casi de iluminación, le
devolvió la confianza en su capacidad para hacer física y resolver problemas
complejos.
Por primera vez en mucho tiempo, Feynman se sentía
entusiasmado nuevamente con la física. Tanto así que fue a discutir su
“hallazgo” con el gran físico nuclear Hans Bethe, su referente en Cornell, y
por quien Feynman había elegido trabajar allí. Bethe, con cierta apatía, le
dijo: “Feynman, todo eso está muy bien, ¿pero qué importancia tiene? ¿Por qué
lo estás haciendo?”. Lejos de desmotivarse, Feynman le respondió: ¡Ja! No tiene la más mínima importancia. Lo estoy
haciendo sólo por divertirme. Evidentemente la experiencia de
la bandeja le había devuelto su confianza, más allá de lo que dijeran incluso
las mentes más brillantes y respetadas.
Fig. 1 Feynman y Bethe años más tarde. Richard Feynman and Hans Bethe, 1966, 1.10-106. Caltech Images Collection, Images. California Institute of Technology Archives and Special Collections. https://collections.archives.caltech.edu/repositories/2/archival_objects/106302 Accessed April 02, 2024.
Feynman cuenta que este "juego" con las
ecuaciones del bamboleo lo llevó a retomar su trabajo en física cuántica, a
preguntarse cómo serían las órbitas de los electrones en condiciones
relativistas, a trabajar sobre la ecuación de Dirac, y a volver sobre el
problema que lo apasionaba desde su tesis doctoral, la electrodinámica
cuántica, las integrales de caminos, y los diagramas de Feynman, que finalmente
lo conducirían, casi jugando, casi sin esfuerzo aparente, al Premio Nobel de
Física.
La ciencia puede tener momentos áridos, incluso
agotadores o simplemente rutinarios. Pero también puede ser, si nos proponemos,
una aventura emocionante y llena de descubrimientos. Un espacio para liberar la
curiosidad y jugar con mente inquieta. Para descubrir la física en cada rincón
de nuestra vida cotidiana. Para explorar el mundo con mirada lúdica y encontrar
soluciones creativas a problemas que en un principio pueden parecer complejos.
Una actividad inspiradora que puede conjugar al aficionado y al profesional,
con el simple y maravilloso placer de descubrir.
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