El siglo XX puede que terminase con muchas
incertidumbres, pero hay una idea que se ha convertido en certeza
incuestionable: ningún ciudadano podía considerarse “culto” si no era poseedor
de una adecuada “cultura científica” … como nos ha ido demostrando el siglo XXI
con terraplanistas, negacionistas del cambio climático o conspiranoicos
acientíficos en sus muy variadas manifestaciones. En esta tarea a nivel
internacional parece obligado recordar la influencia de la serie documental Cosmos de Carl Sagan, o el papel que
jugaron antes los libros y conferencias de Richard Feynman.
Por supuesto, en clave española recordamos con
enorme cariño la labor pionera de Félix Rodríguez de la Fuente y su El hombre y la tierra, pero no ha
permeado aún en la sociedad española la deuda que tiene con Rafael Calvo Hernando
promoviendo la creación en 1973 de la Asociación Española de Periodismo
Científico. Tampoco se suelen reconocer los esfuerzos de un pequeño e
ilusionado colectivo de historiadores de la ciencia como Santiago Garma o
Ernesto García Camarero, que permitieron que en 1976 comenzara sus actividades
la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas. Y, sobre
todo, se desconoce el débito que tenemos con el [en los momentos de escribir
estas líneas nueve veces doctor] Prof. Francisco González de Posada (Cádiz,
1942), quien, en 1979, creaba, adscrita a su recién obtenida Cátedra de
Fundamentos Físicos de las Técnicas de la [entonces conocida como] Universidad
de Santander, la primera unidad de cultura científica de todas las universidades
españolas, para la que eligió un nombre [entonces] subversivo y pionero que
admitía pocas interpretaciones: Aula de
Cultura Científica, y un objeto perfectamente definido en su acta
fundacional: “Cultivar, fomentar, desarrollar y difundir la Cultura Científica”.
Fig. 1 Portadas de la primera y la última Memoria del Aula de Cultura Científica.
Introducido y desarrollado [inicialmente] en la
sociedad montañesa [por extensión, en la española] el concepto de “Cultura
Científica”, después de tres cursos [1979-1980, 1980-1981 y 1981-1982] llenos
de ciclos de conferencias impartidos y monografías de divulgación científica publicadas
[además de algunas exposiciones organizadas], generando escenarios de culturización
y comunicación científica, las autoridades académicas que ostentaban entonces
el poder en la universidad santanderina imponían la desvinculación institucional
del Aula de la Cátedra de Fundamentos
Físicos y la prohibición de utilizar los símbolos de la universidad “por no
considerar que estas actividades [científico-culturales] estén comprendidas
dentro de las tareas docentes o de investigación” de una universidad española
como era la “de Santander” de entonces.
En efecto, la reinstauración de la democracia en
España en 1976 había traído consigo unas novedosas iniciativas que las inercias
del sistema dificultaban. A González de Posada podían clausurarle [y a
la universidad española privarle de] la primera unidad de cultura científica.
Pero lo único que consiguieron fue que en 1983 crease la asociación cultural
[privada] Amigos de la Cultura Científica
… el mismo año que se promulgaba la Ley de Reforma Universitaria, norma que
(con sus modificaciones posteriores) marcaría el camino que debía seguirse en
el servicio público de la educación superior. De hecho, desde su “Artículo
primero”, y aunque parece que aún hoy el estamento académico no ha asumido sus
mandatos, la LRU establecía cuales eran las cuatro “funciones de la Universidad
al servicio de la Sociedad”. La primera, la investigación, definida como “la
creación, desarrollo, transmisión y crítica de la ciencia, de la técnica y de
la cultura”. En segundo lugar, la docencia, descrita como “la preparación para
el ejercicio de actividades profesionales que exijan la aplicación de
conocimientos y métodos científicos o para la creación artística”. Una y otra
funciones parecen obvias, pero la LRU explicitaba otras dos funciones de las
que, tristemente, se olvida con demasiada frecuencia el profesorado. Así, la
tercera exigía de la Universidad “el apoyo científico y técnico al desarrollo
cultural, social y económico, tanto nacional como de las Comunidades
Autónomas”. Y, sobre todo, la cuarta recordaba al personal docente
universitario una obligación ineludible: “la extensión de la cultura
universitaria” … a la Sociedad a cuyo servicio debemos estar. Estas ideas se
desarrollarían en 1986 en los “Objetivos generales” del Plan Nacional
establecido en la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación
Científica y Técnica.
Realmente, 1976 fue un año mágico para los
españoles, especialmente para los dos únicos catedráticos “de Ciencias” exiliados
que eran suficientemente jóvenes en 1936 como para no haber alcanzado la edad
de jubilación (o haber fallecido) antes de poder reincorporarse a sus cátedras
desde el exilio una vez recuperada la democracia y haberse aprobado la Ley de
Amnistía: Francisco Giral González (Farmacia, Universidad de Salamanca) y
Augusto Pérez-Vitoria (Química, Universidad de Murcia). Y es que, para conocer
la Memoria Histórica de la Ciencia española y quiénes han sido sus guardianes,
conviene mirar hacia el pasado y recuperar los testimonios de sus
protagonistas, entre los que, obviamente, destacan Pérez-Vitoria y Giral. Este último
dejó escrita con claridad meridiana, para todo aquel que quisiera leerlo en el
futuro, en el prólogo de su libro Ciencia
española en el exilio (Anthropos, 1994; del cual el autor de estas líneas
había editado los primeros seis capítulos en 1989), la situación que se
encontraron al recuperarse la democracia tras la muerte de Franco:
Al reingresar en el escalafón de universidades en 1977, fui asignado a la
Universidad de Salamanca. Previamente, había solicitado su reincorporación
Augusto Pérez-Vitoria, Catedrático en la Universidad de Murcia. Fuimos los dos
únicos catedráticos del exilio que estábamos en situación de volver en activo a
la Universidad antes de cumplir la edad reglamentaria de la jubilación. La
mayoría de los Catedráticos exiliados habían fallecido ya o rebasado la edad de
jubilación.
Estando en Salamanca, un buen día recibí la llamada telefónica desde
Santander de Francisco González de Posada. Con apoyo de los Amigos de la Cultura Científica fui
invitado varias veces a disertar sobre “Ciencia española en el exilio”, lo que
se cumplió entre 1980 y 1982.
El interés de González de Posada por los científicos del exilio
sobresalió desde el primer momento, llegando a adquirir niveles de auténtica
emoción, lo que no ha sido frecuente en esta España llamada de transición.
Y para que no quedase ninguna duda, Francisco Giral
concluía el Prólogo de esta obra monumental sobre el exilio de la Ciencia
española escribiendo: “En este libro sobre la obra de los científicos españoles
del exilio he tenido la valiosísima ayuda de Francisco González de Posada
y de Augusto Pérez-Vitoria, a quienes hay que considerar como coautores de esta
labor”. Al fin y al cabo, el libro había sido un encargo de González de
Posada en 1982 … y, teniendo en cuenta que si el coronel no tenía quien le
escribiera, Giral no tenía quien le publicase su obra, al autor de estas
páginas le correspondió en 1988 el honor de coordinar la edición de los seis
primeros capítulos en una monografía con el mismo título … que se pudo publicar
en 1989 en el número 33 de la colección Aula
de Cultura Científica, con la colaboración del Centro de Investigación y
Estudios Republicanos (CIERE).
Fig. 2 Portadas de las dos ediciones (1989 y 1994) del libro de Francisco Giral.
Efectivamente, hace ya más de 40 años, González
de Posada comenzó, prácticamente en solitario, la ineludible tarea tanto de
culturizar, en general, a la sociedad, como de recuperación de la memoria de
los científicos españoles más importantes del primer tercio del siglo XX, lo
que se ha venido en llamar la Edad de Plata de la Cultura española;
prácticamente todos, de una manera u otra (en el exterior o en el interior),
exiliados tras el proceso de depuración consecuente a nuestra Guerra Civil.
Para ello, para que los españoles pudieran conocer lo que habían sido y
significado Blas Cabrera, Enrique Moles, Julio Palacios, Arturo Duperier, Ángel
del Campo, etc. (además de conocer los problemas ambientales del progreso
científico cuando nadie hablaba de ellos) fue concibiendo y desarrollando
sucesivos ciclos de conferencias: “Historia de la Física” (noviembre-diciembre
de 1979), “Física y Tecnología energéticas” (enero-marzo de 1980), “Fuentes de
energía” (abril de 1980), “Ciencia y pensamiento” (mayo-junio de 1980), etc.
Fig. 3 Ciclos de Conferencias sobre “Física y Tecnología energéticas” y “Física española”.
En particular, en el primer ciclo sobre “Física
Española”, organizado en noviembre de 1980 en colaboración con la Fundación
Botín de Santander, González de Posada invitó, entre otros (además de a
Francisco Giral) a Nicolás Cabrera a glosar la vida de su padre, Blas Cabrera, a
José Aguilar Peris a hacer lo propio con Julio Palacios, a Agustín Udías a hablar
sobre Arturo Duperier, a Fernando Rico a resumir la obra de Miguel A. Catalán, etc.
Como suele decirse, las palabras se las lleva el viento, especialmente en unos
tiempos en los que los podcasts y los vídeos de Youtube ni se imaginaban, por
lo que el esfuerzo organizativo de las conferencias se completaría con la
publicación de las lecciones impartidas en la colección de monografías que,
contra viento y marea, a modo de easy
pieces, seguiría publicando para su distribución gratuita entre la
ciudadanía llevando el nombre de la proscrita Aula de Cultura Científica.
Fig. 4 Monografías sobre Blas Cabrera y Miguel A. Catalán en Aula de Cultura Científica.
La primera exposición [y el correspondiente ciclo de
conferencias] organizada en 1982 todavía desde el Aula de Cultura Científica, en colaboración con la Fundación
Santillana y exhibida ese mismo año en el CSIC, en el marco de la conmemoración
de los “50 años de investigación en Física y Química en el Edificio
Rockefeller. Madrid, 1932-1982”, se dedicó al físico Julio Palacios, quien, por
su condición de monárquico donjuanista, fue confinado en Almansa en 1944 como
prólogo al autoexilio en Lisboa que el Régimen favorecería a partir de 1947.
Fig. 5 Catálogos de las exposiciones sobre Julio Palacios organizadas en colaboración con la Fundación Santillana en 1982.
Al año siguiente, 1983, ya desde la asociación Amigos de la Cultura Científica, en el
marco de la conmemoración del centenario del nacimiento de Enrique Moles, González
de Posada convocó (y reconcilió) a los antiguos colaboradores y discípulos
de Blas Cabrera en el Instituto Nacional de Física y Química (el “Rockefeller”
de la Junta para Ampliación de Estudios), antiguos compañeros, separados por el
exilio de algunos de ellos. Entre todos los que se reencontraron pueden
destacarse Fernando Velasco, Amelia Garrido Mareca, Leopoldo Izu, Carlos López
Bustos, Augusto Pérez-Vitoria, Fernando González Núñez, y, muy especialmente,
Beatriz Moles Calandre, nieta tanto de Enrique Moles como del Dr. Luis
Calandre.
Fig. 6 Descendientes de Moles y sus últimos compañeros y colaboradores en el antiguo Instituto Rockefeller aún vivos en 1983. Fotografía realizada por González de Posada.
Todos ellos, conscientes de los pocos años que les
quedaban de vida, sabiendo que ni sus descendientes ni, lo que era mucho peor,
sus “discípulos”, por diferentes razones, iban a poder llevar a cabo esta
tarea, y que solamente González de Posada [y sus colaboradores] estaba[n]
en aquellos momentos dispuesto[s] y capacitado[s] para dedicarse a la
recuperación de la memoria de la Física y la Química españolas en general, y de
todos ellos en particular, le fueron haciendo entrega antes de fallecer de algunos
materiales docentes y de investigación anteriores a la guerra civil que habían podido
conservar tras el conflicto.
En 1985 González de Posada completó el
panorama de figuras historiables (que merecían ser historiadas) de nuestro
pasado científico reciente organizando nuevas exposiciones y nuevos ciclos de
conferencias para la Fundación Santillana sobre otras figuras de la Edad de
Plata como Leonardo Torres Quevedo, Augusto González de Linares, los primeros
prehistoriadores, figuras de la Medicina de Cantabria, etc.
Fig. 7 Catálogos de las cuatro exposiciones sobre “Científicos Montañeses” organizadas en la Fundación Santillana (1985).
Y, en efecto, a recordar, reivindicar y difundir la
figura de Leonardo Torres Quevedo ha dedicado González de Posada un
enorme esfuerzo durante muchos años, empezando por 1986, cuando decidió que se
debía conmemorar el Cincuentenario del fallecimiento del inventor con la
erección de una estatua en bronce, la organización de un primer Simposio, la
celebración de ciclos de conferencias, etc.
Fig. 8 Convocatoria de la suscripción popular y subasta de cuadros organizada para la erección del monumento a Torres Quevedo en Santa Cruz de Iguña (1986).
Exiliado en París en octubre de 1936, el padre de la
física moderna española, Blas Cabrera Felipe, llegó a México en 1941, donde
fallecería en 1945. Le había acompañado a Francia su hijo pequeño, Nicolás
Cabrera Sánchez, quien continuaría su exilio en los EE.UU. Desde su regreso a
España en 1968, Nicolás comprobó el prácticamente nulo interés existente por
conservar y difundir el legado de su padre. Ya en 1988, sabiendo que su final
estaba cerca [fallecería en 1989] siguió el ejemplo de los colaboradores y
discípulos de su padre que quedaban vivos: recurrió a Francisco González de
Posada, quien estaba preparando un nuevo “Homenaje a la Cultura Científica
española”, con exposiciones y ciclos de conferencias que solamente él seguía
ofreciendo a la sociedad española desde Amigos
de la Cultura Científica, en esta ocasión reuniendo a Blas Cabrera, Enrique
Moles y Xavier Zubiri en el marco de la Universidad Internacional de la Axarquía
en Vélez-Málaga.
Fig. 9 Exposiciones del “Homenaje a la Cultura Científica española”. Vélez-Málaga, 1988.
En 1991 debían conmemorarse dos efemérides
singulares en nuestra historia científica reciente. La primera, los 75 años de
funcionamiento ininterrumpidos sin haber tenido ningún accidente del
Transbordador del Niágara (que se inauguró en el Parque de las cataratas del
Niágara, Canadá, el 8 de agosto de 1916) de Leonardo Torres Quevedo, el primer
teleférico para personas de Norteamérica. La segunda, el centenario del
nacimiento en Paniza (Campo de Cariñena, Zaragoza) del primer discípulo de Blas
Cabrera y, desaparecido el científico canario, la figura de referencia para
todos los físicos españoles que estudiaron con sus libros entre los años cuarenta
y setenta del siglo pasado, Julio Palacios.
Para conmemorar debidamente el aniversario del
Transbordador del Niágara, González de Posada (con la colaboración del
autor de estas páginas) organizó desde Amigos de la Cultura Científica dos
exposiciones y un ciclo de conferencias en la Asamblea Regional de Cantabria
(febrero-abril de 1991), y una tercera exposición, un Simposio (el segundo,
tras el celebrado en Molledo en septiembre de 1987) y un ciclo de conferencias
(julio-agosto de 1991) en el marco de la Universidad en el Real Valle de Camargo
(Cantabria).
Fig. 10 Portadas de las tres exposiciones sobre Torres Quevedo organizadas en 1991.
Para conmemorar el Centenario de Julio Palacios, González
de Posada (con la colaboración del autor de estas páginas) concibió una
nueva exposición (exhibida en Paniza, Camargo, Zaragoza, Huesca, Madrid y
Lisboa), un Congreso (celebrado en la Universidad en el Real Valle de Camargo),
varios cursos universitarios de postgrado sobre Análisis Dimensional (la
disciplina que consagraría internacionalmente a Palacios) y diferentes ciclos
de conferencias.
Fig. 11 Portadas de los cuatro catálogos publicados de la exposición sobre Julio Palacios, 1991.
Fig. 12 Cursos universitarios, Congreso y ciclo de conferencias sobre Julio Palacios.
En 1995 se podía conmemorar el Cincuentenario de la
muerte de Blas Cabrera en el exilio. La Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) acogió la idea y en los actos organizados participaron Blas Cabrera
Navarro, prestigioso catedrático de Física en la Universidad de Stanford (EE.UU.),
hijo de Nicolás Cabrera y Nieto de Blas Cabrera Felipe, y el Prof. González
de Posada. En España tuvo que ser nuevamente González de Posada (también
de nuevo, con la colaboración del autor de estas páginas) el que organizase otra
exposición que itineraría por las islas de Lanzarote, Gran Canaria, Tenerife y
de vuelta a Lanzarote entre enero y junio de ese 1995. En esta exposición destacarían
los paneles bien conservados que Carmen Cabrera, nieta de don Blas, había
preparado para la Universidad Internacional de la Axarquía en 1988 y se
reprodujeron en el catálogo. Unos meses después,
en noviembre, organizamos el Congreso “Blas Cabrera: su vida, su tiempo, su
obra” con sesiones también en Lanzarote, Gran Canaria y Tenerife.
Fig. 13 Portadas del tríptico y el catálogo de la exposición, y del tríptico del Congreso sobre Blas Cabrera (1995).
Como fruto de todas estas actividades, González de Posada consiguió que el Cabildo de Lanzarote crease en 1996, en Arrecife, el “Centro Científico-cultural Blas Cabrera”, donde quedó puesta la exposición de forma permanente, punto de partida del “Museo de la Física y la Química españolas”. A partir de ese año 1996, González de Posada logró que el Cabildo de Lanzarote financiara la organizando de cursos universitarios de verano, conferencias, congresos, nuevas exposiciones sobre Blas Cabrera y sus colaboradores, especialmente, Julio Palacios, Enrique Moles, Ángel del Campo y Arturo Duperier.
Fig. 14 Catálogos de las exposiciones sobre Palacios (1996) y Moles (1997) en Arrecife.
Otra de las iniciativas emprendidas por González
de Posada fue la dirección de las “Obras Completas de Blas Cabrera”.
Teniendo en cuenta la magnitud de la producción científica de Cabrera, el reto
era muy complicado e hizo falta un esfuerzo considerable para conseguir
patrocinadores, autores de estudios introductorios, etc. Entre 1996 y 2002 consiguió
que se fueran publicando los 14 volúmenes.
Fig. 15 Primero y último de los catorce volúmenes de la Obras Completas de Blas Cabrera.
Todas estas actividades en Lanzarote terminaron
cuando el Cabildo decidió cerrar en 2004 el Centro Científico-cultural Blas
Cabrera. En cualquier caso, el guardián de la Memoria de la Ciencia española
continuó su labor, tanto en las Islas Canarias como a lo largo y ancho de la
península, con innumerables conferencias, nuevos libros, más congresos, etc.,
etc., etc.
Esta ingente labor de creador y divulgador de
Ciencia ha estado centrada, a partir de su jubilación “oficial” en 2012, en la
realización de ocho nuevas tesis doctorales que se han ido añadiendo a sus
licenciaturas en Ingeniería de Caminos, Filosofía, Física y Teología, y a su
primera tesis doctoral en Ingeniería de Caminos: en Teología, Filosofía,
Sociología, Medicina, Filología, Química, Historia y Economía. A ellas se unirá
en breve la décima, la que le faltaba; porque, aunque no se llama Feynman, González
de Posada también será doctor en Física.
Francisco González de Posada
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