Cuando era niño, un día
estaba jugando con una camioneta “exprés”, una pequeña camioneta con una
barandilla alrededor. Tenía una pelota metida dentro y cuando tiraba de la
camioneta, me daba cuenta del movimiento que hacía la pelota. Fui a donde
estaba mi padre y le dije, “papá, he notado algo. Cuando tiro de la camioneta,
la pelota rueda hacia atrás y cuando paro de repente la camioneta, la pelota
rueda hacia adelante. ¿Por qué pasa eso?”.
“Eso, ¡nadie lo sabe!” me
contestó mi padre. “La regla general es que cualquier cosa en movimiento tiende
a seguir moviéndose de la misma manera y las cosas que están quietas, tienden a
seguir en reposo hasta que las empujas fuerte. A esto se le llama inercia, pero
nadie sabe por qué ocurre en realidad.” Después siguió y me dijo “Si miras
desde un lado, verás que es la parte de atrás de la camioneta la que estás
empujando hacia la pelota y la pelota permanece quieta en ese instante. En
realidad, la fricción hace que la pelota se mueva hacia adelante un poquito en
relación con el suelo que pisas; no se mueve hacia atrás.” Observé lo que
pasaba cuando miraba de lado y comprobé que mi padre tenía razón.
Richard Feynman.
Ese es el tipo de mente
inquisitiva que Richard Feynman desarrolló desde pequeño (Dick, como lo
llamaban los amigos, pero, aunque me gusta, no me considero con las
credenciales para tratarlo tan coloquialmente). Él cuenta cómo su padre le
enseñó a fijarse y darse cuenta de las cosas que ocurrían a su alrededor.
Probablemente Richard fue, además de un ser muy inteligente, un gran conocedor
de su entorno y es posible que eso le ayudara a adquirir la enorme facilidad
que tenía para explicar conceptos altamente abstractos en un lenguaje sencillo
y con ejemplos cotidianos. Yo imagino que con la misma profundidad con la que
llegó a entender su entorno, entendía también la física más fundamental la cual,
además, era capaz de transmitir, no como conceptos indescifrables y exóticos,
sino de tal manera que al escucharle hablar es como que pudieras experimentar
la realidad física que explicaba mientras la dejaba salir de su boca.
No fue
Feynman mi motivación hacia la física -lo cual es una pena pues queda realmente
bien decir que la inspiración de esta vocación viene de un personaje tan carismático
como lo fue él-. En realidad, la motivación nacía dentro de mí, solo que no
sabía que su nombre era Física, o más bien, que esa motivación la iba a
proyectar sobre la física. Supe quién era Richard Feynman bastante más tarde,
durante mi carrera universitaria.
Yo nací
en un pueblo del Páramo leonés que tenía un castillo; entre los muchos que
tienen castillo por aquella zona. Fui la segunda de una familia numerosa de 5
que vivía en una casa de dos pisos. La planta baja era una tienda y la segunda planta
alojaba lechuzas -que de aquella sí se acercaban por los pueblos- y otros
pájaros que entraban y salían por los agujeros de una fachada sin arreglar. La
primera planta, eso sí, era un cálido hogar.
Me
encantaba subir al piso de los pájaros. Era un recinto de la casa que a mí me
parecía recóndito, sibilino y enigmático. La obra de construcción de ese piso
estaba sin acabar y no se nos permitía subir. Allí se acumulaban cosas que ya
no se usaban o que habían quedado muy viejas, pero para mí, subir allí era como
entrar en otra realidad. Si pienso en aquella época me llega el recuerdo de
estar imaginando existencias ocultas que en realidad me apasionaban. Si a eso
le añadimos las casas abandonadas del pueblo y entrar al castillo o escalar por
sus muros hacia las torres -que en aquellos días todavía nadie se había
preocupado de mantener-, me doy cuenta de que buscar e investigar en lo
desconocido era lo apasionante para mí. Algo que probablemente sea muy común en
todos l@s niñ@s.
Por otro
lado, tenía otra realidad. Me pasaba por la cabeza el pensamiento de cómo iba a
ganarme la vida cuando fuera yo la que tuviera que traer dinero a casa y no mis
padres. Son este tipo de preocupaciones que los adultos insertan en la mente de
los niños preguntándoles lo que quieren ser de mayores. Estaba claro que lo que
mis padres hacían era importante porque ambos ofrecían un servicio a la gente.
Tanto construir casas, como amueblarlas, era de vital importancia para el
normal funcionamiento de un pueblo como el mío. Pero yo…, yo no me veía ni me
creía capaz de tener un trabajo. ¿Quién me iba a pagar a mí?, y por hacer ¿qué?
Así que cuando los mayores predeciblemente preguntaban ¿qué vas a ser cuando
seas mayor? y mis amigos y mis amigas contestaban ¡policía!, ¡enfermera!, ¡maestra!
o ¡bombero!, yo me quedaba en silencio y pensaba "yo de mayor quiero ser
feliz y aventurera” pero no pronunciaba palabra. Siempre he pensado que las
decisiones que he ido tomando en el curso de mi vida, las he tomado de una
manera intuitiva, como a veces suelo decir: escuchando a mis tripas más que a
mi cabeza.
Fig. 1 Los personajes Corazón y Cerebro, Heart and Brain, viñeta del comic “The awkward Yeti”.
Lo que
mis tripas me decían entonces era que buscara “algo” que fuera capaz de
provocarme una sensación que no sabía describir. Era una cierta inquietud por
sentir y conocer el mundo a mi alrededor que creo que, de alguna manera, muy
pronto relacioné con la ciencia. Recuerdo que me compré el libro gordo de
“Introducción a la Ciencia” de Isaac Asimov. Una edición terrible, con portada
de papel y con letra diminuta en unas hojas que están amarillas, creo que desde
que compré el libro. Empecé a leerlo por la sección de física (porque es la
primera parte) con la ilusión de descubrir algo emocionante, pero… emocionante
al nivel de que las moléculas de mi cuerpo sintieran tal emoción.
Fig. 2 ¡Mi “Introducción a la Ciencia”!
Creo que
no entendí la mayor parte de lo que leí, pero el libro consiguió que mi interés
por conocer se hiciera mayor. El conocimiento que yo buscaba no era “aprender o
memorizar cosas”, sino más bien un conocimiento que te hace sentir fascinación
y atracción hacia lo que descubres. Es una inquietud e impulso que, al
satisfacerse, hace que admires más y más todo lo que existe. Es un conocimiento
que alimenta el alma.
Mis padres no tuvieron la suerte de poder estudiar
así que para ellos era muy importante darles esa oportunidad a sus hijos. Nunca
hubo presión por elegir una cosa u otra, la máxima era hacer algo que nos
gustara. Mi padre, que durante sus años de preadolescente había estado
estudiando en un seminario -antes de tener que volver a casa y ayudar a mi
abuelo “a sacar la familia adelante”-, aprendió las matemáticas suficientes
para echarnos una mano en la escuela y fomentar en nosotros las ganas de
estudiar. Él nos enseñó también a jugar al ajedrez lo cual me fascinaba porque
para mí era un reto ganar a mi hermano mayor; cosa que creo ocurría pocas
veces. Mi madre me ayudaba con las faltas de ortografía y a dibujar los mejores
patitos que yo había dibujado nunca; aunque en realidad parecieran pollos.
Fue durante mis años de instituto cuando pensé que
lo que quería era estudiar Físicas. Esto fue una decisión tomada “con las
tripas” porque nunca indagué acerca de lo que la física me podía ofrecer como
profesión, pero fue una decisión acertada.
Mirando
hacia atrás veo que, siendo estudiante de física y habiendo elegido física
teórica, me hubiera encantado haber tenido un profesor hablando y explicando
con tanta claridad como lo hacía Richard Feynman en algunas entrevistas que
había visto. He de confesar que no fui capaz de conectar con los profesores que
tuve durante la carrera. Quizás por eso, la primera vez que oí hablar a
Feynman, y sentí que la forma que tenía de contar las cosas me calaba, pensé
que no estaba transmitiendo ideas fundamentales sino más bien una física de
andar por casa. Sin embargo, Richard Feynman, como buen divulgador además de
buen físico, sabía hablar de las cosas a todos los niveles. Indagando en sus
“lectures”, es fácil apreciar que su entendimiento de la materia era tan alto y
a un nivel tan exquisito, que era capaz de hacérselo entender a un niño. ¿No es
eso lo que se supone que significa conocer y saber algo con profundidad?
Irónicamente
mi trayectoria, que como sabéis está guiada por mis tripas, me llevó a ser la
nieta académica de J. Schwinger quien compartió con R. Feynman, y con el gran
S. Tomonaga, el premio Nobel de Física en 1965 por sus respectivas e
independientes teorías en Electrodinámica Cuántica.
Hice el
doctorado bajo la supervisión de Kimball A. Milton en la Universidad de
Oklahoma. Kim había sido estudiante de doctorado de Schwinger y después postdoc
y colaborador de este. Tras tantos años alrededor del premio nobel, había
adoptado muchas de sus formas y maneras de hacer física. Por supuesto, muchas
de esas formas las trasmitió Kim también a sus estudiantes de doctorado entre
los que me encontraba. Cualquier cosa que dijera estando en la pizarra iba a
ser relevante. Aunque no siempre se entendieran sus explicaciones de forma
inmediata sabías que, si algo había dicho, merecía la pena meditar sobre ello.
Se puede aprender mucho de K. Milton observándolo trabajar, -creo que esta es
una faceta que tenía en común con su director de tesis J. Schwinger. Kim
desarrollaba todo en la pizarra, empezando “from scratch”, y a partir de ahí (a
partir de cero) iba construyendo lo que quería enseñarnos asumiendo lo mínimo
posible durante su desarrollo. Me encantaba y me encanta dar las clases así
también.
En las
periódicas reuniones que los estudiantes de doctorado teníamos con él, podía,
cualquiera de nosotros, estar en la pizarra horas hasta que salía (o no) el
cálculo que estábamos haciendo. Esas reuniones se podían extender toda la tarde
y el ambiente era fabuloso. Desde luego, ese modo de trabajar con los
estudiantes de doctorado no lo heredó Kim de su director de tesis J. Schwinger
quien llegó a tener más de 70 doctorandos con quienes se reunía
individualmente, pero en contadas ocasiones. Cuentan, eso
sí, que una vez estaba con cada uno de ellos, no escatimaba el tiempo y siempre
les guiaba de forma acertada, ayudándoles a entender lo que hacían y
estimulando su razonamiento en distintas direcciones. Los estudiantes de Schwinger le guardan gran
aprecio. Muchos llegaron a ser amigos suyos como es el caso de Kim Milton. Kim
sigue manteniendo sus reuniones de trabajo, en videoconferencias con exalumnos
y colaboradores a las que estamos todos invitados a participar, es el Milton´s
clan.
Mi
director de tesis siguió también la tradición de su maestro en cuanto a eventos
y al igual que hacía Julian con sus alumnos, Kim nos invitaba una o dos veces
al año a su casa, a cenar con su familia. La mayor parte de las veces preparaba
su ensalada de patatas, una especie de patatas bravas sin picante, pero con
ajo, y su mujer, Margarita, cocinaba el resto. La acogida siempre fue excelente
y en esas reuniones aprovechábamos a hacerle preguntas de su época de
estudiante y postdoc, de sus colaboraciones con Schwinger, o de cómo conoció a
Margarita.
R.
Feynman y J. Schwinger nacieron en el mismo año (1918), ambos en Nueva York,
aunque en barrios bastante distintos, y ambos provenían de familias
judías. Aun haciendo la misma física,
hasta el punto de compartir el premio nobel, sus procedimientos de trabajo eran
muy diferentes, pero tenían en común que ambos se mostraban sumamente exigentes
con su investigación. Con toda probabilidad, la forma de hacer física de cada
uno de ellos iba de la mano con sus respectivas personalidades y formas de ser.
Aunque se ha hablado bastante de la rivalidad entre ellos, cuando le
preguntabas a Kim Milton acerca de ese tema, él decía que Schwinger respetaba y
valoraba a Feynman y todo parece indicar que el respeto era mutuo. Julian era
tímido e introvertido mientras que Richard era protagonista y con gran
capacidad social. Como estudiante, lo que uno puede aprender de cada una de estas
celebridades, sigue, sin duda, procedimientos y métodos diferentes pues ellos
abordan los problemas de física de maneras distintas pero el mismo problema se
puede ver desde varios ángulos y lo impresionante es que lleguen a una única
solución. Sin duda para aquellos que pudieron asistir a sus clases tuvo que ser
muy enriquecedor. Mis tripas me dicen que, por supuesto, puedes aprender mucha
física de mentes tan brillantes, pero, si además los observas se puede apreciar
su entrega a lo que están haciendo, su dedicación, sus estrategias mentales
hacia la resolución de los problemas… Quiero pensar que los grandes, además,
dejan que este conocimiento les traspase y enriquezca su observación de las
cosas cotidianas convirtiéndose en una parte importante de sus vidas que se
transfiere e inunda su día a día.
Fig. 3 Reunión de 1947, una de las más famosas de las celebradas en Shelter Island. Aparecen R. Feynman con un boli en la mano y J. Schwinger de cuclillas apoyado en la mesa junto con otros físicos de renombre. https://repository.aip.org/islandora/object/nbla%3A304376
Feynman
decía que había que mirar el mundo desde otro punto de vista. ¡Qué bonito! Ojalá ese fuera un mensaje, no solo
para científicos que se dedican a descifrar los misterios del universo que
habitamos, sino para padres, madres, directores, políticos, poderosos... Ojalá
empecemos a ver como vergonzosos ciertos actos que lejos de hacer crecer el
orgullo del ser humano, provocan destrucción, dolor, sombras y vergüenza tanto
propia como ajena. Ojalá empecemos de verdad a mirar el mundo desde
otro punto de vista, nos fascinemos con lo que nos rodea, fomentemos esta
fascinación y nos armonicemos con la naturaleza.
Richard Feynman recuerda la forma en que su padre le
acercaba y le invitaba a conocer y a aprender: “¿Sabes qué pájaro es ése? Es un tordo de
garganta marrón, pero en portugués es un..., en italiano un..., etc. Ahora ya
sabes qué nombre tiene ese pájaro en todos los idiomas que quieres”, decía,
“pero cuando hayas acabado con eso no sabrás absolutamente nada sobre el
pájaro. Sólo sabrás cómo llaman al pájaro los seres humanos de diferentes
lugares. Ahora”, concluía, “miremos al pájaro”.
Me gustaría recordar a un puñado de docentes que
contribuyeron en mi desarrollo académico:
- A todos los maestros
que tuve en la escuela de mi pueblo y que recuerdo con cariño.
-
Ya durante el bachillerato:
· A Francisca porque me contó las matemáticas
como nunca las había visto antes.
· A Asunción porque nos daba física y en esos
años supe que quería aprender eso.
·
A Pilar porque hizo que me encantara el latín.
· A Don Emiliano porque
aun siendo mi profesor de religión supo darme la enseñanza: “No importa en lo
que creas. Si encuentras algo distinto que te convence más, síguelo”.
- A mis profesores de
universidad que, aunque en ese momento no tuve especial afinidad con ninguno,
ayudaron a seguir alimentando mi curiosidad y con alguno siento ahora el apoyo.
- A Kimball A. Milton, mi
director de tesis, y al resto de su clan inicial, que son mis compañeros de
doctorado con quienes aprendí a involucrarme en problemas de física, con
quienes crecí académicamente y con quienes he forjado una amistad duradera. Con
Kim y con ellos disfruté de una o dos reuniones de física por semana, todas
ellas productivas y muchas de ellas con un toque de final feliz en “The
Library”, donde nos tomamos nuestras mejores pintas de Norman acompañadas con
unos nachos o unas quesadillas estupendas.
Fig. 4 Entrada de The Library. Foto publicada en http://gldining.com/the-library/
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