La historia de la ciencia es un ejercicio de
arqueología intelectual. La ciencia actual está repleta de conceptos y términos
que esconden capas de significado en las que excavar. Al hacerlo encontraremos
que estas capas albergan auténticos vestigios de ideas y prácticas pretéritas,
en ocasiones muy diferentes a las actuales, que nos hablan de la evolución del
conocimiento científico. Este ejercicio de arqueología intelectual se convierte
así en una aventura que nos hace valorar la ciencia como parte indisoluble de
nuestro patrimonio y nuestra cultura.
En ese soberbio monumento colectivo que es la
ciencia, ciertas figuras cuentan con vidrieras propias. Tal es el caso de Richard
P. Feynman (1918-1988), posiblemente uno de los iconos más populares de la
cultura científica del pasado siglo. Sus Easy pieces1 resplandecen
todavía hoy como textos canónicos de la enseñanza y divulgación de la física.
Estas “piezas fáciles” dan cuenta de su ingente labor para promover el interés
por la ciencia en general y por la física en particular, desintegrando las
lindes entre expertos y profanos. En sus “piezas fáciles” Feynman nos habla de
movimientos planetarios, de experimentos con electrones, de ondas y de núcleos
atómicos, pero también de su propia concepción de la física y de la ciencia. Su
visión de la física como ciencia fundamental que nutre al resto de disciplinas
(como la química o la biología) y de la ciencia como una empresa en constante
actualización en búsqueda de conocimientos probados por la experimentación son
ampliamente rastreables en su obra.
Sus Easy pieces también nos hablan de
educación científica, no solo por los notables paralelismos con nuestro
contexto educativo actual (como tan bien nos ha narrado Víctor Montero Gil en
su capítulo), sino por las reflexiones que el profesor Feynman legó en sus
textos y que siguen con plena vigencia.
Fig.1 Feynman sobre la importancia de desaprender2.
Desaprender lo aprendido es precisamente una de las
potencialidades que nos brinda el ejercicio arqueológico de la historia de la
ciencia. Así, las Easy pieces no solo son valiosas por lo que pretenden
enseñar, sino también por aquello que enseñan sin pretenderlo. Una de las
lecciones ocultas que podemos extraer de la obra de Feynman es, probablemente,
una cuestión recurrente tanto entre estudiantes de secundaria como entre
científicos, filósofos e historiadores de la ciencia: la relación entre física
y química.
Fig.2 Feynman sobre la proximidad entre física y química.
Si bien física y química son ciencias con orígenes
diferenciados e historias que no siempre han discurrido paralelas entre sí, la
irrupción de la mecánica cuántica en el panorama científico de las primeras
décadas del siglo XX forjó una nueva relación entre ambas disciplinas que hemos
heredado en nuestro presente. Una relación en la que la física dotaba a la
química de sus cimientos teóricos básicos, como señaló Feynman.
Fig.3 Feynman sobre la relevancia de la mecánica cuántica.
Esta perspectiva no debe implicar, en modo alguno,
condescendencia o menosprecio a la química. El propio Feynman no dudó en
destacar que en ocasiones los químicos habían allanado el camino a la física,
por ejemplo, en el estudio de las estructuras de diversas agrupaciones atómicas
complejas.
Fig.4 Feynman sobre cómo la química ayuda a la física.
Y es que para Feynman, la idea de que la materia se
teje átomo a átomo consistía el leitmotiv del aprendizaje de las ciencias y de
la ciencia misma.
Fig.5 Feynman sobre la importancia de la hipótesis atómica.
Es precisamente el atomismo uno de los conceptos
clave para entender la relación entre física y química. Si nos adentramos
arqueológicamente en el concepto de átomo encontraremos numerosas capas. En el
pensamiento clásico los átomos fueron entes últimos de la materia, como nos
legará Lucrecio en De Rerum Natura; corpúsculos entre los que se podían
crear afinidades, como recogerá Isaac Newton en su obra alquímica De Natura
Acidorium (texto escrito en 1692 y publicado en 1710); o estructuras
indivisibles que se reorganizaban en los procesos químicos y que vibraran
envueltos en esferas de calor en la atmósfera, como los concibió John Dalton a
principios del siglo XIX.
La utilidad conceptual y cuantitativa de asumir los
procesos químicos como reorganización de átomos hizo que la hipótesis atómica
se tornara útil en la química decimonónica. No obstante, la aceptación de la
hipótesis atómica como hecho atómico -como diría Feynman- tendrá que esperar al
descubrimiento de las partículas subatómicas y a la disección de la estructura
última de la materia que se produjo, tímidamente, a finales del siglo XIX y, de
forma estrepitosa, en la primera mitad del siglo XX (gracias, entre otros, al
mismísimo Feynman). El siglo XIX, época en la que física y la química forjaron
su carácter actual como disciplinas científicas, fue testigo de dos formas de
entender el átomo. Por un lado, un atomismo químico que consideraba el átomo
como unidad fundamental de los procesos químicos, pero sin existencia real. Por
otro, un atomismo físico, que concebía los átomos como corpúsculos materiales.
Muchas fueron las voces que se opusieron a asumir que los átomos eran, en
efecto, entes reales, como el célebre químico físico Wilhelm Ostwald que
seguirá negando la existencia de los átomos ya inaugurado el siglo XX. Finalmente, los nuevos hechos experimentales,
desde los realizados en tubos de descarga a los más sofisticados realizados en
aceleradores de partículas, terminaron revelando el átomo no como una partícula
en su sentido último y elemental, sino como “una partícula de partículas”.
Este ejercicio de arqueología intelectual nos
muestra que los conceptos científicos son cambiantes y que su significado no es
siempre extrapolable en el tiempo, al cambiar el marco en el que son usados
para describir y transformar el mundo. Valga como ejemplo el proyecto
Manhattan, en el que Feynman tomó parte, que mostró al mundo que el poder del
átomo puede superar a cualquiera de las atribuciones con las que el pensamiento
clásico dotó a sus deidades. El posicionamiento de Feynman en torno al papel
fundamental de la física para la química es así un testimonio de una entonces
emergente ciencia física cimentada sobre la mecánica cuántica y de una ciencia
química que encontraba al fin sustento teórico-matemático para buena parte de
sus fundamentos. Sin embargo, hubo con anterioridad una química que logró
importantes avances sin fundamento en la física. Un ejemplo paradigmático lo
encontramos en la tabla periódica, icono de la química que resultó del esfuerzo
colectivo de múltiples químicos y docentes desde la segunda mitad del siglo XIX
y que logró ordenar muy eficazmente los elementos con notable antelación al
establecimiento de los principios mecanocuánticos3.
La historia de la ciencia se convierte así en una
lección de humildad que nos ayuda a abrir nuestras mentes ante futuros
escenarios y, como nos recomendaba Feynman, a desaprender lo aprendido. Las
relaciones entre física y química han sido cambiantes en los últimos siglos.
Han sido territorios vecinos, con tierras comunes y fronteras no siempre bien
definidas, pero independientes; con lenguas y metodologías parecidas, pero no
idénticas; y con tradiciones diferenciadas desde sus albores, aunque próximas
en la contemporaneidad4. No sabemos qué les deparará el
futuro a ambas ciencias y si la visión de Feynman sobre la relación entre ambas
será finalmente desbancada, pero un mayor conocimiento de la historia de la
ciencia nos ayudará a aceptar nuevas piezas que no siempre serán fáciles de
encajar. Explorar la historia de la ciencia nos ayudará a paliar el cataclismo
de la ignorancia apostando por el conocimiento, algo en lo que Feynman fue, sin
lugar a dudas, un maestro.
Fig.6 Feynman sobre la frontera entre conocimiento e ignorancia.
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