Introducción.
Debo de ser un físico de lo más raro, porque he de
reconocer que nunca he tenido a Richard Feynman como ese icono de profesor
motivacional y divulgador que tantos colegas le atribuyen. En realidad, no tuve
contacto con Feynman y su legado hasta bien entrada la carrera. Concretamente,
tomé conciencia de su importancia como físico en quinto de Ciencias Físicas,
cuando me presentaron y explicaron los utilísimos diagramas que él ideó y
llevan su nombre. En ese preciso momento comencé realmente a ser consciente de
la importancia de Richard Feynman en la física de la segunda mitad del siglo
XX. La gran relevancia de sus contribuciones desembocó naturalmente en la
concesión del premio más prestigioso al que puede optar un físico en la
actualidad: el premio Nobel. Galardón otorgado a Feynman en 1965 por sus
magníficos trabajos relacionados con la electrodinámica cuántica. A pesar de
ese potencial atractor, debo reconocer que no he llegado a visionar sus famosas
clases magistrales en la Universidad de Cornell. Ni siquiera he leído con
avidez sus no menos famosas “lectures”,
aun siendo consciente de que ambas han servido de guía a varias generaciones de
estudiantes de física (1).
Mis primeros referentes en este loco mundo de la
física, como en la vida en general, fueron personajes mucho más humildes y
desconocidos. Cuando eres un chaval en el instituto en una ciudad pequeña como
Segovia y en una época pre-internet como los 90, tu puerta de entrada a un
nuevo mundo como la física sólo puede ir de la mano de profesores, familiares
y/o amigos. Atendiendo absorto en clase con los primeros o mediante
discusiones, a veces disparatadas, y mercadeo de libros con conocidos de
similares inquietudes. De estos primeros libros prestados quiero destacar “100 preguntas básicas sobre la ciencia”
del prolífico Isaac Asimov (2). Autor que destacó tanto por sus innumerables
novelas de ciencia ficción como por sus reconocidos trabajos de divulgación
científica.
Pero si hay un hecho que sin duda acrecentó mi
interés por la física, fue la charla que vino a impartir a Segovia el profesor
Rodolfo Miranda, Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y
actual director del IMDEA Nanociencia, sobre el microscopio de efecto túnel (STM
de sus siglas en inglés). En la ponencia se mostraba la primera y
revolucionaria manera que teníamos de “ver” átomos. Una técnica desarrollada
una década antes por los investigadores Gerg Binning y Heinrich Roerer en el
laboratorio de IBM en Zürich (Suiza) (3) y que ya había sido merecedora del
premio Nobel en 1986. Realmente el STM ha revolucionado la física de
superficies permitiendo la comprensión de muchos materiales a nivel estructural
y electrónico.
A partir de ese momento, los préstamos y adquisiciones
de libros divulgativos de ciencia en general y física en particular se
multiplicaron, lo que hizo que a su vez el interés por entender y descubrir los
misterios del universo creciera exponencialmente. Así descubrí como cuenta
George Gamow la formación del universo (4) y sobre todo caí maravillado ante el
archifamoso “Historia del tiempo”
escrito por el admirado físico teórico Stephen Hawking (5). Para un chaval de
18 años y con cierta facilidad para la matemática aplicada, esta lectura le
abrió definitivamente las puertas del conocimiento de las leyes de la física.
Entender las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza pasó a ser mi
objetivo futuro para los siguientes años. De forma que al acabar la carrera
pudiera entender completamente lo que trataba de explicar de forma sencilla el
profesor Hawking en su afamado libro.
Así, en las próximas secciones explicaré cómo ese
muchacho pudo convertir esa ilusión y emoción inicial por la física en su
dedicación laboral como profesor en el Departamento de Física de Materiales de
la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Como el paso por la carrera afianzó
su disposición por la física y despertó su interés por la investigación, lo que
le abrió el camino de la tesis doctoral. Tras varias vicisitudes y peripecias,
tras una etapa postdoctoral tan exitosa como tortuosa rebotando en varios
centros y universidades, acabó en una posición estable donde ahora disfruta
enseñando física y motivando a las nuevas generaciones de estudiantes.
Del
Instituto a la carrera.
En los tiempos actuales de internet, todo el mundo
tiene una mayor facilidad para acceder a contenidos que puedan despertar su
interés en una temática o ámbito. En la ciencia en general, y en la física en
particular, ha aparecido una gran amalgama de divulgadores y divulgadoras que
están haciendo un trabajo ímprobo para explicar de forma sencilla, en sus
videos, los aspectos más atrayentes y complejos a las nuevas generaciones (y
también a las personas con menos formación, pero gran entusiasmo por aprender).
Supongo que el equivalente de mi generación fue la serie Cosmos presentada por
el grandísimo Carl Sagan (6). Esto ha permitido que las nuevas generaciones
vengan a la universidad con ideas más formadas de las temáticas candentes y de
los puntos abiertos por donde poder hacer avanzar la ciencia, la tecnología y,
por consiguiente, mejorar el futuro de la humanidad. Por otro lado, tiene la
contrapartida de que, a pesar de la enorme función desarrollada, en los
múltiples y muy diversos videos/reportajes/podcast/libros divulgativos, no
suele advertirse en ellos de las dificultades implícitas de la materia a
estudiar. Por ejemplo, la física requiere de un complejo aparato matemático que
es necesario manejar con soltura para llegar a comprender la gran mayoría de
los fenómenos físicos.
A pesar de todas estas influencias externas, cuando
estás en el instituto la mejor fuente de motivación e inspiración viene dada
por tus profesores o profesoras de física. En mi caso, mi profesor durante tres
años, Juan Luis García Hourcade, consiguió fascinarme con sus explicaciones
claras de los principios físicos básicos. Es cierto que la asignatura era la
que más me gustaba y a la que prestaba más atención tanto en clase como en el
estudio posterior en casa, pero desde luego la labor de Juan Luis fue esencial
para que enfocara mi carrera en esa dirección. Como dije en la introducción, la
posterior charla sobre STM confirmó y amplificó ese deseo. En mi época como
estudiante de instituto, la nota para acceder a la carrera no era muy elevada,
por lo que tampoco tuve que vivir el estrés que se sufre actualmente o que
tenían muchos compañeros de promoción interesados en carreras de calificaciones
más demandantes. Esto me permitió disfrutar de la física (y la química y las
matemáticas) sin sufrir por cada décima que ganaba o perdía en los exámenes. En
la actualidad puedo notar esa ansiedad en los alumnos y las alumnas que luchan
por las mayores notas para entrar en la carrera o para posteriormente obtener
becas y/o plazas.
Así que la entrada en la carrera fue la consecuencia
lógica de haber seguido lo que dictaba mi corazón, es decir, la elección tuvo
una motivación de interés intelectual en contraposición a otros compañeros que
prefirieron tirar por carreras menos vocacionales y con posteriores salidas
supuestamente más atractivas. Curiosamente, la carrera de ciencias físicas (al
igual que matemáticas) suelen tener un índice de paro muy bajo debido a que las
empresas valoran muy positivamente nuestra capacidad para adaptarnos a las
circunstancias, para aprender con facilidad conceptos y lenguajes de
programación nuevos y debido a que estamos muy acostumbrados al trabajo en
equipo. Es decir, en este tipo de carreras se adquieren no solo conocimientos
técnicos, se adquieren competencias muy útiles y aprovechables para una gran
variedad de ámbitos tanto dentro de la academia como fuera de ella.
Para alguien de una ciudad pequeña como Segovia, el
paso a la universidad implicó un cambio descomunal en mi vida. Pasé de tardar
10 minutos en llegar al instituto, a emplear casi dos horas para acceder a la
facultad de Ciencias de la UAM. De hecho, considero éste como el factor más
complejo de mi estreno como universitario. Después de un año siendo el mayor y
la generación más importante en el instituto, pasas a ser uno más, un don
nadie. En los pasillos a nadie le importa si vas, vienes o, en realidad, lo que
hagas. Ese es el principal choque para las personas que entran en la
universidad y sobre todo las que cambiamos de ciudad. Algunas no son capaces de
asimilarlo. Así que conviene prestar atención a los alumnos y alumnas
debutantes durante sus primeros meses.
El segundo factor importante en el paso a la
universidad se centra en la temática de las asignaturas. Se supone que has
cogido una carrera que te gusta y tienes facilidad por entender la materia que
se imparte. Pero las motivaciones para entrar en una carrera o los errores
propios de la elección, puede llevar a que en primero te topes con una pared
casi infranqueable. Por fortuna ese no fue mi caso ya que las cuatro
asignaturas que cursé en primero fueron una continuación de las materias que
más me gustaban y más disfrutaba: álgebra, análisis matemático, química y por
supuesto física. Aunque se considere menos importante la labor del docente en
la universidad, ya que el alumnado tiene que aprender a buscarse la vida, hay
profesores o profesoras que te marcan de forma similar a como lo hacen los
profes del instituto. Quieras que no, esa es una fuente de motivación para
estudiar con más avidez e intensidad esas asignaturas. De primero tengo
excelentes recuerdos de varios profesores, pero desde luego mi profe de física:
Carlos Sánchez, catedrático del departamento de Física de Materiales de la UAM
me hizo darme cuenta de que estaba en el sitio adecuado. Su forma sencilla de
explicar los conceptos y su carácter afable hacía las delicias de todos los que
asistíamos a sus clases. Como curiosidad me gustaría decir que Carlos fue mi
primer gran referente, gracias al cual, me planteé ser algún día profesor de universidad
como él para tratar de motivar y animar a las nuevas generaciones de físicos y
físicas.
Pero la carrera tiene muchas asignaturas y con un
sólo buen profesor no basta para mantener la motivación y disfrutar con el
aprendizaje. En el segundo curso, me encantaron especialmente las clases de
Métodos Matemáticos de Juan Terrón, profesor titular del departamento de Física
Teórica. Me impresionó mucho sus excelentes, claras y concisas explicaciones y
su capacidad para manejar los conceptos de la materia con una soltura
envidiable. Sin duda un segundo modelo de profesor. En tercero coincidí con
Arkadi Levanyuk del departamento de Física de la Materia Condensada de nuevo en
una asignatura de Métodos Matemáticos. Sí, la matemática aplicada a la física
me fascinaba (obviamente aún me fascina). Darle sentido físico a una expresión
matemática compleja (y sobre todo a su resultado) lo considero como una de las
partes más bonitas de la carrera de Ciencias Físicas. Discípulo de Vitaly
Ginzburg, premio Nobel de Física en 2003 gracias a la teoría Ginzburg-Landau de
superconductividad, Arkadi era un profesor severo y estricto, pero enormemente
amable. Para poder aprobar, resultaba imprescindible convencerle de que habías
entendido correctamente lo que estabas haciendo en los ejercicios.
Curiosamente, es el único profesor que me dijo “tú me gustas porque piensas las
cosas antes de ponerte a proponer ecuaciones a lo loco”. Nunca olvidaré la
alegría que sentí en ese momento.
En mis tiempos de estudiante, la carrera de física
tenía 5 cursos. He de reconocer que en algún momento tuve la sensación de que
se me hacía un poco larga. Pero, por otro lado, después de haber adquirido una
base sólida de conocimientos, te permitía elegir con más criterio la
especialidad a seguir. Yo me fui por el camino de la física teórica, ya que
veía con más facilidad la física en las ecuaciones y tenía siempre presente el
reto de entender el libro de Hawking. Sin duda la asignatura que más me gustó
en la carrera fue Física de partículas, impartida por María José Herrero,
actual catedrática del departamento de Física Teórica. Esta profesora mostraba
una energía y una pasión en sus clases muy estimulante, lo que, junto al
atractivo de la propia temática tratada, hacía de la asignatura uno de los mejores
momentos de la semana.
Curiosamente en esta asignatura es en la que más
empleé los diagramas de Feynman. Esa representación gráfica tan visual y
sencilla de las alternativas que se pueden dar en un choque o en una
desintegración de partículas donde los productos finales normalmente difieren
de lo que se encontraba en el sistema inicial. Este método que escondía debajo
complejas integrales y operaciones matemáticas me impresionó enormemente.
Parecía increíble que la parte aparentemente más compleja de la física se
pudiera reducir a “dibujitos”. En ese momento me percaté de la tremenda
influencia que había tenido Feynman en el desarrollo de la física en la segunda
mitad del siglo XX y lo poco que había sido consciente de ello hasta ese momento.
Y entonces, comencé a envidiar su ingenio para convertir lo complicado en
simple, algo que siempre he oído que se desprendía de su trabajo: su facilidad
para explicar con palabras sencillas conceptos muy complejos y conseguir que su
auditorio lo comprendiera. En los años anteriores, durante varias asignaturas
se recomendaban “los Feynman” como libros de consulta. Mi sensación es que
había una especie de lucha entre la serie de libros de Feynman y la serie de
Landau. Tras mi contacto positivo con el profesor Levanyuk, que solía decirnos
que Landau lo había explicado casi todo, personalmente me incliné más por la
rigurosidad y sobriedad de los libros de Landau (llegué a adquirir varios)
desechando el ingenio y la sencillez de Feynman.
De la
carrera a la tesis.
Cuando un estudiante acaba la carrera se enfrenta a
una disyuntiva complicada: hacia dónde dirigir sus pasos a continuación. Esa
primera elección puede marcar a qué te dedicarás el resto de tu vida y el miedo
a equivocarte produce mucho vértigo. La carrera de física tiene varias salidas.
En mi época se decía que tenía paro 0 porque antes o después de una forma u
otra, todos nos íbamos colocando. Lo cierto es que una gran cantidad de
egresados y egresadas acababan dando el paso a la empresa privada, llevando a
cabo una labor más informática que físico-matemática. Lo cual es muy
respetable, pero a muchas personas les deja un regusto un poco amargo y piensan
que se han quedado a medio camino. Sienten, con diferentes grados de
intensidad, que para eso no “sufrieron” una carrera con conceptos tan complejos
como es la física. También hay alumnos y alumnas que acaban deseando pasar
página y alejarse lo más rápidamente posible del mundo de la física avanzada.
Aunque siempre hay un nutrido grupo de graduados y graduadas con mucha
motivación que quiere mantener su implicación en el avance del conocimiento,
por lo que deciden hacer un máster para posteriormente llevar a cabo una tesis
doctoral. Lo cierto es que, actualmente, es bastante normal vivir en un mar de
incertidumbre y posponer un año la decisión del camino a seguir y así, acaban
realizando un máster.
Completar una tesis doctoral tiene sus dificultades.
La primera tarea, y a veces la más ardua, es encontrar una temática que te
interese para trabajar en un entorno en el que te sientas a gusto y en un grupo
que pueda financiar tu trabajo. Porque la labor que se desarrolla durante una
tesis doctoral debe ser considerada como un trabajo y debe ser remunerada de
forma acorde. Por desgracia, actualmente esto no ocurre ni con los contratos
más prestigiosos que oferta el Ministerio de turno para los expedientes más
destacados, ya que los salarios no son en absoluto competitivos. Además, los
contratos no se ofertan con una regularidad que permita organizar la vida de
los futuros investigadores e investigadoras. No poder conjugar adecuadamente
estos parámetros, sin quedar muchos meses en el dique seco, provoca que
estudiantes con extraordinarias condiciones emigren o den el paso hacia la
empresa privada.
A veces, la elección de la tesis doctoral es
totalmente casual, como fue mi caso. Encuentras una oferta que te parece
atractiva, aplicas y tras unos días de espera te confirman la aceptación o la
denegación. Ahora mismo hay muchos medios y opciones para buscar contratos
predoctorales y, de hecho, la mejora de las comunicaciones ha favorecido la
emigración hacia otras latitudes con ofertas de doctorado más atractivas. En
mis tiempos, había que mirar en los tablones de anuncios de cada departamento
donde muchos carteles acababan estando obsoletos. Lo cual no fomentaba el
movimiento de estudiantes de una institución a otra. En realidad, empecé a
hacer una tesis doctoral casi sin saber que realmente lo estaba haciendo. Mi
primera beca de investigación abarcaba un periodo de dos años, lo cual me
servía para iniciar una exploración del camino ya que no cubría todo el tiempo
que se tarda en completar una tesis en ciencias. Esto es algo habitual.
Encuentras un contrato puente con el que sobrevivir hasta obtener el definitivo
(en mi caso fue una beca FPI). Aunque tampoco es raro encontrar personas que
tienen que ir encadenando contratos asociados a los proyectos que van
consiguiendo en su grupo de investigación. La realidad es que algunos
doctorandos y algunas doctorandas pasan importantes periodos sin contrato ni
ingreso económico oficial. Práctica que considero imprescindible desterrar.
También hay personas que estos primeros contratos les sirven para darse cuenta
que la investigación no es su mundo. Como suele decirse: “si no lo pruebas, no
puedes saber si te gusta”.
Lo habitual es tener uno o dos directores de tesis.
En mi caso, como tiendo a alejarme de lo convencional, tuve tres: los
catedráticos José Ortega, Rubén Pérez y Fernando Flores, el investigador que
dirigía todo el grupo con una visión de la física admirable y envidiable. De
cada uno de ellos pude aprender muchos conceptos de física del estado sólido y
de superficies, pero sobre todo la ilusión, el gusto y la ambición por la
investigación, por descubrir nuevas propiedades de nuevos materiales. En
resumen: por ir más allá de lo establecido. Y es que en mi búsqueda de becas y
contratos tuve que reciclarme desde la física teórica pura y dura a la física
teórica de la materia condensada. En el departamento de la UAM con ese nombre
realicé mi tesis doctoral. Un cambio del que nunca me arrepentiré.
Curiosamente, la temática en la que caí fue la simulación de imágenes STM.
Justo la materia de la que trataba aquella charla que me había motivado unos
años antes. Sin pretenderlo, el microscopio STM volvía para darme un nuevo
impulso en el estudio de la física. La vida a veces tiene estas coincidencias
tan curiosas como rocambolescas. Sin duda la temática y mis directores de tesis
fueron las fuentes de inspiración y motivación para continuar en el proceloso
mundo de la investigación en física.
El desarrollo de una tesis doctoral tiene periodos
duros, por ejemplo, cuando no salen los cálculos o las medidas y no sabes cómo
solucionarlo. Sin embargo, también ofrece otras épocas más dulces, como cuando
consigues publicar el trabajo realizado en una revista internacional (y si es
una revista de campanillas mucho más). Estas últimas circunstancias constituían
un chute de motivación enorme que te animaba a continuar en la brecha. Las
jornadas laborales, a veces, pueden alargarse y no son pocos los fines de
semana en que te ves obligado a ir al laboratorio o encender el ordenador en
casa para poder avanzar con la tarea pendiente. A pesar de esto, uno de los
aspectos más interesantes de la tesis es la interacción que acabas teniendo con
personas de diferentes procedencias. No solo con los compañeros de grupo o de
departamento. Lo realmente bonito es establecer relaciones con colaboradores de
diferentes países y aprender cómo funciona la investigación en esos lugares.
Éste, sin duda, es uno de los puntos fuertes que destacan los investigadores y
las investigadoras. Durante la tesis y a lo largo de mi extensa carrera
investigadora he mantenido contacto fluido con personas provenientes de
Alemania, República Checa, Francia, Italia, Suecia, Estonia, Argentina o
Estados Unidos. Todas estas colaboraciones han dado resultados muy fructíferos
en forma de artículos, proyectos o visitas/estancias. De hecho, puedo decir con
orgullo que algunas de esas colaboraciones que comencé durante la tesis, siguen
activas tras haber iniciado mi investigación independiente.
De la
tesis a la ciencia.
Si al acabar la carrera todo eran dudas sobre el
camino que elegir, al acabar la tesis ocurre tres cuartos de lo mismo.
Continuar la carrera investigadora conlleva muchos sacrificios vitales que no
todas las personas están dispuestas a soportar. La primera es la necesidad de
realizar un postdoc en un destino diferente al centro donde se hizo la tesis y
preferiblemente en el extranjero. La segunda y más importante es la
incertidumbre, porque después del primer postdoc, tendrás que pedir un segundo
y es bastante probable que después un tercero… Nunca se sabe cuándo y dónde
podrás estabilizarte (he conocido personas de otros países con problemas
equivalentes). Lo cual convierte al investigador en un nómada que cambia de
entorno cada cierto tiempo (1, 2 o 3 años). He pedido tantas plazas y me han
concedido tantos contratos que describirlos o simplemente enumerarlos aquí
alargaría innecesariamente este manuscrito. Al principio es una forma de vida
que puede resultar divertida, pero a la larga desgasta mucho. Te aleja de la
familia y amigos y, a la vez, complica mucho la posibilidad de tener una vida
estable y formar una familia. Lo cierto es que a medida que pasan los años,
cambiar a otro ámbito como empresa privada o educación secundaria se va
haciendo cada vez más y más difícil. Además, tras muchos años dedicado a la
labor investigadora (con o sin docencia) se acaba teniendo la sensación de no
valer para otra cosa.
De esta forma, se entra en una carrera sin un final
claro que te obliga a conseguir continuamente financiación para poder
subsistir. Según empiezas a trabajar en un sitio, casi ya tienes que ir
pensando en aplicar para poder conseguir un nuevo contrato posterior. Por lo
cual, hasta ahora las mayores frustraciones habían sido por no entender los
conceptos o por no haber sido capaz de resolver algo a tiempo. Es decir,
conocimientos y deadlines. Pero ahora
la mayor obsesión pasa a ser sobrevivir al día siguiente con la sensación de
estar en una rueda de hámster de la que no puedes bajar sin el beneplácito de
unos jurados etéreos que sientes que tienden a beneficiar injustamente siempre
al rival competidor. Sin duda, ese es el periodo en que la perseverancia y la
verdadera entereza mental, unido al apoyo de tus seres cercanos, puede
permitirte seguir luchando. A lo largo de mi extensa trayectoria científica he
visto a decenas de personas con mejores cualidades que las mías renunciar a la
carrera docente-investigadora después de sopesar el cruento balance entre
beneficio-sacrificio, al comprobar que, ciertamente, les salía negativo. En
muchos casos, no es sencillo dejar atrás a la familia y los amigos. Doy fé que resulta
muy duro llevar una relación a distancia sin saber cuándo y cuánto vas a poder
ver a tu pareja. Lo que es peor: todo a cambio de un sueldo que, en la mayoría
de los casos, casi no te llega ni para cubrir los gastos vitales mínimos. A
esto hay que añadir, que en muchas ofertas de postdoc quieren que hagas más o
menos el trabajo de un estudiante de doctorado, pero de forma más eficiente.
Así que también te cuesta avanzar en el desarrollo de tu perfil propio de
investigador y siempre te ves obligado a estar vinculado a un profesor o
investigador establecido.
Todas estas claras desventajas, unidas a las
dificultades para iniciar y desarrollar una tesis en condiciones laborales
decentes, provoca que muchos y muchas estudiantes brillantes lleven su talento
a otros lugares o directamente a otros ámbitos alejados de la investigación. En
varios momentos de mi carrera, he escuchado los cantos de sirena del trabajo en
la empresa privada. De hecho, llegué a hacer varias entrevistas en diferentes
épocas de mi trayectoria para dar el salto, pero siempre sentí que no era mi
mundo. Por eso, perseveré y seguí adelante con la vida de investigador porque,
a pesar de todos sus inconvenientes, proporciona muchas satisfacciones. La
última de ellas es cuando acabas encontrando el contrato que te consolida. En
ese momento tienes la sensación de haber llegado a una meta mucho más
importante que el final del bachillerato, la carrera o el final de la tesis.
Curiosamente esta época tan compleja y convulsa ha
coincidido con el periodo de mayor ambición y energía en mi carrera
investigadora. En otras palabras, mi productividad investigadora creció
enormemente con la incertidumbre. De esta época es difícil destacar a alguien
con un rol motivador importante, pero muchas personas me han apoyado y
acompañado en el camino. De entre todas ellas, podría volver a resaltar a mis
directores de tesis que siempre han confiado en mi capacidad. En concreto, el profesor Fernando Flores que invirtió el dinero obtenido con sus premios científicos y su inagotable energía para que pudiera continuar trabajando. También me gustaría resaltar a Yannick Dappe
del CNRS en Francia y a Roberto Iglesias de la Universidad de Oviedo,
compañeros con los que he colaborado intensamente durante todos estos últimos
años y que siempre me animaron a no rendirme a pesar de los diversos eventos
negativos y las variadas peripecias acaecidas durante el proceso de
consolidación. Una mención especial merecen Linda Zotti y Stefan Bilan,
compañeros del IFIMAC en la UAM con los que he compartido alegrías, desesperanzas
y litros de café. Por desgracia, la pandemia imposibilitó que pudiera
celebrarlo con muchas de esas personas que han formado parte de este
emocionante camino.
De la
ciencia a la enseñanza y la divulgación.
La plaza estable obtenida, y que sigo disfrutando
actualmente, es de profesor contratado doctor en el departamento de Física de
Materiales en la UCM. El sueño finalmente se cumplió. Adicionalmente, compagino
mi labor investigadora en el Instituto de Magnetismo Aplicado, asociado a la
universidad. Curiosamente, durante los años anteriores no tuve mucha
oportunidad de conseguir llevar a cabo una actividad docente más allá de ayudar
en los laboratorios de primero de física en diferentes carreras. Lo cierto es
que, aunque buena parte de mi familia más cercana se dedica a la enseñanza,
nunca había tenido una especial vocación docente, pero sí tenía un cierto
interés por la docencia universitaria. Algo que a su vez había quedado
postergado con la incesante carrera postdoctoral investigadora requerida para
arribar a la plaza final.
Mi labor como profesor comenzó en unas condiciones
muy difíciles. Con la pandemia todavía golpeando fuerte, las primeras clases
tuvieron que ser online y las actividades en el laboratorio se realizaban en
condiciones muy complicadas. Esto hizo muy compleja la interacción con los
alumnos y alumnas. En ese momento, me pude percatar de que andaban con
necesidad de una mayor interacción con los docentes. Recuerdo que fue el año
que más e-mails he enviado a mis grupos de laboratorio, de la asignatura de
teoría y estudiantes que trabajaban conmigo en el TFM. Con ellos, intentaba
resolver dudas, ampliar explicaciones y, a su vez, tratar de animar en esas
circunstancias tan excepcionales. A la vista de la relación posterior y las
muestras de cariño manifestadas, el esfuerzo por aportar un trato más humano en
esa coyuntura tan especial mereció la pena. Mi propósito es mantener una
relación similar en futuros cursos académicos. Confío en poder conseguirlo.
En el segundo año como profesor, llegó el momento de
cumplir uno de mis sueños de primero de carrera: impartir la asignatura de
Fundamentos de Física en el grado de Ciencias Físicas. Es decir, el equivalente
a la Física General que me impartió el profesor Carlos Sánchez. De esta forma,
podríamos decir que he cerrado el círculo que comenzó con la vida
universitaria. Ahora tengo en mis manos ser yo la persona que motive a las
nuevas generaciones en el proceloso mundo de la física y la investigación. Para
ello es necesario impartir clases atractivas, amenas y estimulantes. Para
conseguirlo, obviamente, la práctica es necesaria, así como escuchar a los
alumnos y alumnas para entender cuál puede ser su mejor fuente de motivación.
Pero tanto o más importante es proporcionar ese trato cuasi-personalizado al
alumnado, sobre todo a las personas con más necesidades. Es imprescindible
conseguir que mantengan la ilusión por el conocimiento y el estudio. Mis
últimas evaluaciones docentes parecen indicar una mejora en el primer aspecto,
que hay que consolidar en los próximos años, así como una apabullante
aceptación del segundo supuesto. Mi filosofía es sencilla en mis clases: “no
hay pregunta tonta, hay profesor con delirios de grandeza” y “atreveros a
pensar y proponer ideas osadas, aunque parezcan barbaridades, pues a partir de
ideas aparentemente locas ha avanzado la ciencia a lo largo de la historia”.
Trato de animar a la participación durante las clases y creo notar cómo algunas
personas pierden efectivamente el miedo a intervenir manifestando sus dudas o
incluso encontrando errores en mis anotaciones.
Pero dando clase en la universidad, solo consigues
motivar a las personas que ya han elegido la carrera y están en tu misma
universidad. Por ese motivo, desde que me convertí en docente universitario he
intensificado mi actividad en X (antigua Twitter), llegando así a otras
personas interesadas en la física (y la ciencia en general) que leen con interés
y comparten mis mensajes, siempre dedicados a mi actividad
docente-investigadora contada de forma positivista. De esta forma he conseguido
establecer otra forma de conexión con mis grupos e interactuar, a su vez, tanto
con alumnos y alumnas como con personal docente e investigador de otras
universidades. Gracias a esta interacción, formo parte de una pequeña comunidad
de amantes de la física que se apoya y que comparte sus dudas, inquietudes y
alegrías. Por otro lado, recuperando la idea de aquella charla sobre STM que
consolidó mi preferencia por hacer la carrera, he comenzado en los últimos años
a impartir ponencias divulgativas sobre temas diversos (microscopía de
proximidad, nuevos materiales como el grafeno, nuevas energías limpias o
nanomedicina) en institutos de bachillerato y otros entornos menos
especializados. A lo mejor dentro de unos años leo un escrito de una de esas
personas diciendo que mi charla fue su motivación para estudiar la carrera de
física y dedicarse posteriormente a la investigación. Así, se volvería a cerrar
un segundo círculo más grande y más bonito que se abrió en la época pre-universitaria.
Fig. 1 Simulación STM de una lámina de grafeno para un voltaje V=-0.2 V. La imagen muestra la red hexagonal donde los puntos brillantes se corresponden con los átomos de carbono. Presenta una estructura atómica de una celda 3x3 superimpuesta. Crédito César González Pascual.
Conclusiones.
En resumen, a veces emular a las mentes más
brillantes como Feynman o Hawking puede ser un excelente acicate para que un
alumno o alumna se interese por estudiar física. Pero, sin duda alguna, el
trabajo de otras muchas personas, tal vez menos conocidas, pero con grandes
habilidades motivacionales, resulta imprescindible para poder llevar el
propósito a buen puerto. Ciertamente, cuando se elige una carrera, lo más
óptimo es haber cultivado una pasión por las materias a estudiar. Así creen
llegar una gran mayoría de los estudiantes actualmente al grado de física. Pero
éste presenta un nivel de exigencia muy elevado que unido a las condiciones
erráticas y poco atractivas de las etapas pre y postdoctoral dificulta
enormemente que gran cantidad de alumnos y alumnas (incluso los más excelentes)
encuentren atractivo el camino de la carrera docente y/o investigadora. Solo la
labor de esos profesores, de esos Feynman con menos renombre internacional,
pero con una actitud positiva y motivadora, puede contribuir a evitar el
desencanto y forjar el interés de las nuevas generaciones por el avance del
conocimiento científico.
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