Richard Feynman no es solo uno de los físicos más
brillantes del siglo XX, sino una de las figuras más inspiradoras para la
investigación y la enseñanza de la ciencia.
Como científico, Feynman realizó varias
contribuciones extraordinarias y de carácter muy diferente, algo al alcance de
muy pocos. Podemos decir que, en un siglo repleto de genios asombrosos, Richard
Feynman estaría en el segundo puesto de los mejores físicos del siglo...
empatado con otros cinco o diez (el primer puesto no hace falta decir para
quién es).
Como estoy seguro de que las contribuciones
científicas de Feynman ya están siendo comentadas en otras entradas de este
libro, me voy a centrar en la inspiración que podemos obtener de él para la
práctica investigadora y, en especial, para la enseñanza de la ciencia.
Inspiración
para la investigación.
En cuanto a la investigación, creo que Richard
Feynman transmite como pocos la curiosidad permanente e irreverente de un niño
pequeño, aliada con una inteligencia suprema. No podemos imitar su
inteligencia, pero sí podemos inspirarnos en su actitud para no dejar que
nuestra curiosidad se marchite en la actividad rutinaria o en nuestra
"zona de confort" intelectual. Naturalmente, esto hay que matizarlo
con una dosis de realismo. Aunque no tuve la fortuna de conocer a Richard
Feynman, mi maestro y colaborador, el profesor de la Universidad de Oxford
Graham Ross (fallecido en 2021), sí lo hizo; y relataba una divertida anécdota.
En una ocasión se acercó a Feynman para exponerle una (¿brillante?) idea que
había tenido. Y este le respondió: "Little steps for little feet"
(pasos pequeños para pies pequeños). Un poco cruel, la verdad, pero realista.
No podemos esperar que siguiendo "las 5 recetas de Feynman para
convertirse en un genio" (o alguna majadería de ese tipo, de las que
abundan por internet), vayamos a conseguirlo. La humildad es un ingrediente
necesario en la práctica científica. Sin embargo, sí que podemos aprender de
Richard Feynman a disfrutar con las maravillas de la naturaleza y a fascinarnos
con los misterios que aún no comprendemos, los más profundos. Podemos
inspirarnos con su ejemplo para pensar con mayor libertad, para mirar las cosas
despojándonos de prejuicios. Y también para no tener miedo a hacer preguntas. A
veces se cita incorrectamente la frase "Shut up and calculate!"
(cállate y calcula) como si la hubiera dicho Feynman, cosa falsa y que
contradice el espíritu crítico que siempre demostró. La realidad es que la
frase la dijo David Mermin para sintetizar en cuatro palabras la interpretación
ortodoxa de la física cuántica (interpretación de Copenhague). Precisamente
Richard Feynman era consciente de las dificultades conceptuales de la
interpretación de Copenhague, como discutió por ejemplo en un interesantísimo
debate en la conferencia de Chapel Hill (1957). Por cierto, en esa misma
conferencia lanzó este dardo a los físicos matemáticos: Don't be so rigorous or you will not succeed. (No seas tan riguroso o no tendrás éxito). El sentido de esta provocativa
frase fue el siguiente: Naturalmente que has de ser riguroso en tus
derivaciones, pero no debes olvidar que en física los "axiomas" (por
ejemplo, los postulados de la física cuántica) no son verdades exactas o
incuestionables, ya que se basan en hipótesis respaldadas por el experimento, y
por tanto siempre sujetas a ser refutadas por un nuevo experimento. En
consecuencia, hay que recordar que en ciencia nos movemos siempre en arenas
movedizas, en contraste con una teoría matemática.
En resumen, es fácil, y muy saludable, dejarse
fascinar por la contagiosa alegría y curiosidad de Feynman. Pero tampoco hay
que engañarse: solo con fe y alegría no se llega muy lejos. Feynman era
divertido, irreverente, curioso, preguntón... pero también riguroso, estudioso,
autoexigente. Sin trabajo duro no se puede avanzar mucho. En este sentido nos
dejó un valioso consejo: El primer principio es
que no debes engañarte a ti mismo, y tú eres la persona más fácil de engañar.
Inspiración
para la enseñanza.
La primera vez que cayó en mis manos un ejemplar de
las "Lectures" de Feynman fue cuando estudiaba la carrera de físicas
en Zaragoza, hace más de 40 años. Y, como a mucha gente (especialmente en
aquella época, con tan poca información disponible) me produjo una fuerte
impresión. De alguna forma lo que pensé fue: "¿Dónde está la trampa?"
O sea, no podía ser que la física sea tan divertida de contar, incluso
conceptos muy áridos, como el campo electromagnético...
De las Lectures de Feynman, así como de otros libros
suyos y de sus clases grabadas, podemos sacar muchas enseñanzas positivas para
la enseñanza de la ciencia. Y lo primero es que la educación puede ser
divertida, aunque desde luego hay partes irremediablemente ásperas y trabajosas
(también en las Lectures), y no hay más remedio que pasar por ellas,
especialmente en el nivel universitario. Añadiría que, efectivamente, es muy
sano y refrescante exponer los conceptos de forma desenfadada, sin pedantería,
y recurriendo a analogías y ejemplos, para todo lo cual Richard Feynman es un
ejemplo excepcional; pero para ser capaces de hacerlo sin desvirtuar el tema,
hace falta un conocimiento profundo de lo que se quiere contar, mucho más
profundo que el nivel de la propia explicación. Creo que esto es también
aplicable a la divulgación científica, ahora que estamos en una época en la que
abundan vídeos que explican en tres minutos la mecánica cuántica o la
relatividad general. Por cierto, a los que quieran acercarse a estas Lectures y
tengan alguna formación previa (un nivel de bachillerato más o menos) les
recomendaría dos de ellas: Volumen II, cap. 42 ("Curved Space"), una
maravillosa introducción a la teoría de la relatividad general; y Volumen I,
cap. 37 ("Quantum behavior"), una brillante discusión del experimento
de la doble rendija que nos sumerge en los fascinantes misterios y aparentes
paradojas de la teoría cuántica.
La inspiración de Feynman nos hace reflexionar sobre
la enseñanza de la física (y la enseñanza en general) en la educación
secundaria, ese momento crucial en el que se despiertan las vocaciones. Por
supuesto, no soy pedagogo, aunque me encanta la enseñanza y la divulgación. Mi
experiencia en este nivel proviene de tener un hijo y una hija que pasaron por
esa etapa hace no mucho, además de contar con muchos familiares, amigos y
amigas profesores de instituto, profesión que admiro. La verdad es que cuando
veo los programas de estudio en el bachillerato no puedo por menos que
preguntarme "¿quién hace esos programas?" Seguramente sería
interesante una participación en ellos de diversos sectores de la sociedad, que
incluyera, además de profesores (los que conocen el terreno de cerca y saben lo
que se puede y no se puede hacer), a profesionales de la investigación, que
pueden aportar perspectiva sobre la importancia de los conceptos y competencias
que se quieren transmitir.
Dejadme ilustrar esto con un par de ejemplos.
Es bien sabido por todos que los átomos están
constituidos por un núcleo atómico, hecho de protones y neutrones, y una
corteza hecha de electrones. Un electrón es una partícula elemental muy ligera,
2000 veces más ligera que un protón. Sin embargo, su carga eléctrica es igual a
la de este, solo que de signo contrario. El electrón tiene carga negativa y el
protón positiva, pero ambas son idénticas, a pesar de ser partículas tan
diferentes. La cuestión es: ¿Por qué son idénticas? La respuesta a esta
pregunta es extremadamente simple y extremadamente interesante. La respuesta es
"nadie lo sabe".
El ejemplo anterior ilustra que la ciencia es algo
abierto y que hay misterios fascinantes que no han sido explicados. Fomentar
este tipo de perspectiva en la educación secundaria puede ser muy valioso para
estimular la curiosidad de los jóvenes por la naturaleza y despertar vocaciones
científicas. Desgraciadamente, no parece que este sea el caso, ni siquiera
(bastantes veces) en la enseñanza universitaria.
El segundo ejemplo es una anécdota sucedida a una
joven estudiante de la E.S.O. conocida mía. La joven tenía que resolver un
problema en el que debía calcular la distancia entre Madrid y Zaragoza a partir
de ciertos datos. Cuando terminó el ejercicio, se mostró muy segura de que lo
había resuelto correctamente. Y el resultado obtenido era que la distancia
entre las dos ciudades era de 3 cm, en vez de los 300 km que realmente las
separan. Seguramente la estudiante se había hecho un lío con los ceros y las
comas; pero, más allá de eso, la anécdota ilustra un par de hechos
interesantes. En primer lugar, la joven no había contextualizado los conceptos
de matemáticas y física que había adquirido. No eran para ella una herramienta
para describir y entender el mundo que la rodeaba. Sería muy aconsejable
reforzar la conexión permanente de los contenidos de la enseñanza con el mundo
real, gracias al uso abundante de ejemplos y problemas en distintos contextos.
Y, en segundo lugar, no tenía el hábito de estimar
cuál iba a ser el resultado de un problema o una operación antes de
resolverlos. Y ese hábito es extraordinariamente importante para aumentar la
intuición científica y aprender de los errores. De hecho, los científicos
solemos cometer muchos errores, pero también solemos ser buenos detectándolos.
Permitir que los alumnos se equivoquen y que descubran, a partir de las equivocaciones,
sus errores de concepto es una fuente valiosísima de formación, tanto en
contenidos como en competencias.
Naturalmente, el tiempo es limitado. Si reforzamos
ciertos contenidos y competencias, necesariamente otros contenidos deberían ser
eliminados o mencionados de forma más superficial. Y aquí llegamos a mi última
y humilde sugerencia. Esa reducción en los programas no tiene por qué ser mala,
sino todo lo contrario. Me parece un hecho que los programas de estudio de la
educación secundaria están muy sobrecargados (a veces de forma pavorosa).
Reducirlos, centrándose en los conceptos esenciales, dejando tiempo para que
estos reposen y se fortalezcan, y poder profundizar en su significado,
mejoraría la calidad de los planes de estudio. Richard Feynman ilustró de forma
maravillosa que es mejor aprender a pensar que coleccionar datos y nombres.
Como dejó dicho: Aprendí muy pronto la
diferencia entre saber el nombre de algo y saber algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario