Mi historia comienza en una biblioteca pública,
donde el caprichoso destino me tenía reservado un encuentro que cambiaría mi
vida. Yo era un adolescente de los años ochenta, con una curiosidad enfocada
hacia todo lo que sonara a conocimiento científico y progreso tecnológico,
siempre buscando respuestas a preguntas que ni siquiera sabía formular y
sediento de nuevas historias sobre la conquista del espacio y los avances de la
ciencia. En aquellos años, solo satisfacía mis intereses a través de lo que
aprendía en clase, unas pocas noticias del periódico que compraba mi padre o de
algún programa semanal de televisión en blanco y negro, lejos de los prodigios
y de la biblioteca de Babel que es ahora el mundo con internet. Sin embargo,
todo cambió el día que, en la Biblioteca Regional de Murcia, me encontré con un
libro de Isaac Asimov.
Recuerdo ese momento con una claridad asombrosa. El
libro estaba ahí, en una estantería almacenado entre otros tantos, como
esperando a ser descubierto. La portada me llamó la atención de inmediato y,
sin saber exactamente por qué, sentí que ese libro era para mí. En su interior,
me encontré con una colección de artículos que hablaban de ciencia, de una manera
cercana, con un estilo fresco y con humor un tanto socarrón. Aquel libro, con
su curioso título y promesa de revelaciones insólitas, abrió ante mí una puerta
a un universo donde la ciencia estaba contada de una manera que jamás había
imaginado. ¿Cómo es posible que un electrón fuera zurdo?
En El electrón es zurdo y otros ensayos científicos
(1980), Isaac Asimov teje con maestría los hilos de la narrativa científica,
convirtiendo conceptos abstractos en historias fascinantes. Y en el ensayo que
da nombre al libro, Asimov no solo aborda la peculiaridad simétrica de
la física cuántica y la naturaleza de las partículas subatómicas; lo hace de
una forma que despierta la curiosidad innata, aquella sed de saber que reside
en cada uno de nosotros. La manera en que el ‘Buen doctor’ explica cómo el
mundo a nuestro alrededor está gobernado por leyes y fenómenos que desafían la
intuición común es simplemente magistral. Y deja claras sus intenciones: “Yo intento enseñar porque, consiga o no
instruir a otros, consigo infaliblemente instruirme a mí mismo”.
Fig. 1 Cubierta del libro El electrón es zurdo y otros ensayos científicos, Alianza Editorial, 1977.
El impacto de este libro en mi anodina vida juvenil
fue toda una revolución. Cada capítulo, cada anécdota, cada explicación, cada
comentario provocador no solo incrementaba mi interés y conocimiento, sino que
también me enseñaba a ver el mundo desde una perspectiva nueva, con un enfoque
que hizo que me estallara la cabeza. Entendí que la ciencia no era un conjunto
de respuestas definitivas, sino un camino continuo de descubrimientos, donde
cada pregunta lleva a nuevas incógnitas, cada experimento abre puertas a
realidades inexploradas. Ya nada iba a ser igual.
La influencia de Asimov en mi vida fue tal, que me
llevó a explorar con más profundidad otros campos de la ciencia y a otros
autores, siempre buscando historias, curiosidades y explicaciones de todos los desafíos
que se me ponían por delante.
En esa voraz búsqueda por más conocimiento, Asimov
me llevó varios años después a otro gigante: a Richard Feynman. Fue a través de
un artículo de Isaac Asimov, publicado en la revista Muy Interesante a
principios de los años noventa, donde mi curiosidad por Richard Feynman se
encendió por primera vez. En aquel entonces, la revista solía traducir y
publicar algunas de las columnas de Asimov. En uno de estos artículos, Asimov
no solo destacó a Feynman por sus contribuciones indiscutibles al campo de la
física, sino que también lo elogió como un educador excepcional y un
comunicador científico sin igual.
Este primer encuentro con el nombre de Feynman, que
me pilló en los primeros años de la carrera de Ciencias Químicas en la
Universidad de Murcia, despertó en mí un interés profundo y me impulsó a buscar
más información sobre este personaje tan intrigante. Pronto descubrí que
Feynman fue mucho más que un físico de renombre; fue un genio de múltiples habilidades,
cuyas contribuciones dejaron una huella indeleble en el mundo de la ciencia. A
medida que profundizaba en su vida y obra, descubrí que había sido galardonado
con el Premio Nobel de Física en 1965, por sus innovadoras contribuciones al
desarrollo de la electrodinámica cuántica, un reconocimiento que subrayaba su
papel fundamental en el avance de la física moderna.
Además, su participación en el Proyecto Manhattan
durante la Segunda Guerra Mundial, donde desempeñó un papel crucial en el
desarrollo de la bomba atómica, y más tarde, su implicación en la Comisión
Rogers para investigar el desastre del transbordador espacial Challenger ocurrido
en enero de 1986, ponen de manifiesto su capacidad para aplicar su genio
científico a algunos de los problemas más complejos y urgentes de su tiempo. Además,
tocaba el bongó en sus clases.
Fig. 2 Feynman tocando el bongó en 1956. Calltech Archives.
La forma en la que Feynman abordaba la física era
completamente nueva para mí. Su pasión por la enseñanza y su habilidad para
explicar conceptos complejos de manera accesible me cautivaron. Feynman no solo
quería que sus estudiantes aprendieran física; quería que se enamoraran de
ella, que sintieran la misma curiosidad y asombro que él sentía ante el
universo. Y vaya si lo logró conmigo.
Seis piezas fáciles fue el primer libro que leí de Feynman. Con él —y con Sagan y Asimov— me
di cuenta de que la ciencia no era solo un conjunto de conocimientos para
memorizar; era una manera de ver y entender el mundo. Ellos me enseñaron que
las preguntas eran tan importantes como las respuestas, y que el verdadero
aprendizaje venía de la mano de la curiosidad y la experimentación.
Fig. 3 Cubierta del libro Seis piezas fáciles, Editorial Crítica.
Si tuviera que elegir una de estas seis piezas a las
que estamos homenajeando, me quedaría con la tercera, la titulada La
relación de la física con las otras ciencias. En ella nos encontramos con
el Feynman más brillante, inspirado y controvertido. Prueba de esto último lo
podemos encontrar cuando aparta a las matemáticas diciendo lo siguiente: La matemática no es una ciencia desde nuestro punto
de vista, en el sentido de que no es una ciencia natural. La prueba de su
validez no es el experimento. Y prosigue: Dicho sea de paso, debemos dejar claro de entrada
que el hecho de que algo no sea una ciencia no quiere decir necesariamente que
sea malo. Por ejemplo, el amor no es una ciencia. Por lo tanto, si se dice que
algo no es una ciencia, no quiere decir que haya algo erróneo en ello; quiere
decir simplemente que no es una ciencia.
Feynman argumenta que la física es la ciencia
fundamental, ya que proporciona las leyes básicas que gobiernan el
comportamiento de la materia y la energía, sobre las cuales se construyen otras
ciencias como la química, la biología, la geología, la astronomía e incluso la
psicología. Así, nos cuenta cómo la química es la ciencia que quizá está más
profundamente afectada por la física, que la química empezó siendo casi
exclusivamente lo que ahora llamamos química inorgánica, una química de las
sustancias que no están asociadas con los seres vivos. Y que se necesitó mucho
trabajo analítico para descubrir la existencia de los diversos elementos y sus
relaciones, cómo se forman los diversos compuestos relativamente simples
encontrados en las rocas, en la tierra... También Feynman nos habla de que la
teoría de la química y de las propias reacciones químicas, está resumida en
gran medida en la tabla periódica de Mendeléyev, que revela muchas relaciones
extrañas entre los diversos elementos; y que fue la colección de reglas acerca
de qué sustancias se combinaban con cuáles, y cómo, lo que constituyó la
química inorgánica. Todas estas reglas —sigue Feynman— fueron finalmente
explicadas por la mecánica cuántica, de modo que la química teórica es de hecho
física. Añade la importancia de los métodos estadísticos aplicados a
situaciones para las que existen leyes mecánicas, lo que conocemos como
mecánica estadística. En cualquier situación química están implicados un gran
número de átomos y esos átomos están agitándose de una forma muy aleatoria y
complicada. Si pudiéramos analizar cada colisión y ser capaces de seguir en
detalle el movimiento de cada molécula, quizá podríamos calcular lo que iba a
suceder, pero los enormes números necesarios para seguir la pista a todas estas
moléculas superan tan abrumadoramente la capacidad de cualquier ordenador, y
ciertamente la capacidad del cerebro, que se hacía necesario desarrollar un
método para tratar con situaciones tan complicadas. La mecánica estadística sería
entonces la ciencia de los fenómenos del calor, o la termodinámica. Concluye
Feynman sus primeras reflexiones con la química orgánica como rama que es un
preámbulo de la bioquímica y esta de la biología molecular.
A continuación, el gran Richard nos explica la relación
entre la biología y la física, que la biología, como ciencia de la vida, se
ocupa de sistemas complejos y organizados, como células, organismos y
ecosistemas, cuyos comportamientos y propiedades emergen de las interacciones
entre sus componentes a nivel molecular y atómico. Aunque la complejidad de
estos sistemas como el metabolismo, la obtención de energía, la estructura del
ADN, la transmisión de los impulsos nerviosos… puede parecer abrumadora,
subyace en ellos un orden regido por las leyes fundamentales de la física, como
la termodinámica, la mecánica cuántica y la electrodinámica.
Para Feynman, la astronomía es más vieja que la
física y puso en marcha esta ciencia al mostrar la bella simplicidad del
movimiento de las estrellas y los planetas. La composición de las estrellas, la
comprensión de que estamos hechos de materia estelar, como también nos
recordaba Carl Sagan, la mecánica de los objetos del universo… todo el cosmos
es física.
En cuanto a la geología, la cuestión básica de esta
ciencia para Feynman es: ¿Qué hace que la Tierra sea como es? Y nos la resuelve
con más dudas que certezas, como lo poco que conocemos las reglas que rigen el
vulcanismo, los terremotos y los procesos de formación de montañas. Sabemos
mucho menos de la Tierra de lo que sabemos sobre las condiciones de la materia
en las estrellas.
Termina este repaso con la psicología, dándole un
épico repaso al psicoanálisis, al que nuestro querido autor se refiere como
algo más parecido a la brujería que otra cosa. Y llegados a este punto, como no
puede ser de otra manera en un genio como lo fue Richard Feynman, se pregunta
por la interacción entre el pensamiento y las máquinas computadoras. Es una
pena que no lo desarrollara con más profundidad o que no viviera para ver estos
tiempos actuales con los debates sobre la presencia de la inteligencia
artificial y el futuro que nos aguarda. El alegato final de este capítulo con
el universo en un vaso de vino y el brindis final no deben perdérselo.
Las lecturas de divulgación no solo han alimentado
mi amor por la ciencia, sino que también sembraron en mí el deseo de compartir
esa pasión con otros. Cada vez que tengo la oportunidad de hablar sobre
ciencia, intento inyectar en mi narrativa ese mismo espíritu de asombro, esa
chispa que se inició con Asimov, Sagan, Feynman y tantos otros.
Este camino, iniciado por la curiosidad de un
adolescente en una biblioteca, me llevó a atreverme con la creación de
contenidos de divulgación científica. Aunque lo hago siempre de forma amateur,
me mueve la aventura de inspirar esa misma curiosidad y asombro por la ciencia
en otras personas, especialmente en los más jóvenes. Si lo consigo o no, ya es
otro tema, pero admito que me lo paso en grande intentándolo.
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