sábado, 23 de marzo de 2024

El ‘buen doctor’ que me descubrió a Feynman - Daniel Torregrosa

Capítulo 57

El ‘buen doctor’ que me descubrió a Feynman.
(Por Daniel Torregrosa)






Mi historia comienza en una biblioteca pública, donde el caprichoso destino me tenía reservado un encuentro que cambiaría mi vida. Yo era un adolescente de los años ochenta, con una curiosidad enfocada hacia todo lo que sonara a conocimiento científico y progreso tecnológico, siempre buscando respuestas a preguntas que ni siquiera sabía formular y sediento de nuevas historias sobre la conquista del espacio y los avances de la ciencia. En aquellos años, solo satisfacía mis intereses a través de lo que aprendía en clase, unas pocas noticias del periódico que compraba mi padre o de algún programa semanal de televisión en blanco y negro, lejos de los prodigios y de la biblioteca de Babel que es ahora el mundo con internet. Sin embargo, todo cambió el día que, en la Biblioteca Regional de Murcia, me encontré con un libro de Isaac Asimov.

Recuerdo ese momento con una claridad asombrosa. El libro estaba ahí, en una estantería almacenado entre otros tantos, como esperando a ser descubierto. La portada me llamó la atención de inmediato y, sin saber exactamente por qué, sentí que ese libro era para mí. En su interior, me encontré con una colección de artículos que hablaban de ciencia, de una manera cercana, con un estilo fresco y con humor un tanto socarrón. Aquel libro, con su curioso título y promesa de revelaciones insólitas, abrió ante mí una puerta a un universo donde la ciencia estaba contada de una manera que jamás había imaginado. ¿Cómo es posible que un electrón fuera zurdo?

En El electrón es zurdo y otros ensayos científicos (1980), Isaac Asimov teje con maestría los hilos de la narrativa científica, convirtiendo conceptos abstractos en historias fascinantes. Y en el ensayo que da nombre al libro, Asimov no solo aborda la peculiaridad simétrica de la física cuántica y la naturaleza de las partículas subatómicas; lo hace de una forma que despierta la curiosidad innata, aquella sed de saber que reside en cada uno de nosotros. La manera en que el ‘Buen doctor’ explica cómo el mundo a nuestro alrededor está gobernado por leyes y fenómenos que desafían la intuición común es simplemente magistral. Y deja claras sus intenciones: “Yo intento enseñar porque, consiga o no instruir a otros, consigo infaliblemente instruirme a mí mismo”.

Fig. 1 Cubierta del libro El electrón es zurdo y otros ensayos científicos, Alianza Editorial, 1977.


El impacto de este libro en mi anodina vida juvenil fue toda una revolución. Cada capítulo, cada anécdota, cada explicación, cada comentario provocador no solo incrementaba mi interés y conocimiento, sino que también me enseñaba a ver el mundo desde una perspectiva nueva, con un enfoque que hizo que me estallara la cabeza. Entendí que la ciencia no era un conjunto de respuestas definitivas, sino un camino continuo de descubrimientos, donde cada pregunta lleva a nuevas incógnitas, cada experimento abre puertas a realidades inexploradas. Ya nada iba a ser igual.

La influencia de Asimov en mi vida fue tal, que me llevó a explorar con más profundidad otros campos de la ciencia y a otros autores, siempre buscando historias, curiosidades y explicaciones de todos los desafíos que se me ponían por delante.

En esa voraz búsqueda por más conocimiento, Asimov me llevó varios años después a otro gigante: a Richard Feynman. Fue a través de un artículo de Isaac Asimov, publicado en la revista Muy Interesante a principios de los años noventa, donde mi curiosidad por Richard Feynman se encendió por primera vez. En aquel entonces, la revista solía traducir y publicar algunas de las columnas de Asimov. En uno de estos artículos, Asimov no solo destacó a Feynman por sus contribuciones indiscutibles al campo de la física, sino que también lo elogió como un educador excepcional y un comunicador científico sin igual.

Este primer encuentro con el nombre de Feynman, que me pilló en los primeros años de la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad de Murcia, despertó en mí un interés profundo y me impulsó a buscar más información sobre este personaje tan intrigante. Pronto descubrí que Feynman fue mucho más que un físico de renombre; fue un genio de múltiples habilidades, cuyas contribuciones dejaron una huella indeleble en el mundo de la ciencia. A medida que profundizaba en su vida y obra, descubrí que había sido galardonado con el Premio Nobel de Física en 1965, por sus innovadoras contribuciones al desarrollo de la electrodinámica cuántica, un reconocimiento que subrayaba su papel fundamental en el avance de la física moderna.

Además, su participación en el Proyecto Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial, donde desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la bomba atómica, y más tarde, su implicación en la Comisión Rogers para investigar el desastre del transbordador espacial Challenger ocurrido en enero de 1986, ponen de manifiesto su capacidad para aplicar su genio científico a algunos de los problemas más complejos y urgentes de su tiempo. Además, tocaba el bongó en sus clases.

Fig. 2 Feynman tocando el bongó en 1956. Calltech Archives.


La forma en la que Feynman abordaba la física era completamente nueva para mí. Su pasión por la enseñanza y su habilidad para explicar conceptos complejos de manera accesible me cautivaron. Feynman no solo quería que sus estudiantes aprendieran física; quería que se enamoraran de ella, que sintieran la misma curiosidad y asombro que él sentía ante el universo. Y vaya si lo logró conmigo.

Seis piezas fáciles fue el primer libro que leí de Feynman. Con él —y con Sagan y Asimov— me di cuenta de que la ciencia no era solo un conjunto de conocimientos para memorizar; era una manera de ver y entender el mundo. Ellos me enseñaron que las preguntas eran tan importantes como las respuestas, y que el verdadero aprendizaje venía de la mano de la curiosidad y la experimentación.

Fig. 3 Cubierta del libro Seis piezas fáciles, Editorial Crítica.


Si tuviera que elegir una de estas seis piezas a las que estamos homenajeando, me quedaría con la tercera, la titulada La relación de la física con las otras ciencias. En ella nos encontramos con el Feynman más brillante, inspirado y controvertido. Prueba de esto último lo podemos encontrar cuando aparta a las matemáticas diciendo lo siguiente: La matemática no es una ciencia desde nuestro punto de vista, en el sentido de que no es una ciencia natural. La prueba de su validez no es el experimento. Y prosigue: Dicho sea de paso, debemos dejar claro de entrada que el hecho de que algo no sea una ciencia no quiere decir necesariamente que sea malo. Por ejemplo, el amor no es una ciencia. Por lo tanto, si se dice que algo no es una ciencia, no quiere decir que haya algo erróneo en ello; quiere decir simplemente que no es una ciencia.

Feynman argumenta que la física es la ciencia fundamental, ya que proporciona las leyes básicas que gobiernan el comportamiento de la materia y la energía, sobre las cuales se construyen otras ciencias como la química, la biología, la geología, la astronomía e incluso la psicología. Así, nos cuenta cómo la química es la ciencia que quizá está más profundamente afectada por la física, que la química empezó siendo casi exclusivamente lo que ahora llamamos química inorgánica, una química de las sustancias que no están asociadas con los seres vivos. Y que se necesitó mucho trabajo analítico para descubrir la existencia de los diversos elementos y sus relaciones, cómo se forman los diversos compuestos relativamente simples encontrados en las rocas, en la tierra... También Feynman nos habla de que la teoría de la química y de las propias reacciones químicas, está resumida en gran medida en la tabla periódica de Mendeléyev, que revela muchas relaciones extrañas entre los diversos elementos; y que fue la colección de reglas acerca de qué sustancias se combinaban con cuáles, y cómo, lo que constituyó la química inorgánica. Todas estas reglas —sigue Feynman— fueron finalmente explicadas por la mecánica cuántica, de modo que la química teórica es de hecho física. Añade la importancia de los métodos estadísticos aplicados a situaciones para las que existen leyes mecánicas, lo que conocemos como mecánica estadística. En cualquier situación química están implicados un gran número de átomos y esos átomos están agitándose de una forma muy aleatoria y complicada. Si pudiéramos analizar cada colisión y ser capaces de seguir en detalle el movimiento de cada molécula, quizá podríamos calcular lo que iba a suceder, pero los enormes números necesarios para seguir la pista a todas estas moléculas superan tan abrumadoramente la capacidad de cualquier ordenador, y ciertamente la capacidad del cerebro, que se hacía necesario desarrollar un método para tratar con situaciones tan complicadas. La mecánica estadística sería entonces la ciencia de los fenómenos del calor, o la termodinámica. Concluye Feynman sus primeras reflexiones con la química orgánica como rama que es un preámbulo de la bioquímica y esta de la biología molecular.

A continuación, el gran Richard nos explica la relación entre la biología y la física, que la biología, como ciencia de la vida, se ocupa de sistemas complejos y organizados, como células, organismos y ecosistemas, cuyos comportamientos y propiedades emergen de las interacciones entre sus componentes a nivel molecular y atómico. Aunque la complejidad de estos sistemas como el metabolismo, la obtención de energía, la estructura del ADN, la transmisión de los impulsos nerviosos… puede parecer abrumadora, subyace en ellos un orden regido por las leyes fundamentales de la física, como la termodinámica, la mecánica cuántica y la electrodinámica.

Para Feynman, la astronomía es más vieja que la física y puso en marcha esta ciencia al mostrar la bella simplicidad del movimiento de las estrellas y los planetas. La composición de las estrellas, la comprensión de que estamos hechos de materia estelar, como también nos recordaba Carl Sagan, la mecánica de los objetos del universo… todo el cosmos es física.

En cuanto a la geología, la cuestión básica de esta ciencia para Feynman es: ¿Qué hace que la Tierra sea como es? Y nos la resuelve con más dudas que certezas, como lo poco que conocemos las reglas que rigen el vulcanismo, los terremotos y los procesos de formación de montañas. Sabemos mucho menos de la Tierra de lo que sabemos sobre las condiciones de la materia en las estrellas.

Termina este repaso con la psicología, dándole un épico repaso al psicoanálisis, al que nuestro querido autor se refiere como algo más parecido a la brujería que otra cosa. Y llegados a este punto, como no puede ser de otra manera en un genio como lo fue Richard Feynman, se pregunta por la interacción entre el pensamiento y las máquinas computadoras. Es una pena que no lo desarrollara con más profundidad o que no viviera para ver estos tiempos actuales con los debates sobre la presencia de la inteligencia artificial y el futuro que nos aguarda. El alegato final de este capítulo con el universo en un vaso de vino y el brindis final no deben perdérselo.

Las lecturas de divulgación no solo han alimentado mi amor por la ciencia, sino que también sembraron en mí el deseo de compartir esa pasión con otros. Cada vez que tengo la oportunidad de hablar sobre ciencia, intento inyectar en mi narrativa ese mismo espíritu de asombro, esa chispa que se inició con Asimov, Sagan, Feynman y tantos otros.

Este camino, iniciado por la curiosidad de un adolescente en una biblioteca, me llevó a atreverme con la creación de contenidos de divulgación científica. Aunque lo hago siempre de forma amateur, me mueve la aventura de inspirar esa misma curiosidad y asombro por la ciencia en otras personas, especialmente en los más jóvenes. Si lo consigo o no, ya es otro tema, pero admito que me lo paso en grande intentándolo.




Daniel Torregrosa.
Químico.
Escritor y divulgador.


Créditos Música:
231 2.53
Winter Joy by Keys of Moon | https://soundcloud.com/keysofmoon
Creative Commons / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


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