Hablar de las Feynman Lectures on Physics me trae
recuerdos muy entrañables. Me encontré con esa maravillosa obra por primera vez
en la biblioteca pública de El Puerto de Santa María (Cádiz), cuando estudiaba
bachillerato, en los años 80. En aquel lugar, entre un número sorprendentemente
grande de libros muy variados sobre física, astronomía y matemáticas, descubrí
la edición bilingüe en tres tomos que se había editado en 1971. Y en esas páginas
con formato apaisado encontré una forma diferente de aprender cosas muy interesantes
sobre la ciencia que más me motivaba: la física. Así que me enganché a aquellos
libros: me los leí y releí. Además, lo hice en inglés, para mejorar mi
vocabulario científico en ese idioma a la vez que disfrutaba de su contenido.
Aquel encuentro con las Lectures de Feynman se
produjo en una época clave para mi vocación profesional. Hacía mucho tiempo que
tenía claro que quería ser científico; era algo que me llamaba la atención
desde que era un crío y afortunadamente acabé lográndolo. Y echando la vista
atrás sé que, además de impulsarme esa motivación interior tan temprana, en gran
parte aquello lo conseguí gracias a que durante el bachillerato,
afortunadamente, tuve muy buenos profesores de ciencias. Y lo eran no solamente
por la claridad con la que impartían sus asignaturas, sino porque de una forma
u otra me motivaron a la hora de querer profundizar e ir más allá de lo que
veíamos en el aula. Y es que, como decía Feynman, los alumnos no necesitan
profesores perfectos, sino profesores que hagan sentir la ilusión por venir a
clase y hagan crecer el amor por el aprendizaje.
De aquella etapa guardo un especial recuerdo de
varios de esos profesores en el Instituto Pedro Muñoz Seca de El Puerto de
Santa María. Uno de ellos, José Luis del Campo, fue mi profesor de Matemáticas
en 2º de BUP. Consiguió transmitirme la belleza de una herramienta fundamental
para cualquier científico. Es algo que también encontré más adelante en algunos
pasajes de la obra de Feynman y que me motivó a aprender por mi cuenta técnicas
de cálculo mucho más complejas. Tampoco olvido de aquel mismo curso aquellas
primeras clases de la optativa de Informática, asignatura que se implantaba
como novedad en bachillerato aquel año. Esas clases las daba la profesora Mari
Luz Gandarias. Para eso disponíamos de un único ordenador Sinclair ZX81 que, además,
solamente contaba con 1 kb de memoria RAM (al poco tiempo se la ampliaron a 16
kb). A pesar de esas limitaciones, aprendí a hacer mis primeros programas en
BASIC y me aficioné a la informática. Después, como autodidacta y simplemente
por el placer de saber más, aprendería otros lenguajes de programación. Y no
fue tiempo perdido: saber hacer mi propio software se convertiría en otra
herramienta fundamental a lo largo de mi futura carrera profesional. A día de
hoy continúo programando: es raro que en el escritorio de mi PC no tenga
abierto algún compilador de software. Y, casualidades de la vida, años después
de aquellas primeras clases sobre BASIC Mari Luz Gandarias sería una de mis
profesoras de matemáticas en la universidad.
Pero quizá quien más influencia tuvo en mi vocación
en aquella etapa fue Pilar Benéitez, que durante todo el bachillerato sería mi
profesora de la asignatura Física y Química. Esas serían precisamente las dos ciencias
que marcarían con más fuerza mi carrera profesional. Tanto es así, que años
después acabé haciendo dos doctorados, uno en cada una de esas disciplinas. Y algo
que siempre agradeceré a Pilar, que además era una extraordinaria docente, es
que, cuando aún faltaban muchos años para que empezaran a proliferar las
actividades relacionadas con la divulgación, ella se tomase la molestia de
sacar tiempo para llevarnos un día a la Facultad de Ciencias de Cádiz cuando
cursábamos 3º de bachillerato. Quiso que viésemos cómo trabajaban dos
investigadores de aquel centro y tratar así de motivarnos para que siguiésemos
un camino similar. Me consta que aquello no fue tiempo perdido, pues eso marcó
la trayectoria profesional de, al menos, tres de los estudiantes que íbamos en
aquel grupo.
La
etapa universitaria como químico.
Así que opté por estudiar la licenciatura en Química
en la Universidad de Cádiz. Titulación que tres años después empecé a simultanear
con la licenciatura en Física en la Universidad de Sevilla. Tener casi
terminada la primera fue clave para que a la hora de tratar de encontrar un
futuro laboral me decantase por priorizar la química, dejando de lado la
física. Y es que en aquellos años España atravesaba una situación de crisis
económica, y tenía que jugar bien la carta de ser el primero de mi promoción en
la titulación de química. Fue entonces cuando me embarqué en mi primer
doctorado y me inicié en el campo de la investigación en la Universidad de
Sevilla. Pensé que había empezado a cumplir mi sueño de ser científico; pero lo
cierto es que conforme más avanzaba en ese doctorado mayor era mi sensación de
que eso no era así; y menos relevante me parecía lo que se hacía en el grupo de
investigación en el que hacía mi tesis. Y es que, cuando uno acaba de terminar
la carrera y tiene poca experiencia en ciertos ámbitos universitarios, a veces no
se imagina que puede encontrarse con personas expertas en soltar al viento
cantos de sirena con la idea de atrapar a jóvenes investigadores que puedan
tener buen potencial. Y éstos, inexpertos e incautos, pueden acabar cayendo en
entornos que, con el paso del tiempo, terminan por ofrecer muchos más techos de
cristal y piedras en el camino que oportunidades.
Con el tiempo, quién lo diría por entonces, terminé
dedicándome yo también a la docencia en la universidad, como profesor de
química. Empecé en la de Sevilla y más tarde me trasladaría a otra diferente.
Allí siempre he intentado transmitir a mis alumnos el entusiasmo y la
motivación que tuve la suerte de recibir. Pero también en mi interior me
encontraba muy desilusionado al darme cuenta de que el camino que había elegido
no me permitiría desarrollarme como investigador. De hecho, en esa época me empecé
a acordar con frecuencia de otro de mis profesores del instituto: Antonio, cuyo
apellido creo que era Fernández, y que impartía la asignatura de Física en el
Curso de Orientación Universitaria (COU). Era un profesor muy joven, que en una
ocasión nos comentó que empezó trabajando en la universidad. Pero que decidió dejarlo
y dedicarse a la enseñanza en Educación Secundaria, pues no le gustó nada el
ambiente tóxico que se respiraba en aquel lugar.
Así que yo también decidí distanciarme todo lo posible
de ese entorno hostil que cada vez se hacía más patente, pero sin renunciar a
mi sueño de ser científico. Y recordé aquellos años en los que me motivaba
leyendo los libros de Feynman y otras obras sobre física. Fue ahí cuando decidí
dar lo que entonces me pareció un salto al vacío sin alas que muy probablemente
estaría condenado a un nuevo fracaso. Pero que, al menos, me permitiría
recuperar la ilusión y disfrutar de cosas que me parecían muchísimo más
motivadoras.
El
salto a la Astrofísica: el proyecto SMART.
No mucho tiempo después ese cambio resultó ser la
mejor decisión que he tomado hasta ahora en el plano profesional: retomar lo
que quizá nunca debí haber dejado de lado: la física. Así que decidí hacer mi
segundo doctorado, esta vez en un entorno muchísimo más amigable y sano, mucho
más motivado y, por primera vez, con la sensación de que hacía Ciencia. Sí, de
la de verdad, de la que se escribe con mayúsculas.
En ese salto al vacío, a la vez que hacía ese
doctorado en física, decidí invertir mis ahorros para adquirir equipamiento que
me permitiera investigar en astrofísica, y monté partiendo de cero el proyecto
SMART (Spectroscopy of Meteoroids in the Atmosphere with Robotic Technologies).
Me embarqué así en el estudio de los meteoroides, meteoros y meteoritos, y en
analizar cómo estas rocas colisionan contra la atmósfera de la Tierra (figura
1). En esos momentos difíciles tuve el apoyo incondicional de la Fundación
AstroHita, que me ofreció sus instalaciones en Toledo para poder ubicar parte
de mi equipamiento. Poco después llegarían otras colaboraciones. Así, por
ejemplo, gracias al apoyo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)
y del Observatorio de Calar Alto (CAHA), pude continuar expandiendo y mejorando
mi proyecto.
Fig. 1 Bola de fuego detectada por el proyecto SMART desde el observatorio de Calar Alto (CAHA, Almería). La produjo la entrada de una roca (un meteoroide) en la atmósfera terrestre. Crédito: CAHA.
Tendría unos años después la gran fortuna de
conseguir vincularme como investigador al Instituto de Astrofísica de Andalucía
(IAA-CSIC). Allí he tenido la suerte de conocer a estupendos profesionales de
los que he aprendido y sigo aprendiendo mucho. Allí también he podido
desarrollar mi investigación sin los techos de cristal y las piedras en el
camino que me fui encontrando en la universidad. Universidad a la que también
sigo vinculado actualmente como docente y que no nombraré. Pues no querría
hacer publicidad a quienes, a pesar de la visibilidad internacional que mi
trabajo les ha dado durante años, me han demostrado sobradamente no merecer lo
que recibían.
Y es que puedo dar fe de que, como dicen los
especialistas en estos temas, la universidad es uno de los entornos laborales
más tóxicos que existen, y en los que la mezcla de envidias, idiocia y mala fe
dan lugar a situaciones de abuso y acoso por las que nadie debería pasar. Ojalá,
y más pronto que tarde, se tome conciencia de este problema y se adopten
medidas mucho más eficaces que las actuales para ponerles freno. A toro pasado,
si algo lamento de mi trayectoria profesional es no haber sido capaz de ver
antes esos escenarios. Si pudiera retroceder en el tiempo, muy probablemente no
volvería a apostar por la universidad como vía laboral. Aunque, por otro lado, en
mi camino también conocí a gente maravillosa y a la que valoro por encima de
muchas cosas.
El
proyecto MIDAS.
En mitad de ese proceso de cambio de
la química a la astrofísica, el director de tesis doctoral en física, el Dr.
José Luis Ortiz del IAA-CSIC, confió en mi para retomar un proyecto que él
había iniciado en el año 1997 con la finalidad de detectar impactos de rocas
contra la Luna. Se trataba de un proyecto complementario al proyecto SMART, así
que acepté su propuesta. A ese proyecto lo bautizamos entonces como MIDAS (Moon
Impacts Detection and Analysis System). MIDAS despertó gran interés y de pronto
me encontré en medio de reuniones con investigadores de agencias espaciales
como la NASA o la Agencia Espacial Europea (ESA). Era una especie de sueño
hecho realidad en el que la universidad seguía aportando sus zancadillas. Pero,
a pesar de esas dificultades, tenía muy claro que debía seguir adelante: era
algo que me ilusionaba y motivaba como hacía años que no me ilusionaba por
nada.
El caso es que gracias al equipamiento que muy
generosamente me facilitó José Luis Ortiz desde el IAA, junto con el que
también aportó la Fundación AstroHita y el que adquirí yo con mis propios
recursos económicos, conseguí detectar el que, hasta la fecha, ha sido el mayor
destello producido por un impacto contra la Luna del que hay imágenes. Se pudo
observar a pesar de la brutal calima que dificultaba la observación con
nuestros telescopios (figura 2). El cráter producido por ese impacto fue localizado
y fotografiado meses después por la sonda espacial Lunar Reconnaissance Orbiter
(LRO) de la NASA (figura 3).
Fig. 2 El gran destello producido por el impacto detectado en la zona nocturna de la Luna por el proyecto MIDAS el 11 de septiembre de 2013 (Crédito: IAA-CSIC).
Aquello tuvo una repercusión enorme a nivel
internacional, tanto en lo científico como a nivel mediático. Las entrevistas y
peticiones de información de las cadenas de televisión y de los periódicos más
importantes del mundo fueron un no parar cuando la noticia se hizo pública:
BBC, New York Times, Washington Post, Le Mond, National Geographic, Scientific
American, Der Spiegel, Aljazeera, la revista Nature, la propia NASA... Recuerdo
con asombro cómo en uno de los informativos de la cadena norteamericana FOX
News dedicaron 21 minutos a hablar sobre el tema de la mano de un científico de
la NASA. Me pareció que algo así era impensable en nuestro país, donde las
noticias en los informativos suelen acapararlas otro tipo de eventos, para nada
relacionados con la ciencia.
Fig. 3 Cráter de casi
Aquel éxito científico, junto con el revuelo
mediático correspondiente, se repitió en el año 2019, cuando detectamos otro
impacto contra la Luna muy relevante. Esta vez se trataba del primero que se
observaba durante un eclipse lunar total. Y aunque quien me conoce bien sabe
que no soy precisamente muy dado a ponerme bajo los focos y a aparecer en
medios de comunicación, también es cierto que a nadie le amarga un dulce. Sobre
todo, cuando ves que el trabajo está dando frutos a pesar de las enormes dificultades.
En ese contexto también fue divertido ver que, como
a los éxitos no les faltan candidatos oportunistas para unirse a la fiesta, a
la universidad le faltó tiempo para hacer bandera de todo aquello y atribuirse
el mérito correspondiente en los proyectos SMART y MIDAS. Eso sí, meses después
me certificarían en un documento oficial que mi aportación mediática más
significativa se produjo simplemente a nivel de la prensa local. Algo muy revelador,
pues da una idea o bien de la ruindad de algunos gestores, o bien de que la necedad
no permite ver mucho más allá de lo que alcanza la visera de una boina bien
roscada hasta las cejas. En cualquier caso, eso no dejó de ser una pequeña
muestra más de la toxicidad a la que hacía alusión antes.
Lo importante es que todos aquellos éxitos condujeron
a las colaboraciones y los contratos que se firmaron con la Agencia Espacial
Europea (ESA). Y también a que hoy en día nuestro equipo del IAA continúe
teniendo una posición de liderazgo a nivel mundial en este campo de investigación.
Entre algunos hitos destacables está el haber establecido los fundamentos,
tanto prácticos como teóricos, de la técnica que permite detectar y analizar
estos impactos en la Luna. Y también ser los primeros en determinar
experimentalmente qué temperatura se alcanza durante estos impactos, realizando
observaciones de los mismos en varias longitudes de onda.
Ad
astra per aspera.
Esta frase en latín se suele traducir a nuestro
idioma como "hacia las estrellas a través de las dificultades". Y
viene a significar que los caminos para conseguir algo en la vida no suelen ser
nada fáciles. No basta con motivación y esfuerzo; también hay que tener la
capacidad para sortear muchos obstáculos e imprevistos.
En ese sentido, a la universidad le tengo que
agradecer haberme hecho más fuerte y más resiliente. Y es que cuando te llevan
al punto de provocarte un ictus y una posterior recaída, tienes que tener muy
claro que tienes que seguir adelante. Porque cuando te caes, te tienes que
levantar. Pero cuando te tiran, te tienes que levantar con mucha más fuerza.
Por suerte, yo he podido sobrevivir a ese ictus. Y eso me ha hecho valorar mucho
más las cosas buenas que me rodean, a la vez que he aprendido a no perder el
tiempo con quienes tratan de hacer daño. Hoy llevo a gala, como si fuera una
medalla de la que me siento muy orgulloso, que los gestores de esa universidad
me declarasen en su momento "indigno" de esa institución. Porque he
aprendido que hay instituciones e Instituciones. Y viniendo de quienes venía
ese galardón, era el mejor regalo que me pudieron hacer. Les doy las gracias,
de todo corazón.
Y continúo avanzando, muy ilusionado con mis
proyectos de investigación, desarrollando nuevas ideas. Divulgando sobre
Astronomía y sobre mi trabajo en la medida en que mi tiempo me lo permite. E
intentando hacer lo mismo que aquellos profesores que tuve en bachillerato,
como Pilar, como Mari Luz, como José Luis, como Antonio; intentando así
trasladar a mis alumnos la fascinación por la Ciencia. Quién sabe en cuántos de
ellos fructificará también esa semilla.
Y, respecto a Feynman, aunque ya tenía un par de
ejemplares de ediciones mucho más recientes, hace pocos meses, y después de
mucho buscar, he tenido la suerte de poder hacerme con los tres tomos de
aquella edición bilingüe de sus Lectures on Physics del año 1971. Significaron
mucho para mí; para mi motivación como docente, como divulgador y como
investigador. Y por eso tengo esos libros en la estantería que hay frente a mi
mientras trabajo con mi ordenador; me gusta levantar la mirada y verla ahí.
Gracias, Richard.
Seguimos adelante. ¡Ad astra per aspera!
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