sábado, 23 de marzo de 2024

Richard Feynman y la ilusión por aprender, enseñar e investigar - José María Madiedo

Capítulo 31

Richard Feynman y la ilusión por aprender, enseñar e investigar.
(Por José María Madiedo)






Hablar de las Feynman Lectures on Physics me trae recuerdos muy entrañables. Me encontré con esa maravillosa obra por primera vez en la biblioteca pública de El Puerto de Santa María (Cádiz), cuando estudiaba bachillerato, en los años 80. En aquel lugar, entre un número sorprendentemente grande de libros muy variados sobre física, astronomía y matemáticas, descubrí la edición bilingüe en tres tomos que se había editado en 1971. Y en esas páginas con formato apaisado encontré una forma diferente de aprender cosas muy interesantes sobre la ciencia que más me motivaba: la física. Así que me enganché a aquellos libros: me los leí y releí. Además, lo hice en inglés, para mejorar mi vocabulario científico en ese idioma a la vez que disfrutaba de su contenido.

Aquel encuentro con las Lectures de Feynman se produjo en una época clave para mi vocación profesional. Hacía mucho tiempo que tenía claro que quería ser científico; era algo que me llamaba la atención desde que era un crío y afortunadamente acabé lográndolo. Y echando la vista atrás sé que, además de impulsarme esa motivación interior tan temprana, en gran parte aquello lo conseguí gracias a que durante el bachillerato, afortunadamente, tuve muy buenos profesores de ciencias. Y lo eran no solamente por la claridad con la que impartían sus asignaturas, sino porque de una forma u otra me motivaron a la hora de querer profundizar e ir más allá de lo que veíamos en el aula. Y es que, como decía Feynman, los alumnos no necesitan profesores perfectos, sino profesores que hagan sentir la ilusión por venir a clase y hagan crecer el amor por el aprendizaje.

De aquella etapa guardo un especial recuerdo de varios de esos profesores en el Instituto Pedro Muñoz Seca de El Puerto de Santa María. Uno de ellos, José Luis del Campo, fue mi profesor de Matemáticas en 2º de BUP. Consiguió transmitirme la belleza de una herramienta fundamental para cualquier científico. Es algo que también encontré más adelante en algunos pasajes de la obra de Feynman y que me motivó a aprender por mi cuenta técnicas de cálculo mucho más complejas. Tampoco olvido de aquel mismo curso aquellas primeras clases de la optativa de Informática, asignatura que se implantaba como novedad en bachillerato aquel año. Esas clases las daba la profesora Mari Luz Gandarias. Para eso disponíamos de un único ordenador Sinclair ZX81 que, además, solamente contaba con 1 kb de memoria RAM (al poco tiempo se la ampliaron a 16 kb). A pesar de esas limitaciones, aprendí a hacer mis primeros programas en BASIC y me aficioné a la informática. Después, como autodidacta y simplemente por el placer de saber más, aprendería otros lenguajes de programación. Y no fue tiempo perdido: saber hacer mi propio software se convertiría en otra herramienta fundamental a lo largo de mi futura carrera profesional. A día de hoy continúo programando: es raro que en el escritorio de mi PC no tenga abierto algún compilador de software. Y, casualidades de la vida, años después de aquellas primeras clases sobre BASIC Mari Luz Gandarias sería una de mis profesoras de matemáticas en la universidad.

Pero quizá quien más influencia tuvo en mi vocación en aquella etapa fue Pilar Benéitez, que durante todo el bachillerato sería mi profesora de la asignatura Física y Química. Esas serían precisamente las dos ciencias que marcarían con más fuerza mi carrera profesional. Tanto es así, que años después acabé haciendo dos doctorados, uno en cada una de esas disciplinas. Y algo que siempre agradeceré a Pilar, que además era una extraordinaria docente, es que, cuando aún faltaban muchos años para que empezaran a proliferar las actividades relacionadas con la divulgación, ella se tomase la molestia de sacar tiempo para llevarnos un día a la Facultad de Ciencias de Cádiz cuando cursábamos 3º de bachillerato. Quiso que viésemos cómo trabajaban dos investigadores de aquel centro y tratar así de motivarnos para que siguiésemos un camino similar. Me consta que aquello no fue tiempo perdido, pues eso marcó la trayectoria profesional de, al menos, tres de los estudiantes que íbamos en aquel grupo.

 

La etapa universitaria como químico.

Así que opté por estudiar la licenciatura en Química en la Universidad de Cádiz. Titulación que tres años después empecé a simultanear con la licenciatura en Física en la Universidad de Sevilla. Tener casi terminada la primera fue clave para que a la hora de tratar de encontrar un futuro laboral me decantase por priorizar la química, dejando de lado la física. Y es que en aquellos años España atravesaba una situación de crisis económica, y tenía que jugar bien la carta de ser el primero de mi promoción en la titulación de química. Fue entonces cuando me embarqué en mi primer doctorado y me inicié en el campo de la investigación en la Universidad de Sevilla. Pensé que había empezado a cumplir mi sueño de ser científico; pero lo cierto es que conforme más avanzaba en ese doctorado mayor era mi sensación de que eso no era así; y menos relevante me parecía lo que se hacía en el grupo de investigación en el que hacía mi tesis. Y es que, cuando uno acaba de terminar la carrera y tiene poca experiencia en ciertos ámbitos universitarios, a veces no se imagina que puede encontrarse con personas expertas en soltar al viento cantos de sirena con la idea de atrapar a jóvenes investigadores que puedan tener buen potencial. Y éstos, inexpertos e incautos, pueden acabar cayendo en entornos que, con el paso del tiempo, terminan por ofrecer muchos más techos de cristal y piedras en el camino que oportunidades.

Con el tiempo, quién lo diría por entonces, terminé dedicándome yo también a la docencia en la universidad, como profesor de química. Empecé en la de Sevilla y más tarde me trasladaría a otra diferente. Allí siempre he intentado transmitir a mis alumnos el entusiasmo y la motivación que tuve la suerte de recibir. Pero también en mi interior me encontraba muy desilusionado al darme cuenta de que el camino que había elegido no me permitiría desarrollarme como investigador. De hecho, en esa época me empecé a acordar con frecuencia de otro de mis profesores del instituto: Antonio, cuyo apellido creo que era Fernández, y que impartía la asignatura de Física en el Curso de Orientación Universitaria (COU). Era un profesor muy joven, que en una ocasión nos comentó que empezó trabajando en la universidad. Pero que decidió dejarlo y dedicarse a la enseñanza en Educación Secundaria, pues no le gustó nada el ambiente tóxico que se respiraba en aquel lugar.

Así que yo también decidí distanciarme todo lo posible de ese entorno hostil que cada vez se hacía más patente, pero sin renunciar a mi sueño de ser científico. Y recordé aquellos años en los que me motivaba leyendo los libros de Feynman y otras obras sobre física. Fue ahí cuando decidí dar lo que entonces me pareció un salto al vacío sin alas que muy probablemente estaría condenado a un nuevo fracaso. Pero que, al menos, me permitiría recuperar la ilusión y disfrutar de cosas que me parecían muchísimo más motivadoras.

 

El salto a la Astrofísica: el proyecto SMART.

No mucho tiempo después ese cambio resultó ser la mejor decisión que he tomado hasta ahora en el plano profesional: retomar lo que quizá nunca debí haber dejado de lado: la física. Así que decidí hacer mi segundo doctorado, esta vez en un entorno muchísimo más amigable y sano, mucho más motivado y, por primera vez, con la sensación de que hacía Ciencia. Sí, de la de verdad, de la que se escribe con mayúsculas.

En ese salto al vacío, a la vez que hacía ese doctorado en física, decidí invertir mis ahorros para adquirir equipamiento que me permitiera investigar en astrofísica, y monté partiendo de cero el proyecto SMART (Spectroscopy of Meteoroids in the Atmosphere with Robotic Technologies). Me embarqué así en el estudio de los meteoroides, meteoros y meteoritos, y en analizar cómo estas rocas colisionan contra la atmósfera de la Tierra (figura 1). En esos momentos difíciles tuve el apoyo incondicional de la Fundación AstroHita, que me ofreció sus instalaciones en Toledo para poder ubicar parte de mi equipamiento. Poco después llegarían otras colaboraciones. Así, por ejemplo, gracias al apoyo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) y del Observatorio de Calar Alto (CAHA), pude continuar expandiendo y mejorando mi proyecto.

Fig. 1 Bola de fuego detectada por el proyecto SMART desde el observatorio de Calar Alto (CAHA, Almería). La produjo la entrada de una roca (un meteoroide) en la atmósfera terrestre. Crédito: CAHA.


Tendría unos años después la gran fortuna de conseguir vincularme como investigador al Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Allí he tenido la suerte de conocer a estupendos profesionales de los que he aprendido y sigo aprendiendo mucho. Allí también he podido desarrollar mi investigación sin los techos de cristal y las piedras en el camino que me fui encontrando en la universidad. Universidad a la que también sigo vinculado actualmente como docente y que no nombraré. Pues no querría hacer publicidad a quienes, a pesar de la visibilidad internacional que mi trabajo les ha dado durante años, me han demostrado sobradamente no merecer lo que recibían.

Y es que puedo dar fe de que, como dicen los especialistas en estos temas, la universidad es uno de los entornos laborales más tóxicos que existen, y en los que la mezcla de envidias, idiocia y mala fe dan lugar a situaciones de abuso y acoso por las que nadie debería pasar. Ojalá, y más pronto que tarde, se tome conciencia de este problema y se adopten medidas mucho más eficaces que las actuales para ponerles freno. A toro pasado, si algo lamento de mi trayectoria profesional es no haber sido capaz de ver antes esos escenarios. Si pudiera retroceder en el tiempo, muy probablemente no volvería a apostar por la universidad como vía laboral. Aunque, por otro lado, en mi camino también conocí a gente maravillosa y a la que valoro por encima de muchas cosas.

 

El proyecto MIDAS.

En mitad de ese proceso de cambio de la química a la astrofísica, el director de tesis doctoral en física, el Dr. José Luis Ortiz del IAA-CSIC, confió en mi para retomar un proyecto que él había iniciado en el año 1997 con la finalidad de detectar impactos de rocas contra la Luna. Se trataba de un proyecto complementario al proyecto SMART, así que acepté su propuesta. A ese proyecto lo bautizamos entonces como MIDAS (Moon Impacts Detection and Analysis System). MIDAS despertó gran interés y de pronto me encontré en medio de reuniones con investigadores de agencias espaciales como la NASA o la Agencia Espacial Europea (ESA). Era una especie de sueño hecho realidad en el que la universidad seguía aportando sus zancadillas. Pero, a pesar de esas dificultades, tenía muy claro que debía seguir adelante: era algo que me ilusionaba y motivaba como hacía años que no me ilusionaba por nada.

El caso es que gracias al equipamiento que muy generosamente me facilitó José Luis Ortiz desde el IAA, junto con el que también aportó la Fundación AstroHita y el que adquirí yo con mis propios recursos económicos, conseguí detectar el que, hasta la fecha, ha sido el mayor destello producido por un impacto contra la Luna del que hay imágenes. Se pudo observar a pesar de la brutal calima que dificultaba la observación con nuestros telescopios (figura 2). El cráter producido por ese impacto fue localizado y fotografiado meses después por la sonda espacial Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) de la NASA (figura 3).

Fig. 2 El gran destello producido por el impacto detectado en la zona nocturna de la Luna por el proyecto MIDAS el 11 de septiembre de 2013 (Crédito: IAA-CSIC).


Aquello tuvo una repercusión enorme a nivel internacional, tanto en lo científico como a nivel mediático. Las entrevistas y peticiones de información de las cadenas de televisión y de los periódicos más importantes del mundo fueron un no parar cuando la noticia se hizo pública: BBC, New York Times, Washington Post, Le Mond, National Geographic, Scientific American, Der Spiegel, Aljazeera, la revista Nature, la propia NASA... Recuerdo con asombro cómo en uno de los informativos de la cadena norteamericana FOX News dedicaron 21 minutos a hablar sobre el tema de la mano de un científico de la NASA. Me pareció que algo así era impensable en nuestro país, donde las noticias en los informativos suelen acapararlas otro tipo de eventos, para nada relacionados con la ciencia.

Fig. 3 Cráter de casi 40 m de diámetro generado por el impacto detectado en la Luna por los telescopios del proyecto MIDAS el 11 de septiembre de 2013 (Crédito: LRO, NASA).


Aquel éxito científico, junto con el revuelo mediático correspondiente, se repitió en el año 2019, cuando detectamos otro impacto contra la Luna muy relevante. Esta vez se trataba del primero que se observaba durante un eclipse lunar total. Y aunque quien me conoce bien sabe que no soy precisamente muy dado a ponerme bajo los focos y a aparecer en medios de comunicación, también es cierto que a nadie le amarga un dulce. Sobre todo, cuando ves que el trabajo está dando frutos a pesar de las enormes dificultades.

En ese contexto también fue divertido ver que, como a los éxitos no les faltan candidatos oportunistas para unirse a la fiesta, a la universidad le faltó tiempo para hacer bandera de todo aquello y atribuirse el mérito correspondiente en los proyectos SMART y MIDAS. Eso sí, meses después me certificarían en un documento oficial que mi aportación mediática más significativa se produjo simplemente a nivel de la prensa local. Algo muy revelador, pues da una idea o bien de la ruindad de algunos gestores, o bien de que la necedad no permite ver mucho más allá de lo que alcanza la visera de una boina bien roscada hasta las cejas. En cualquier caso, eso no dejó de ser una pequeña muestra más de la toxicidad a la que hacía alusión antes.

Lo importante es que todos aquellos éxitos condujeron a las colaboraciones y los contratos que se firmaron con la Agencia Espacial Europea (ESA). Y también a que hoy en día nuestro equipo del IAA continúe teniendo una posición de liderazgo a nivel mundial en este campo de investigación. Entre algunos hitos destacables está el haber establecido los fundamentos, tanto prácticos como teóricos, de la técnica que permite detectar y analizar estos impactos en la Luna. Y también ser los primeros en determinar experimentalmente qué temperatura se alcanza durante estos impactos, realizando observaciones de los mismos en varias longitudes de onda.

 

Ad astra per aspera.

Esta frase en latín se suele traducir a nuestro idioma como "hacia las estrellas a través de las dificultades". Y viene a significar que los caminos para conseguir algo en la vida no suelen ser nada fáciles. No basta con motivación y esfuerzo; también hay que tener la capacidad para sortear muchos obstáculos e imprevistos.

En ese sentido, a la universidad le tengo que agradecer haberme hecho más fuerte y más resiliente. Y es que cuando te llevan al punto de provocarte un ictus y una posterior recaída, tienes que tener muy claro que tienes que seguir adelante. Porque cuando te caes, te tienes que levantar. Pero cuando te tiran, te tienes que levantar con mucha más fuerza. Por suerte, yo he podido sobrevivir a ese ictus. Y eso me ha hecho valorar mucho más las cosas buenas que me rodean, a la vez que he aprendido a no perder el tiempo con quienes tratan de hacer daño. Hoy llevo a gala, como si fuera una medalla de la que me siento muy orgulloso, que los gestores de esa universidad me declarasen en su momento "indigno" de esa institución. Porque he aprendido que hay instituciones e Instituciones. Y viniendo de quienes venía ese galardón, era el mejor regalo que me pudieron hacer. Les doy las gracias, de todo corazón.

Y continúo avanzando, muy ilusionado con mis proyectos de investigación, desarrollando nuevas ideas. Divulgando sobre Astronomía y sobre mi trabajo en la medida en que mi tiempo me lo permite. E intentando hacer lo mismo que aquellos profesores que tuve en bachillerato, como Pilar, como Mari Luz, como José Luis, como Antonio; intentando así trasladar a mis alumnos la fascinación por la Ciencia. Quién sabe en cuántos de ellos fructificará también esa semilla.

Y, respecto a Feynman, aunque ya tenía un par de ejemplares de ediciones mucho más recientes, hace pocos meses, y después de mucho buscar, he tenido la suerte de poder hacerme con los tres tomos de aquella edición bilingüe de sus Lectures on Physics del año 1971. Significaron mucho para mí; para mi motivación como docente, como divulgador y como investigador. Y por eso tengo esos libros en la estantería que hay frente a mi mientras trabajo con mi ordenador; me gusta levantar la mirada y verla ahí. Gracias, Richard.

Seguimos adelante. ¡Ad astra per aspera! 




José María Madiedo.
Doctor en Física (especialidad en Astrofísica) y Doctor en Química (especialidad en Química Industrial).
Doctor Vinculado al Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC).
Profesor Titular y superviviente de acoso moral en la Universidad de Huelva.


Créditos Música:
243 3.31
Everyday Song by Keys of Moon | https://soundcloud.com/keysofmoon
Creative Commons / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


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