En las primeras décadas del siglo XX se realizaron
dos descubrimientos asombrosos sobre el modo de comportarse la naturaleza. Esos
descubrimientos están sistematizados en dos teorías: la Teoría de la
Relatividad y la Mecánica Cuántica. Toda la física básica que se ha realizado
desde entonces, incluido el Modelo Estándar, se ha sustentado sobre estas dos
teorías fascinantes. La Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica son
extraordinarias por muchas razones. Ambas nos muestran aspectos insospechados
de la naturaleza, que parecen contradecir el sentido común. Ambas han tenido un
éxito sin precedentes en la cantidad y variedad de fenómenos que han permitido
entender y predecir, a veces con precisión fantástica. Sin embargo, se trata de
dos teorías muy diferentes, en tanto la forma en que se gestaron, como en su
estructura interna. Y para colmo no se llevan muy bien entre ellas.
La Teoría de la Relatividad Especial trata sobre la
forma en que un mismo fenómeno es visto por distintos observadores. Se basa en
dos postulados. El primero es el llamado “principio de la relatividad”,
enunciado por Galileo en 1638 e incorporado por Isaac Newton a sus leyes de la
mecánica (clásica). De acuerdo a este principio, las leyes de la naturaleza son
las mismas para un observador en reposo y para otro moviéndose a velocidad
constante. El segundo postulado de la Relatividad Especial es cuanto menos
esperado, y fue enunciado por Albert Einstein en 1905. Dicta así: la velocidad
de la luz en el vacío es la misma para todos los observadores,
independientemente de su velocidad o de la velocidad de la fuente luminosa. Es
decir, la velocidad de la luz es una determinada cantidad que permanece
constante, no varía ni se sabe si puede variar en los escenarios de la parte
del Universo conocido hasta fecha de este ensayo.
Este valor constante de la luz fue conjeturado por
el físico James C. Maxwell tras formular las ecuaciones conocidas por su mismo
nombre “Las ecuaciones de Maxwell” y que suponen uno de los hitos científicos más
importantes del conocimiento humano. Con ellas, Maxwell predijo la existencia
de las ondas electromagnéticas, y la luz en su sentido ondulatorio es un
ejemplo de este tipo.
Hay que subrayar que la Teoría de la Relatividad
Especial es un caso particular de la Teoría General de la Relatividad. La
diferencia está en que la General considera, además, observadores acelerados.
El postulado en el que se fundamenta la Teoría de la Relatividad General expone:
“es imposible distinguir mediante experimentos si estamos en un sistema
acelerado o bajo la acción de un campo gravitatorio”.
El otro pilar del conocimiento científico conseguido
hasta el momento de este escrito es la Mecánica Cuántica. Si la Teoría de la
Relatividad General conllevó una revolución conceptual, la de la Mecánica Cuántica
es aún más extraña y perturbadora. Sus implicaciones conceptuales pueden
parecer al mismo tiempo tan ficticias como posibles, y nunca mejor dicho, dado
que el concepto más revolucionario de la Mecánica Cuántica es que una partícula
con carga, como por ejemplo el electrón, puede estar en dos estados al mismo
tiempo. Y esto en última instancia, aparentemente, muestra una imagen de la
naturaleza absurda. Sin embargo, es una descripción correcta de una de las
posibles maneras en como esta se comporta.
Conseguir la compatibilidad entre ambas teorías
confluyó en un nuevo tipo de teoría: la Teoría de Campos. Con lo cual, la
Teoría de campos, es una teoría relativista y una teoría cuántica.
En la Teoría de Campos, los objetos fundamentales no
son las partículas si no los campos. Huelga decir, que no me estoy refiriendo a
campos de flores. En el presente contexto un ejemplo de campo es el campo
electromagnético. El concepto de partícula surge por si solo al tratar el campo
cuánticamente (y sin prescindir de su carácter relativista). Las partículas son
las excitaciones. Me atrevo a decir, pero no irrefutablemente, que la Teoría de
Campos explica por qué existen las partículas.
La Teoría Cuántica de Campos aplicada al
electromagnetismo es conocida como la Electrodinámica Cuántica (siglas en
inglés QED). Y la derivación a la Electrodinámica Cuántica, así como su
estructuración, fue el destino del camino de vida de una de las personas más
transgresoras de la humanidad, el físico Richard Feynman.
El contexto teórico dado hasta aquí describe el
estado en que la ciencia estaba en los años previos y próximos a la Segunda
Guerra Mundial. Pues bien, en este áurea de rebelión social y de rebelión
científica Richard Feynman entró como estudiante de la carrera Física tras
haber probado un año la de Ingeniería Eléctrica, en el prestigioso Instituto de
Tecnología de Massachusetts (MIT). A Feynman le encantaba aprender, quería saber
el porqué de todo, así que la carrera de Físicas que abarca toda la ciencia fue
sin duda la que le cautivó.
Richard Feynman desde niño destacó por sus
capacidades e inquietudes, aunque no siempre reconocidas por todos. Le gustaba
abrir dispositivos como radios y sin lugar a dudas le encantaban las
matemáticas. Sus capacitadas intelectuales fueron un rasgo de su ser tan
destacable, como su carácter. Tenía un marcado carácter serio, introvertido y
cortante en el ámbito académico y laboral. Pero al mismo tiempo quienes lo
conocieron más allá del ámbito profesional, han destacado su divertida y
pertinente espontaneidad, así como sus argumentos y explicaciones de cualquier
aspecto de la vida, que hacían de todo encuentro con él una oportunidad para
aprender, disfrutando de los socialmente considerados placeres de la vida.
Tras acabar la carrera de Físicas le insistieron y
ayudaron en buscar otra institución donde seguir desarrollando su conocimiento
y llevar a cabo su tesis doctoral. Le ofrecieron una beca en Harvard que él no
aceptó. Feynman tenía claro que quería continuar su carrera en la universidad
de Princeton. Probablemente su elección se debió por la misma razón de muchos
otros que también elegían ir a Princeton por aquel entonces, y es que era donde
estaba Albert Einstein. Princeton lo aceptó y fue asignado a un profesor
adjunto, John Archibald Wheeler, que sin dejar de lado su propia inteligencia,
hay que destacar que fue tan inteligente como generoso por no anteponer su
posición frente a la de Feynman, viéndolo como mucho más que un estudiante
recién llegado, aceptándole como una persona altamente capacitada y el
compañero perfecto para no solo enseñar, si no de quien dejarse enseñar. Feynman transmitió acertadamente las ideas
sobre las inquietudes que tenía por aquel entonces a Wheeler quien además de
potenciárselas, obró como altavoz de Feynman para divulgarlas a la comunidad
científica y finalmente a la sociedad. Ambos apasionados de la ciencia y con
una alta capacidad de trabajo, se convirtieron en el equipo perfecto en el que
independientemente de las categorías laborales que les diferenciaban, Feynman
era el artífice de los avances y Wheeler siempre mostró orgullo de ello.
Tal fue la grandiosidad de Wheeler en su saber
tratar a la fiera que fue Feynman que en una ocasión escribió: “Estoy
eternamente agradecido por la fortuna que nos unió en más de una empresa
fascinante… Las discusiones se tornaban en risa, la risa en bromas, y las
bromas en más toma y daca y más ideas”. Hicieron ciencia como ha de hacerse,
con inteligencia, y sin sublevación ególatra la cual, a lo largo de la historia
de la ciencia, ha existido y lamentablemente persiste, en el periplo de muchos
jóvenes científicos.
Richard Feynman murió de cáncer a los setenta y
nueve años de edad. Pese a ser una temprana edad para fallecer, para entonces
había logrado repercutir exitosamente en casi todo el espectro del conocimiento
de la ciencia.
Muchas de las personas que tienen constancia de que
Richard Feynman fue un científico, lo catalogan de mujeriego y el creador de
los diagramas de Feynman (incluso sin saber que son esos diagramas). Pocas son
las que le catalogan de romántico habiéndolo sido en verdad, y mucho, con quien
tuvo que serlo, el amor de su vida Arline. Así mismo, Pocas son las que tienen
capacidad de investigar y entender que la etapa de devenires con mujeres fue
posterior y causada por el fallecimiento de Arline por tuberculosis con quien
se casó tras contraer esta la enfermedad. Este episodio fue lo único que le
descentró durante un tiempo de los problemas científicos. Finalmente se casó de
nuevo con la mujer con quien tuvo su único hijo Carl Feynman y adoptaron a una
hija Michelle Feynman.
Fig. 1 Una de las fotografías públicas de Richard y Arline.
En cuanto a los llamados “diagramas de Feynman”
fueron para él una mera herramienta que ideó para resolver el problema que
realmente le interesaba, la teoría clásica del electromagnético. Las
aportaciones de Feynman para resolver los problemas que presentaba esta teoría,
en la época en la que él estaba haciendo su doctorado, confluyeron en la
estructuración de la Teoría de la Electrodinámica Cuántica. Está teoría alcanzó
una popularidad abismal hasta el punto de que traspasó la población
estrictamente científica llegando a un nicho de población más global y numeroso,
en comparación con la expectación que la mayoría de los avances teóricos
científicos suponen al común de las personas. Esta teoría permite describir la
interacción entre partículas y por tanto saber de qué están hechas las
sustancias. Y es una de las más constatadas de la historia de la ciencia, es
decir, los resultados de los cálculos están en una correlación con los
resultados experimentales a un nivel de precisión tal, que es permisivo
catalogarla como exacta.
La formulación de la teoría clásica del
electromagnetismo dictamina que la fuerza entre dos cargas del mismo signo es
positiva y, por tanto, se requiere trabajo para aproximarlas. Cuanto más se
acercan, más trabajo se emplea. La energía desarrollada por el trabajo de
juntar la carga se llama comúnmente autoenergía del electrón. El problema es
que, si se llegara a contraer el electrón hasta un simple punto, su autoenergía
se haría infinita, porque se necesitaría una cantidad infinita de energía para
juntar toda la carga en un punto. Sin embargo, con el desarrollo de la mecánica
cuántica, la imagen de los electrones cambió completamente. Por ejemplo, de
acuerdo a esta teoría se establece el famoso concepto de “dualidad onda-partícula”,
que significa que partículas con carga, un arquetipo de partícula cargada es el
electrón, son una onda y una partícula, tienen un comportamiento dual. Esto son
partículas que orbitan el núcleo de los átomos. Una imagen divulgativa y extendida,
pese a ser poco precisa, de átomos y electrones orbitando los núcleos,
aceptable para alguien no experto, es lo que sale en el logo de la cabecera de
la serie americana “The Big Ban Theory”. Ilustrar así los átomos se hace en
libros de texto de nivel de instituto sin recalcar el marco de trabajo en que
esto es aceptable, para ilustrar los cálculos matemáticos y físicos. Esto es
aceptable desde el punto de vista clásico, pero no considerando el carácter cuántico
de la naturaleza, que es el que más acertadamente describe la verdad del
comportamiento de la naturaleza conocida. Pues bien, resulta que un electrón en
movimiento emite radiación electromagnética (como luz u ondas de radio). Esto
fue algo que se descubrió antes de que se teorizada, a partir de los
experimentos de Michael Faraday, Christian Oersted y otros en el siglo XIX, además
del trabajo teórico fundamental de James Clerk Maxwell, mucho antes por tanto
de la llegada de Richard Feynman a la ciencia. Así pues, cuando Feynman afrontó su reto
personal de teorizar la interacción entre partículas y concordar con los
experimentos, la autoenergia del electrón seguía saliendo, incluso a los más
audaces científicos de la época constructores también de la teoría electromagnética
cuántica, (Schiwtchland, Dirac…) infinita. Estaba además el añadido de que de
acuerdo a la Mecánica Cuántica la radiación está constituida por paquetes de
energía individuales, a los que en jerga científica se denominan cuantos. Y
dado que según las partículas que interaccionan los cuantos de energía cambian,
se les otorgan nombres de acuerdo al tipo de interacción. Así, un cuanto de
radiación emitida por un electrón se denomina fotón. El tipo de fotones que un
electrón puede emitir, absorber o reabsorber se produce en una escala temporal
demasiado corta como para que humanamente podamos ver uno, o tan si quiera
medir, y por esto se las clasifica como partículas virtuales, los efectos causantes
de los valores infinitos recurrentes, que a los científicos les salían en los
cálculos y truncaban la compleción de la teoría electromagnética. Sería
precisamente Feynman quien se diera cuenta que no se podían obviar estos
fotones, al incluir los efectos de la relatividad y así vincular relatividad y
cuántica. Recordemos que en esencia lo que siempre se ha perseguido, y
particularmente Feynman hizo, es una búsqueda de una teoría unificadora que dé
respuesta al porqué de todo. Una búsqueda que marcó el camino de idas y venidas
a temas que a lo largo de su vida trató y a los que siempre su destino pese a
desconectarle durante un tiempo lo hacía volver. Así, su trayectoria está
formada por un conjunto de senderos aparentemente desconectados pero que se
bifurcaron siempre en el camino hacia la búsqueda de la teoría definitiva que
describiera la naturaleza. Algo así como Yu Tsun, el protagonista en “El jardín de los senderos que se
bifurcan” del escritor Jorge Luis
Borges. Así que, si pensamos en un electrón moviéndose,
hemos de visualizarlo como un objeto rodeado de una nube de partículas
virtuales. Y como no se puede prescindir de ellos, Feynman aprendió a
tratarlos. Para ello, creó unas herramientas matemáticas. Tales son los
llamados diagramas de Feynman.
Antes de llegar a este punto de su camino, había
pasado por diferentes senderos que en cierta manera lo hacían transportarse a
sucesos pasados de su vida, aparentemente sin relación, pero orientados todos a
un mismo y único destino, el suyo, hacerle ser la persona mediadora entre la
Relatividad y la Mecánica Cuántica.
Uno de estos sucesos fue su asistencia cuando era un
estudiante de posgrado, a una fiesta que el denominaría a posteriori “la fiesta
de la cerveza” en una taberna de Princeton. Allí conoció a un físico que estaba
de visita que se interesó por saber en qué estaba trabajando. Feynman le contó
que estaba tratando de proponer una manera de desarrollar la mecánica cuántica
en torno a un principio de mínima acción. Era algo en lo que venía trabajando
en su tesis doctoral junto con Wheeler lo que a su vez y con retroperspectiva
lo había llevado su conocimiento adquirido tras interesarse en entender el famoso
Principio de mínima acción que le dio
a conocer su profesor de bachillerato en vista de la brillantez solapada al
aburrimiento que Feynman sufría, y no escondía, en las clases y que su profesor
Mr. Bader (el de Star Wars no, pero se pronuncian igual) detectó y quiso tratar.
El principio de mínima acción afirma que la
diferencia entre la energía cinética de un objeto en cualquier instante y su energía
potencial en el mismo instante, calculadas en cada punto de su camino y después
sumadas, será menor para el camino real que ha tomado el objeto. Es decir, que
los objetos cotidianos como puede ser un balón son muy listos y vagos, y de
todos los caminos posibles que hay hasta llegar a su destino deciden y saben cuál
es el más corto ¿no?, pues no. El balón, la luz… no saben que están tomando el
camino del tiempo más corto. Simplemente se comportan así y las leyes del
movimiento de Isaac Newton lo describen.
Tras el interés de Herbert Jehle, el físico que
conoció Feynman en la fiesta de la cerveza, en su trabajo, Feynman le preguntó
si conocía a alguien que pudiera ayudarle con su idea de desarrollar un
principio de acción en la mecánica cuántica. Para buena sorpresa de Feynman la
respuesta fue que sí. Se trataba del por entonces ya afianzado como científico
Paul Dirac.
Dirac ya había pensado y dejado entrever la idea de
que existía una relación entre la descripción del movimiento de Newton, la
física clásica, con las descripciones que se estaban por aquel entonces
desarrollando que analizan el carácter cuántico de la naturaleza. Esta idea la
expuso de manera muy superflua y sin darle importancia en su artículo “The
Langrangian in quantum mechanics” de 1932. No supo desarrollar la idea y a
penas la dedicó unas líneas en su artículo. Pero sirvió de ayuda a Richard
Feynman quien, a partir de sus propias ideas, desarrollos físicos y
matemáticos, encontró la motivación y ayuda en Dirac para continuarlos y
concluirlos dando lugar al hoy famoso concepto de integral de caminos.
Para entender el significado de la integral de
caminos rebobinemos un poco. Isaac Newton describe el movimiento de los objetos
visibles en nuestra escala cotidiana y desarrolla las leyes clásicas del
movimiento, Joseph-Louis Lagrange (principalmente conocido por su trabajo en
mecánica celeste; si, el de los puntos de Lagrange) reformula la leyes clásicas
del movimiento, siendo quien se diera cuenta y supiera desarrollar que tales
leyes de Newton pueden formularse si se usaba la acción, entendida en el
contexto científico como la suma de sobre una trayectoria de las diferencias
entre la energía cinética y potencial, a la que desde entonces se le conoce
como lagrangiana, y con ello determinó con qué tipos de movimiento producirían
las trayectorias que minimizaban esta cantidad. Paul Dirac propone haciendo uso
de la lagrangiana que de algún modo el desarrollo de Lagrange sea adaptable y
útil al contexto cuántico a través de la acción.
Richard Feynman lo idea, lo desarrolla, lo argumenta y lo denomina integral de
caminos. Sin ser purista (algo que como a Feynman no me gusta) el símbolo
integral significa una suma de caminos muy pequeños, un tamaño que en jerga
matemática se denomina diferencial. Si
usted hace una integral de un conjunto de diferenciales de un camino entre dos
puntos, estará usted haciendo una integral de caminos y si la calcula bien,
como resultado obtendrá el camino total.
En 1942 Japón, aliado de Alemania combatiente acérrimo
de América ataca la base americana de Pearl Harbord, la Segunda Guerra Mundial está
produciéndose. Entre tanto ese mismo año Feynman acaba su tesis titulada “El
principio de mínima acción en mecánica cuántica”. Wheeler quien se mostraba más
como un ayudante de Feynman que como su director, lejos de aprovecharse del
conocimiento que Feynman le aportó, le estímulo para que en su tesis publicara
su saber sobre la integral de caminos. Sin embargo, Feynman no lo hizo. Y mientras
preparaba su graduación recibió la noticia de que tenía que irse a los Álamos
para centrase en la fabricación de la bomba atómica junto con todo el elenco de
científicos que América había conseguido agrupar a su favor para combatir a sus
oponentes. Su porvenir le hizo a Feynman durante tres años, aparentemente
despojarse de la ciencia llevándole por un sendero sin saber si retornaría al
camino principal hacia el que fuera el objetivo de su destino, el desarrollo de
la electrodinámica cuántica. A la vuelta de Los Álamos publicaría
finalmente su tesis.
Pasaron unos años más hasta que publicara su
formalismo de la integral de caminos, su artículo titulado “Space-Time Approach
to Non-Relativistic Quantum Mechanics, (1948)” causó un auténtico revuelo entre
la comunidad científica. Digamos que no fue plenamente bien acogido. Y es que,
por aquel entonces, la mecánica cuántica se desarrollaba en base al formalismo
de Paul Dirac y Erwin Schrödinger (si, el del gato de las famosas camisetas de
Pampling). El formalismo de Feynman permitía dividir los sistemas en piezas separadas,
lo que parece básico y esencialmente posible para la idea de medida en mecánica
cuántica y sin embargo es una de sus mayores dificultades. Y lo permite al
separar las partes del sistema que no se miden o no pueden medirse, de las
partes en que uno desea centrarse. Pues bien, resulta que esto no es posible en
las otras formulaciones estándar de la mecánica cuántica. Pero claro, entienda el
lector, que, si los ánimos ya estaban acalorados socialmente, que fuera
entonces un joven treintañero a decir a científicos consagrados entre los
cuales estaban los arquitectos de la mecánica cuántica, que el formalismo
utilizado hasta entonces era precisamente lo que truncaba el avance de la
misma, genera como poco fatiga. Hay que recalcar que el formalismo de la integral
de caminos presentada en este momento por Feynman no consideraba los efectos
relativistas.
Recordando los párrafos introductorios a este
ensayo, he mostrado que uno de los problemas a resolver de la mecánica cuántica
es medir las partículas elementales como el electrón. Para medirlas hay que
saberlas detectar, es decir, saber dónde están ¿verdad? Las partículas siguen
sus caminos naturales. En el enfoque que Feynman dio a la mecánica cuántica,
prescindiendo del carácter relativista, se rehúsa la noción clásica de
trayectoria que sigue una partícula desde un punto inicial a otro final; en su
lugar, se dice que todo camino que conecta ambos puntos tiene cierta
probabilidad (puristamente, una amplitud de probabilidad) de ser transitado por
la partícula. Es decir, como la partícula puede haber viajado a su destino a
través de cualquier camino, interpretaremos que el movimiento se da por todas
las trayectorias al mismo tiempo. Para poder tratar todas las trayectorias al
mismo unísono, Feynman introdujo el concepto de “integral de camino” como la
manera que disponemos para considerar todos los diferentes caminos que
confluyen en la posición final de la partícula.
Poco tiempo después de la publicación de su artículo
sobre esta nueva herramienta matemática, Feynman quiso ir más allá y mejorar
introduciendo el carácter relativista. Ello le permitiría poder usarla para
conseguir su gran objetivo, compartido además por el resto de científicos de la
época que ya eran para entonces colegas de profesión y de los que ya había
ganado tanto su respecto como admiración pese a la rebeldía que mostrada ante
la autoridad o lo mordazmente directo que podía ser en seminarios y reuniones
de ciencia: Estructurar la Teoría Electrodinámica Cuántica para poder entender
la interacción de las partículas y en última instancia saber de qué están
hechas las sustancias.
Cuando aplicó sus integrales a la teoría del
electromagnetismo considerando los postulados de la relatividad, seguían
saliendo los fastidiosos infinitos. Pero de nuevo una idea brillante surgida en
sus divagaciones científicas con su fiel director de tesis Wheeler, se le vino
a la mente. La posibilidad de que las partículas pudieran viajar hacia adelante
y hacia atrás en el tiempo. Conllevaría extenderme demasiado en explicar esto,
pero en resumen esa fue su idea. Teorizar esta interpretación de la realidad
fue extremadamente difícil incluso para Feynman. Así que a fin de representar
el proceso espacio-temporal que surgía en su visión de suma de caminos, se puso
a dibujar. Y de ello surgieron los diagramas de Feynman. Tales ilustraciones se
convertirían en la taquigrafía de las descripciones matemáticas que hasta
entonces habían supuesto arduos y largos, muy, muy, largos cálculos.
Como he dicho, se dice de Feynman que era un hombre
mordazmente crítico, intenso e impaciente en cuanto a averiguar el porqué de
todo aquello que en su camino era de su interés. La ciencia sin duda lo fue. Y
muchas de sus aportaciones a ella están solapadas en el éxito de todos los
avances a posteriori de su muerte. Sin embargo, en verdad Feynman fue una
persona sin ningún ego, que mencionaba el trabajo de los demás antes que el
suyo propio. Y en cuanto a su carácter puede ser que la verdad fuera que
aquellos que recibieron sus críticas no les gustara lo que Feynman les dijo.
Pero Feynman haciendo honor a lo que es un científico per se, era un descriptor
de la naturaleza. Era ese tipo de personas que, si veía algo absurdo, decía que
era absurdo.
La teoría de la electrodinámica cuántica
describe a la Naturaleza como absurda desde el punto de vista del sentido
común. Y está en completo acuerdo con los experimentos. Así que espero que
aceptes a la Naturaleza como Ella es -absurda-.
Richard Phillips Feynman.
Sin lugar a dudas Richard Feynman es un ejemplo del
significado de científico. Alguien en quien desde hace ya unos cuantos años he
tenido como ayuda en mis estudios científicos a través de su legado escrito,
así como referente en modo de tratar la ciencia y ser una científica. Sin embargo,
a la ciencia no llegué a través suya. Nunca he tenido en mi familia un
referente ni nadie que me lleve de la mano en la vida, ni mucho menos en la
ciencia. De manera genuina la semilla de la curiosidad me viene de serie. De
hecho, como anécdota dentro de mi marcada formación en ciencias puras, siempre
me gusta decir que durante mis primeros años escolares no había ninguna
asignatura que me motivara. Mi motivación colegial eran las actividades
extraescolares, particularmente pintura. A la edad de cuatro años ya sabía
matemáticas básicas y dicen que tenía una lectura muy buena. Y es que lejos de
tener en las matemáticas mi mejor recuerdo, lo tengo en la lectura. Saber leer
fue para mí lo mejor. Ello me llevó a aprender sobre dibujo artístico y empezar
muy pronto en una academia de pintura (me agrada saber que Feynman también
asistió a clases de pintura y expuso cuadros bajo el pseudónimo de “Ofey”). Fue
por aquel entonces cuando tomé consciencia de la figura de Leonardo Da Vinci. Y
ha sido a través de este otro genio, por lo que no solo me quedé en sacar
buenas notas en las asignaturas de ciencias, si no de querer saber más sobre lo
estrictamente marcado en el plan de estudios. Recuerdo irme al monte y rio a
hacer dibujos, tomar muestras y hacer experimentos en casa; recuerdo ahorrar
dinero e irme a la ferretería de mi barrio con diez años a comprarme todo tipo
de útiles que, clasificados como gominolas en una tienda de chuches, el dueño
tenía que dejarme subir a coger en taburetes y escaleras para alcanzar a los
estantes debido a la estatura propia de mi corta edad.
Puedo agradecer eso si a mis profesores, médicos y
orientadores el interés que mostraron en mí sin yo darme cuenta de lo que ellos
intentaban hacerme ver: incluso niños de familias desestructuradas con más
obstáculos que facilidades, pueden ser portadores de un gran potencial. Su
desdicha estará en la suerte de su vida, de caer en su periplo en manos de un
guía que les sirva de catalizador y al igual que John Archibald Wheeler hizo
con Richard Feynman les catapulte a los dos a ser descriptores de la ciencia. Así
que si algún pequeño o joven lee esto, decirle que: no te fustigues si pese a
tener un cuaderno de calificaciones excelente no consigues lo que anhelas;
persiste y actúa como lo que quieres ser, un investigador/a, luego investiga el
modo de cambiar tu presente; estate dispuesto a estudiar con linternas, con
solo libros y soportando la presión de no perder tus futuras becas, las cuales
estoy segura que no solo te mereces, si no que conseguirás; no tengas miedo y
no olvides que todos, hasta Richard Feynman, han cometido errores.
Gracias especialmente a esos profesores de colegios
y catedráticos de universidad que aun hoy me escriben, me llaman y están
siempre dispuestos a trabajar conmigo. Y a esos compañeros de estudios que me
llaman para ofrecerme trabajos.
Gracias a mis amigos, esas personas con las que no
comparto ningún parámetro biológico, pero con quienes he creado una familia
ejemplar, por darme ayudas de manera tangible y reconocer la ayuda de mi
recibida. Por recordarme que la vida aprieta, pero no ahoga; que toda ayuda que
he dado en mi vida, la vida de algún modo me la devolverá; por darme la
paciencia que en mis épocas de mayor dolor me falta. En esta ocasión dejadme
vosotros, familia, enfatizar la confianza y fe que George tiene en mí. Ojalá
nunca te defraude. Todos vosotros sois ya un premio de la vida.
Gracias a la doctora Ángela Torrens y a los
catedráticos Dr. Francisco Jesús Carrera Troyano, Dr. Francisco Matorras Weinig,
Dr. Antonio Aramburu, Dra. María Cristina Pérez García. Al físico y divulgador Dr.
Julio Güemez Ledesma por no solo enseñarme Termodinámica si no también oratoria
y el arte de divulgar ciencia. Gracias también especialmente al Dr. Vicent
Martínez Badenes especialmente por las conversaciones personales. Mi agradecimiento a la Dra. Paula Benavidez
por ser amiga más que mentora. Gracias al Dr. Javier Ruíz Pérez que, pese a compartir
apellidos, lo que nos une es el placer de hacer ciencia, gracias especialmente
por tu interés en mi más allá de la ciencia. Y a muchas personas más de ciencia
que me motiváis a que no abandone. Y claro está a ti, científica ejemplar y
consagrada en el ámbito científico, que por las circunstancias que ambas
sabemos no te nombro pero que estoy segura que el mensaje encriptado le captas,
ojalá podamos cumplir lo hablado y cumplir por mi parte un pequeño sueño, tener
publicaciones contigo.
Por otro lado, mi agradecimiento más profundo a la
Dra. Neila Campos (todo un ejemplo de mujer científica y gran persona), al
físico y astrónomo Javier Ruíz y al equipo fundador de la asociación de
AstroCantabria, por confiar, por dejarme hacer y deshacer, por recibir con
plena gratitud mis sugerencias, por querer que esté, por darme voz, por
enseñarme, por hacerme sentir parte de algo grande.
Pero la dedicatoria de este ensayo es para esa
persona que siempre confió en que yo llegaría a tener una formación superior:
mi abuela Pilar. La vida quiso que siendo muy joven el alzhéimer no te diera
tiempo a verme recoger mi segunda titulación superior: Graduada en Física. Lo
que, según tú, justificaba mi personalidad.
“Tu niña del porqué” esa a la que le dabas radios
viejas para abrir, que con un año te abría el cerrojo del armario de las
galletas y la que sin empezar la asignatura de química en el instituto te
sacaba tus cuadernos de farmacia para abordar tus ejercicios de formulación y
entenderlos como si jeroglíficos egipcios fuesen. Esa niña que se hizo mayor
aun persigue el ser y sentirse una científica. Ojalá cuando lo consiga
despiertes de tu mal sueño y me veas.
Finalmente, gracias a ti lector, por llegar hasta
aquí. Porque como suelo decir: “De nada te sirve saber, si no tienes a quien
dárselo a aprender”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario