Desde pequeños, los adultos nos preguntan qué
queremos ser de mayores, esperando que respondamos con una profesión. Desde
luego, esta pregunta cala distinto cuando tienes tres años, cuando no tienes
presión de que tu respuesta tenga que convertiste en algo real; a cuando tienes
dieciocho y no paran de repetirte que TODO tu futuro se decide ahí. Hay muchas
probabilidades de que nuestra respuesta cuando somos más pequeños sea un reflejo
de aquello que vemos en la tele, o la profesión de un familiar a quien
admiramos mucho. Pero a veces, ocurre que la respuesta no tiene que ver con
nada a lo que hemos sido expuestos, sino que muestra un tremendo interés sobre
algún aspecto del mundo que nos fascina. A esto, lo llamamos vocación.
Hay quien dice que la vocación es innata, y hay
quien opina que se desarrolla a lo largo de nuestras vidas dependiendo de las
experiencias y de las personas que conozcamos. Algunas de estas personas, se
convertirán nuestros faros: consejeros para tomar decisiones y un reflejo de cómo
nos gustaría que el mundo nos viese algún día. Nuestros referentes. Vocación y
referentes son dos palabras que no se entienden por separado. Una vocación
“innata” quedará hundida en el fondo del mar sin unos referentes en los que
verse reflejada, y estos referentes no existirían si no hubiera una vocación en
ellos.
Volviendo al tema del que hemos venido a hablar,
cuando tratamos de trasladar este pensamiento al mundo de la ciencia, en especial
la física, nos damos cuenta que la transmisión de esta vocación se ha dado
mayoritariamente de padres a hijos. Y no estoy usando el masculino genérico.
Entonces, ¿cómo llega la ciencia a las familias que no estaban en ese círculo
desde el principio? ¿Llega la ciencia a las mujeres? ¿Llegan mujeres a la
ciencia? ¿Cuándo nos damos cuenta de esas vocaciones tempranas? Y, por último,
la que más me han preguntado a lo largo de mi vida: ¿por qué física?
Si os digo de primeras que algunas de las personas más
responsables de mi amor por la física no son profesores de universidad, igual
pensáis que estoy mezclando churras con merinas. Vamos a hablar de la
importancia de los referentes, de la ciencia como carrera de fondo y de mi
motivación y vocación innata, descubrir cómo funciona el universo.
Dime
el nombre de algún científico famoso.
Vamos a intentar acercarnos a esos referentes de los
que estábamos hablando. Os reto a pensar en algún científico. ¿Lo tenéis? Vamos
a comprobar si el nombre que habéis pensado está en esta lista: Einstein,
Darwin, Newton, Galileo, Hawking, y quizás tras arrasar en los Oscars,
Oppenheimer. Si vuestro nombre no está en la lista, ¡enhorabuena! Y si sí está,
tampoco pasa nada. Lo importante es que esta lista contiene las respuestas más
comunes a esta pregunta. ¿Podemos aprender algo de ella? ¡Vamos a investigar!
De entrada, ya ninguno de ellos comparte este mundo con nosotros. Observación
1: nuestros referentes parecen estar un poco desfasados. ¿Qué más rasgos en
común podemos observar? Pues así a primera vista, todos parecen hombres, y
blancos, y la mayoría eran bastante pudientes. Observación 2: nuestros
referentes no parecen una representación justa de la sociedad. Una vez hemos
tomado nuestros datos, ahora llega el momento más creativo del método
científico: formular hipótesis. Podría ser, que no haya más científicos en la
historia… Pero sabemos que eso no es verdad. Hoy en día, aunque a duras penas,
somos unos cuantos intentando hacer ciencia. Entonces podría ser que sólo hay hombres
blancos porque al resto de personas del mundo no les interesa genuinamente la
ciencia… Os sorprendería la ENORME cantidad de personas, incluso de
científicos, que creen que esta hipótesis es la buena.
Vamos a fijarnos en algo que comentábamos antes, la
transmisión de la vocación. Decíamos que la vocación se transmite gracias a que
estamos expuestos a ella, ya sea a través de la familia o agentes externos.
¿Qué ocurre si de manera sistemática, a algunas partes de la población, no se
las expone a estos temas, aunque puedan tener una vocación innata? Pues ocurre,
que a pesar de que sí existen, se vuelven invisibles. En todas estas
partes de la población a las que, de entrada, se nos ha negado tener
curiosidad, vemos que la ciencia les pilla muy lejos, como algo de película.
Además, por culpa de esta falta de información, la idea que se tiene de la
ciencia suele estar también muy alejada de lo que realmente es. A estas ideas
desdibujadas han contribuido muchísimo algunos productos que han llegado al
gran público, como “The Big Bang Theory”. Entonces, ¿cómo lo hacemos?
Aquí nos topamos con varios problemas: 1) a veces
sobresimplificar conceptos nos lleva a malentenderlos; 2) pero si no
conseguimos transmitir la ciencia (divulgar), tampoco les servirá de nada a
todas esas personas a las que, por sesgos sistemáticos, esta información no les
llega. Para intentar solucionar esto, vamos a bucear en la historia para
encontrar cómo se asentaron las bases de la divulgación científica.
Feynman
no sólo tocaba los bongos.
Richard Feynman fue un físico estadounidense
bastante conocido del siglo pasado. Cambió el paradigma sobre la física
cuántica que se había establecido a principios de siglo y es el creador de los
diagramas de Feynman, una forma simple de dibujar las interacciones
fundamentales que ocurren entre partículas. Pero, además, Feynman disfrutaba de
enseñar física a las nuevas generaciones, y a todo aquel que estuviera
interesado en escucharle. Sus “Feynman Lectures” siguen siendo hoy un gran
referente de los profesores en universidades de todo el mundo. Parte de su
éxito residía en su personalidad, que no era para nada la de ese “genio loco”
en el que solemos pensar cuando hablamos de científicos.
Según cuentan, Feyman era extrovertido, muy hablador
y apasionado, y esto hizo que también ganara fama fuera del mundo académico.
Publicó dos libros semi-biográficos y también la serie “Easy Pieces”, donde
trataba de explicar temas complejos de física, pero dedicados a un público
general. Para ello, utilizaba un recurso del cual ahora, cientos de youtubers
de ciencia abusan: analogías o comparaciones simplificadas con asuntos cotidianos.
Feynman se convirtió en uno de los primeros grandes divulgadores científicos y,
por lo tanto, sentó las bases de cómo hacemos hoy esa divulgación. Pero
Feynman, más allá de un físico brillante y un divulgador apasionado, era una
persona. Muchos de los que estaréis leyendo estas líneas conoceréis que
aprendió a tocar los bongos. Pero como cualquier persona, Feynman tenía sus
dualidades claro-oscuro. Fue públicamente acusado varias veces de ser extremadamente
machista, y no en vano. En sus escritos podemos leer como le gustaba dar
ejemplos físicos utilizando torpes mujeres conductoras, o en general mujeres bonitas
que no tenían ni idea de física. “Calculó” 6 reglas para conquistar a las
mujeres y era bien sabido que solía mantener encuentros “íntimos” con las
mujeres de sus compañeros. No creo que fuera una manera de pensar rara para la
época, pero negar que esto dejó una huella en su legado, en cómo transmitimos
la física, sería terriblemente ingenuo. Nuestros referentes son personas, con
sus meteduras de pata y con sus sesgos, y negarlos sólo obstruye nuestra
capacidad de entenderles mejor, de entendernos mejor, y de poder comunicar
mejor. La huella de Feynman y sus contribuciones son incuestionables, pero lo
que sí nos podemos cuestionar, son sus métodos. ¿Ha llegado el momento de
actualizar las bases de la divulgación científica para llegar a más personas?
Referentes
reales 1: Casa.
Feynman, Einstein o incluso la única física que se
suele nombrar, Marie Skłodowska-Curie, están muy bien, pero cuando eres una
niña, alguien tiene que mostrarte que estas personas existen y quienes son,
sino se volverán invisibles. Sin embargo, las personas con las que
convivimos son muy visibles: sus palabras y su manera de vida se graban a fuego
en nosotros. Para la mayoría de personas que hemos decidido hacer de la ciencia
nuestra profesión, hay alguien que nos marcó especialmente, y que nos motivó
para elegir este camino: un profesor de instituto, un padre o abuelo, etc. Pero
cada vez que he intentado elegir un nombre, me ha parecido tremendamente
injusto. Y lo más curioso, es que la mayoría de personas que me vienen a la
cabeza, no son ni físicos, ni profesores.
Desde que era muy pequeña tuve muchísima curiosidad
por todo lo que me rodeaba. Me encantaba la naturaleza, los animales… Pero
sobretodo, quería saber cómo funcionaban. Quería saber porqué había que comer y
dormir, porqué el agua puede estar en un vaso o en forma de nube, porqué las
sombras de los árboles cambiaban con el pasar del día o porqué se ve la Luna de
noche y el Sol de día. A mi madre le encanta contar con qué cara se quedó
cuando con 18 meses le hice esa última pregunta. A estas alturas, está claro
que mi vocación es un poco innata, y mis padres se dieron cuenta muy rápido de
mi fascinación por el cielo. Por suerte, a pesar de ser de familia humilde y
sin formación universitaria, tanto mi padre como mi madre siempre me apoyaron
en mi misión de aprender cómo funciona el mundo. Cuando preguntaba algo a lo que
no sabían bien qué responder, en lugar de mandarme callar o a “pensar” al
rincón, se tomaban su tiempo en investigar (recordemos que internet no era lo
que es ahora) o en buscarme libros sobre el tema. Mi padre siempre estuvo
dispuesto a enseñarme a cacharrear con los aparatos electrónicos que montaba y
mi madre siempre tenía una idea de cómo usar mi suéter favorito cuando ya no me
cabía. Mis primeros referentes no pueden ser los grandes físicos, porque las
personas que más me han enseñado sobre cómo resolver problemas que no sé cómo
atacar y a alimentar mi curiosidad, pilares básicos sobre los que se construye
la física, son una ama de casa y un mecánico.
Referentes
reales 2: ¡Es que las mates son muy difíciles!
Después de leer alguno de los libros que mis padres
me habían comprado, empecé a sospechar. ¿Cómo podía ser que, tan grande como es
el universo, sólo me hablasen de cosas que están “cerca”, como otros planetas o
cometas, y que conocemos desde hace siglos? Disfrutaba leyendo sobre el Sol y
el sistema solar, pero me negaba a creer que ya hubiéramos explorado todo el
universo y “sólo” hubiéramos encontrado eso…
Durante mis años de colegio, me cansé de escuchar la
frase “las matemáticas son muy difíciles”, y no era de mis compañeros de quien
más la escuchaba. Nunca he entendido el porqué de esta frase, y más con lo
divertidas que siempre he encontrado las matemáticas. Las mates te enseñan que
hay miles de caminos válidos para llegar al mismo punto, y te dan herramientas
para practicar el pensamiento abstracto, muy útil para resolver problemas. Las
casualidades de la vida quisieron que tuviera tres maravillosas profesoras, dos
de mates y otra de física y química, que representaran esta manera de ver el
mundo. Después de sufrir algún comentario del tipo “qué bien se te dan las
mates para ser una chica”, con menos de 11 años, en cuanto pisé la secundaria
me encontré con que, contradiciendo lo que me habían enseñado hasta el momento,
tenía varias profesoras dedicadas y extremadamente profesionales de ciencias.
Siempre he pensado que, si en ningún momento he dudado de mi capacidad para
hacer física por ser mujer a pesar de los comentarios, ha sido gracias a ellas,
y espero que hayan continuado su labor de motivar tantas vocaciones como la mía
en las niñas más jóvenes.
Referentes
reales 3: ‘La chica’ del grupo.
Entonces, ¿hemos explorado el universo entero y es
así de aburrido? Me matriculé en la carrera de Física de la Universitat de
València, y mi madre siempre cuenta la cara de pavor con la que volví de esa
matrícula, y no era para menos. De los 30 que éramos en esa tanda de matrícula,
sólo había otra chica. ¿Qué había pasado? ¡En las optativas de ciencias durante
el bachillerato éramos más chicas que chicos! Por desgracia, la situación no
fue a mejor: de los 60 que éramos en mi grupo, éramos 13 chicas. De las 10
asignaturas del primer año, sólo dos las enseñaban profesoras, y tenían la
reputación de ser más severas y malhumoradas que el monstruo del lago Ness. Y
los años siguientes salían a profesora y media por año. Los nombres de todos
los teoremas, de las ecuaciones, de las funciones, eran de hombres… ¿Se habían
vuelto las mujeres invisibles a la física? Por simples números, mi grupo
de amigos se convirtió en eso, amigos, a tal punto que cuando íbamos al quiosco
del campus a por helados, el quiosquero siempre me decía que llevaba una buena
escolta. No sé si de manera intencionada
o no, nos vendieron que los huecos para dedicarse a la física eran pocos, casi
nulos para mujeres. Se nos instó a un ambiente hipercompetivivo, y ya sabemos
que viene con eso, celos y envidias. Ahora empezaba a entender porqué todas mis
profesoras eran así de duras. Si yo estaba teniendo que pelear sólo para
sacarme la carrera, ni quería imaginarme cuántas veces las habrían puesto en
entredicho a ellas hace 30 años. Porque durante estos años, a pesar de la fama
de liberal de la universidad, no me cansé de escuchar comentarios de que las
mujeres son demasiado sensibles y sentimentales, que no estamos echas para las
rudas ciencias exactas.
Fig.1 Fotografía tomada en la quinta edición del Solvay Conference donde podemos identificar a varios científicos muy famosos de la época. La única mujer, ‘la chica’ del grupo era Marie Skłodowska-Curie. La licencia es de dominio público, aunque perteneció al Institut International de Physique Solvay.
No quiero dar la impresión de que todos los hombres
con quien me encontré estos años eran así. Mis compañeros de biblioteca me
enseñaron lo importantísimo que es trabajar en equipo y entender los puntos de
vista de los demás. Y siempre creyeron que yo era tan capaz de todo como
cualquiera de ellos. Aunque no encontré referentes como los que había
encontrado hasta entonces, encontré unas maravillosas personas que compartían y
alimentaban mi vocación.
Referentes
reales 4: La invisibilidad de la materia oscura y de las mujeres en la física.
Yo seguía negándome a que el universo fuera tan
aburrido. Durante la carrera, llegué a las palabras materia oscura. Había dado
con una parte del universo que desconocíamos, había encontrado mi misterio.
Gracias a los profesores que confiaron en mí para mi trabajo de fin de grado,
fin de máster, y finalmente mi director de tesis, llegué a saber algo más sobre
los invisibles más misteriosos del universo: la materia oscura y las
mujeres físicas.
Utilizamos las palabras materia oscura para
referirnos a la discordancia de las propiedades de algunos objetos astrofísicos
respecto a que lo que esperamos que tengan por su masa, o sea todo lo que tiene
relación con sus interacciones gravitatorias. Por las simulaciones y
observaciones cosmológicas, sabemos que la materia oscura está en los picos de
densidad del universo y que fue la responsable de que se formaran todas las
estructuras (galaxias) que hoy habitamos. Es el 85% de toda la masa del
universo. A pesar de todos los esfuerzos
de las últimas décadas, su naturaleza es aún un misterio, pero hay algunas
cosas que sí sabemos: 1 – es invisible, es decir, no se relaciona con la
luz; 2 – tiene que ser estable, es decir no convertirse en otras
partículas menos pesadas; 3 – tiene que ser fría, o, dicho de otra forma,
lenta, es decir, que no viaje a velocidades cercanas a la luz.
Durante estos últimos años, a mi alrededor han empezado
a aparecer compañeras maravillosas, siempre dispuestas a compartir su
experiencia conmigo, a darme apoyo y a confiar en mí incluso cuando acechaba
sobre nosotras el temido “síndrome de la impostora”. Claudia, Raquel,
Alejandra, Vivy, Marga, mi sempiterna Nuria y mi ahora jefa Gabi. Confirmo que
no hubiera sido capaz de continuar en la ciencia sin ellas. Y ellas eran sólo
las que tenía cerca. Empecé a encontrarme con nombres de mujeres que habían
hecho contribuciones a la física brillantes como Marie Goeppert-Mayer
(descubridora del modelo nuclear de capas), Chien-Shiung Wu (experimentos de
paridad de física nuclear, olvidada de la película de Oppenheimer), Emmy
Noether (teoremas de simetría básicos para la física), Lise Meitner
(descubridora de la fisión nuclear, también obviada de la película de Nolan),
Hedy Lamarr (base de la tecnología del WiFi), Jocelyn Bell Burnell
(descubridora de los radio púlsares y a quién he tenido el placer de conocer en
persona), y muchas más que no me caben aquí. Muchas de ellas fueron invisibilizadas
y a pesar de que sus descubrimientos eran dignos de premio Nobel, su
descubrimiento se lo llevó, pero ellas no (2).
Curiosidad
por aquello que, a primera vista, no se ve.
La pregunta que más me han hecho siempre es, ¿y por
qué física? Y es que nunca he podido ignorar mi vocación de querer saber más
sobre lo que no sabemos. Gracias a mis referentes, mi vocación ha llegado a ser
mi dedicación, y mi dedicación hoy es hacer visible aquello que el
universo y la sociedad se han empeñado en esconder.
De la misma manera que a través de iniciativas como
el 11F (3) intentamos dar alas a las vocaciones de la nueva generación de
físicas y sacar a la luz a todas aquellas que quedaron atrás, mi investigación
consiste en intentar detectar materia oscura a través de la luz más energética
del Universo, los rayos gamma (4).
Fig.2 Simulación cosmológica de la estructura interna del universo. La materia oscura a través de la gravedad forma estructuras de más pequeñas a más grandes, hasta formar una estructura filamentosa a gran escala que tanto recuerda a las conexiones neuronales. Encima de esta red, se forman las galaxias y el resto de objetos astrofísicos que conocemos. Crédito: Ralf Kaehler/Ethan Nadler/SLAC National Accelerator Laboratory.
Igual que la galaxia en la que vivimos se sostiene
sobre un halo de materia oscura invisible al resto de interacciones,
seguramente también estés rodeado de mujeres que tienen contacto con la física
o con la ciencia. Desafortunadamente, aún no hemos conseguido interaccionar con
la materia oscura, pero yo no perdería la oportunidad de interaccionar con
alguna de estas mujeres cercanas a ti para escuchar su historia, y con un poco
de suerte, igual te ayuda a descubrir un nuevo gusto por la ciencia.
Bibliografía
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